Inaugurando el curso (3)
(Lee la entrega anterior) |
Cada “entrenador” decidió aplicar la táctica que mejor convenía a sus intereses y forma de pensar. Mientras Carlos seleccionó a los siete mejores jugadores de la clase tras sondear entre la chavalería, don Faustino pensó que debían jugar todos sus alumnos, y como había 21 en aquellos momentos, los organizó de forma mixta en tres equipos.
—Don Faustino, nos van a dar una paliza —el Sergio se olió la tostada—. La otra clase va a jugar sólo con los mejores jugadores y nosotros somos una multitud…
—Si todos queréis jugar, todos jugaréis un rato.
—¡Pero si Martita no sabe lo que es un balón de reglamento y Manuela no digamos!
—Tiene razón el Sergio, profesor –el deportista de la clase, Rafa, también era de la misma opinión–. Vamos a hacer el ridículo. Lo menos nos meten ocho…
—¿Y qué? —contestó Natalia, la chica más ingeniosa de la clase—. Aquí no hemos venido a jugar la Champions esa sino a echarnos unos trotes y unas risas.
—Eso está garantizado, Nati —le contestó con la boca pequeña el Sergio, quien bebía los vientos por ella.
—No hagamos de una comedia un drama —remató don Faustino—. El que tenga miedo de perder o de hacer el ridículo, puede ver el partido todo el rato desde el banquillo.
Aquellas palabras hicieron mella en los dos protestones. Y temiendo ser calificados como timoratos y cobardicas, juraron mutuamente dejarse el pellejo en aquel partido presuntamente tan desigual para demostrar a todos que ellos estaban por encima de los demás. Menos de Miguel Ángel, claro…
—Me alegra mucho verle de nuevo, don Faustino.
Quien así se dirigió al viejo profe era Tomasa García, madre de Margarita, la “artista” de la clase.
—Mami, voy tres goles a marcar… —le dijo Margarita—. De penalti, uno.
«…Duro trabajo tengo por delante con esta chiquilla —pensaba don Faustino mientras daba dos besos a doña Tomasa—. Sobre todo para convencerla de que lo suyo, ser locutora de radio, no lo tiene fácil como siga hablando así».
—¿Qué tal, profesor? ¿Cómo va esa vida?
Quien ahora reclamaba la atención de nuestro hombre era Pedro López, el padre de Margarita. Don Faustino lo saludó con una sonrisa improvisada.
—Ya ve, aquí, haciendo el ridículo en esta tarde de fútbol. Si pudiera, saldría corriendo…
—No se preocupe. Todo irá bien. Aquí le presento al hermano de Marga. Está en cuarto de Primaria. Este sí que sabe de fútbol. A ver, Pedrito, hazle una demostración a don Faustino…
Antes de que el profesor pudiera objetar algo, como que tenía que ir urgentemente al servicio o que le llamaba el director, aquel mocoso vestido con una camiseta del Rayo de Mospintoles se puso a gritar como un poseso.
—¡Lleva la pelota Metzger, se desplaza hacia la izquierda del círculo central, la pasa a Piquito, este se revuelve entre dos contrarios y los deja planchados, de tacón se la cede a Chili, quien —ahora los gritos derivaron en rebuznos— se la devuelve por la derecha! ¡¡Piquito arranca en posición legal, dribla al defensa central forastero, se inclina hacia la izquierda, saluda al público y tira un pepinazo con el empeine de su prodigiosa pierna derecha que… se cuela por toda la escuadra!! ¡¡¡GOOOOOOL, GOOOOOOOOL, GOOOOOOOOOL!!!
» —Don Faustino, nos van a dar una paliza —el Sergio se olió la tostada—. La otra clase va a jugar sólo con los mejores jugadores y nosotros somos una multitud. —Si todos queréis jugar, todos jugaréis un rato.
Mientras Pedrito, rojo como un tomate, gritaba alborozado como si el gol estuviese produciéndose en esos momentos, todos los que estaban por allí cerca, padres, hijos y espíritus santos, prorrumpieron en una gran ovación. Su padre no cabía en sí de gozo.
—¡Qué pedazo de Matías Prats tengo en casa! —decía a quien le quería oír, o sea, a todo el mundo. Sólo don Faustino callaba como un muerto aunque la procesión iba por dentro. De todas las palabras que le vinieron a la mente y que se tragó enteritas por cosa de la buena educación y las mejores formas, se quedó con una: patético. Aquello que acaba de presenciar era patético.
Afortunadamente el dire Belmonte agarró en esos momentos el megáfono para anunciar el comienzo del partido. Don Faustino escogió a voleo los primeros siete jugadores y les deseó suerte.
—La vamos a necesitar, don Faustino. La vamos a necesitar… —dijo Rafa, pesaroso.
—Calla, cenizo, ni que fuésemos a la guerra… —replicó Martita, la delegada. Sí, la que estaba negada genéticamente para darle un atinado puntapié a una pelota. Pronto haría de las suyas…
(Continuará…)
- Escrito por Cogollo, publicado a las 13:10 h.
- Protagonistas: (ver la primera entrega)
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