Carne de gimnasio (3)
(Lee la entrega anterior) |
Ahora acompañadme a esta otra sala, donde ya notáis otro ritmo, otra cadencia, ahhhhh, una relajación, ohhhh, una paaazzzz, un soosieeegoooo… Las palabras se alargan porque aquí, en este rincón del Polideportivo, no existe el tiempo, ni las prisas, ni el estrés, ni la política, ni la merluza a 30 euros el kilo. Quien llega aquí y se pone en manos de el Chino (al que apodan Sebastián) se trasladan a otra galaxia, a un rincón del universo donde la energía fluye entre las venas y vísceras llenando de luz y armonía todos los poros del cuerpo. Bueno, eso dice la teoría y el Chino… Algunos se quedan dormidos en medio de la sesión. Otros no logran superar tanta capacidad de concentración y vacío y con cualquier pretexto salen echando leches de la sala. Es la otra manera de ponerse en forma: la interior, sin grandes sudores, a veces sin mover un músculo. Esa moza que veis al fondo de la sala, sí, esa que está en una posición tan retorcida que parece un ocho, es una devota practicante de este tipo de actividades, algunas de origen oriental: yoga, taichi, pilates, espalda sana, gimnasia suave… Casi no suda, parece poquita cosa, pero la tía posee una flexibilidad, una coordinación de movimientos, una elasticidad, una placidez… que dan ganas de dormirse como un bendito cuando uno está a su lado. Se debería llamar la Bella Durmiente pero su nombre de pila es Camomila.
Pero abandonemos este recinto antes de que nos entre el virus del sueño y regresemos al gimnasio propiamente dicho, donde quiero presentaros, echando una breve ojeada, a algunas de sus figuras más representativas. Ya conocéis a Polonio, el tío de los bíceps de a metro (a saber cuánto medirá su falo, muy trabajado también –pero no en el gimnasio, que conste– según chismorrean sus simpatizantes). Y a Maricuchi, dispuesta a reducir su trasero a coso de segunda categoría. Y al salido de Juanillo el Cariñoso. Junto a ellos ahí tenéis a mi pareja de abueletes preferidos. Pero hay tanta gente de la que hablar… Ahí vemos, en la elíptica, a Eleuterio Coronilla. Trabaja de chupatintas en un Ministerio, allá en Madrid (a pocos kilómetros de acá). Desde que un Ministro quiso quitárselo de encima para poner en su lugar a una prima suya, acusándolo de que tardaba mucho en llevarle el cafelito desde la primera planta –donde estaba la máquina– hasta la tercera –donde estaba el capitoste– se vino al gimnasio y todos los días se hace 20 kilómetros a la máxima velocidad sin que sus rodillas sufran demasiado a pesar de que ya calza sus cincuenta y tantos años. ¡Para eso se inventó la elíptica, según cuenta Diana! En dos meses demostró al Ministro que es capaz de llevarle el café en menos de un minuto –usando las escaleras, que el ascensor siempre va a tope–. Y sin derramar en el viaje ni una sola gota. Y, claro, ante un café bien calentito el Ministro no ha tenido más remedio que dejar en su puesto a Eleuterio y enchufar a la prima como enésima asesora. Bueno, pues sabed que ese que ahí veis corriendo como una centella está dispuesto a rebajar el minutaje a sólo 30 segundos. Y lo conseguirá, vaya que lo conseguirá… ¡Después dicen las malas lenguas que los funcionarios de los Ministerios no mueven el culo ni para hacer de vientre!
» Mapi y Pima. Son dos amigas de toda la vida y de todos los kilos. Ya las veis: 150.000 gramos en canal nos contemplan así como un leve problema metabólico y otro más grave: alimenticio.
Dejemos la épica y pongámonos tiernos. Aquí, delante de vuestros ojazos, os presento a Mapi y Pima. Son dos amigas de toda la vida y de todos los kilos. Ya las veis: 150.000 gramos en canal nos contemplan así como un leve problema metabólico y otro más grave: alimenticio. Tendrían que demandar a McDonald, Burger King, Telepizza y a todas las grandes cadenas de comida rápida donde han abrevado en los 18 añitos que llevan de vida. Pero ya han dicho basta: quieren recuperar la silueta, el poder moverse con garbo, el sentirse ligeras como el viento y ahí las tenéis desde hace cinco meses. Han cambiado de vida, de alimentación, de amigas (las otras siguen comiendo como becerras) y ya llevan perdidos sus buenos kilitos. El día que consigan su objetivo (el día que los desaprensivos y cabestros de turno dejen de llamarlas “gordas” y “vacaburras”) piensan celebrarlo por todo lo alto. Juro ante estas pesas de cien kilos que este menda asistirá al evento y hasta derramará unas cuantas lágrimas de dicha. Si es que soy un sentimental…
(Continuará…)
- Escrito por Cogollo, publicado a las 13:10 h.
- Protagonistas: (ver la primera entrega)
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