—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

En la Bola del Mundo (1)

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A don Faustino le encanta el ciclismo. En Mospintoles apenas hay carriles bici y varios sustos con los automovilistas le han convencido de que, en la ciudad, la bicicleta estática es más segura. Sin embargo, cada vez que sale a alguna zona rural se lleva su bicicletilla portátil para darse un pequeño paseo por los caminos forestales, rodeados de árboles y floripondios. Aprovechando que es sábado y que la Vuelta Ciclista a España pasa cerca de Mospintoles, se ha acercado a ver la etapa a la altura del Puerto de Navacerrada.

El ciclismo de carretera es el único deporte en que sus espectadores en directo apenas tienen unos segundos para ver cruzar a sus ídolos e idolillos. Brrrrr, un par de segundos, y la caravana multicolor ya se ha perdido de tu vista. Menos mal que antes de que los ciclistas pasen raudos delante de tus narices, como si los persiguiera el diablo, la organización se encarga de animar el espectáculo con mucha sirena, muchos coches de propaganda y mucha moto periodística.

«…Aquí estoy —mascullaba el viejo profesor, al tiempo que le daba un mordisco a un bocata— a punto de pillar una pulmonía porque hace más frío del que esperaba. La pena es no haber podido subir cerca de la Bola del Mundo para ver con más detalle el paso de los ciclistas pero yo ya no estoy para esos trotes, los de subir andando esas rampas en torno al 15%. No digamos hacerlo en bicicleta. Pobrecillos míos, la que les espera a los esforzados de la ruta en cuanto empiecen el camino de los tres últimos kilómetros, todo hormigón irregular y estriado. Someter este soberano esfuerzo a unos ciclistas que llevan ya 20 días montados encima de la bicicleta soportando todas las inclemencias del tiempo y de las carreteras, me parece que roza el sadismo por parte de los organizadores. Más de 80 horas pedaleando, que se dice pronto. Y para darles la puntilla, la Bola del Mundo esa, a dos mil doscientos metros de altura, con rampas que no se las salta ni un galgo. Seguro que mañana todos los periódicos hablarán de que el ciclismo ha resucitado, de etapa memorable y memeces parecidas. A esos tuerceletras les ponía yo en una bici cuesta arriba, que una cosa es pedir a los ciclistas un esfuerzo asumible y otra exigirles que sean gente de otro planeta. Las grandes carreras ciclistas, el Tour, el Giro, la Vuelta…, están dirigidas por gente dispuesta a putear a los ciclistas hasta límites casi inhumanos».

» Era un buen gregario, callado y disciplinado, capaz de darlo todo por el equipo y por el líder. A sus 32 años había decidido que esta sería su última carrera, retirándose de la alta y media competición.

Don Faustino tenía también interés por ver a Rafael García, un ciclista de Mospintoles que participaba en la carrera. Un chico serio y formal, aunque poco estudioso en sus años mozos, y que sobre la bici era capaz de hacer diabluras, sobre todo en llano. Pese a ello nunca había destacado en el pelotón nacional pues ni llegaba a la categoría de un Freire ni en la montaña se defendía muy bien. Era un buen gregario, callado y disciplinado, capaz de darlo todo por el equipo y por el líder. A sus 32 años había decidido que esta sería su última carrera, retirándose de la alta y media competición. Lo haría casi tan anónimamente como había llegado. Los medios sólo centran su atención en los jefes y primeros espadas de los equipos, como si el resto de corredores fuesen meros comparsas. El bueno de Rafael había saludado al profesor escasos días antes del inicio de la Vuelta y le había contado que estaba ya muy quemado, así que pensaba bajarse del sillín al final de la misma para dedicarse a vivir mucho más tranquila y saludablemente. En sus once años de ciclista profesional del montón sólo había ganado lo justo para sacar la familia adelante, pero aún así no se quejaba. Tras su retirada, trabajaría con su padre en un pequeño negocio familiar, cómodo y seguro, sin tener que arriesgar el pellejo en arriesgados descensos, echar el hígado en empinadas cuestas y aguantar a multitud de capullos que hasta en horas intempestivas le sacaban sangre de las venas para ver si estaba “limpio”.

Mientras esperaba al pie del arcén el paso de los corredores, don Faustino reflexionó sobre la enorme cantidad de gente que –como él– se había desplazado a la sierra y a la mismísima Bola del Mundo para ver el final de la etapa:

«…De estos miles y miles de aficionados, la gran mayoría sólo ha venido a ver el circo que rodea la vuelta. Y a ver si algún ciclista revienta en la subida a la Bola, que aquí mucha afición al ciclismo pero sólo cuando a los corredores se las hacen pasar putísimas…».

(Continuará…)