—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

La batalla de las primarias (1)

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Por fin había llegado el día… María, por un lado, lo esperaba con ansia para que todo terminara cuanto antes, pero por otro temía que hubiera llegado demasiado pronto; no había modo de saber si este día llegaba en el momento que más convenía a sus intereses. Pero las primarias para las agrupaciones como la de Mospintoles habían sido fijadas por la dirección nacional del partido hacía tres meses sin tener en cuenta los condicionamientos locales.

» Como era lógico, la relación entre ambos se había ido enfriando, y en el ayuntamiento, poco a poco, comenzaron a notarse las diferencias.

Segis, el alcalde, que controlaba el órgano ejecutivo de la Junta local mospintoleña, se volvía a presentar sin rubor como el candidato oficialista. Ella, a pesar de haber ido como número dos en los últimos comicios, o quizá por eso, encabezaba al sector crítico. Crítico con una gestión inexistente que el votante ya había castigado al término del anterior cuatrienio, retirándole los apoyos en las últimas elecciones. El notable descenso de votos se tradujo en menor número de concejales y el partido había mantenido la mayoría absoluta de la que llevaba disfrutando desde que se volvieran a hacer con las riendas del municipio a mediados de los noventa por un escaso margen de sufragios. En algunos sectores saltaron las alarmas.

Ahora, pasadas las doce del mediodía, y tras una breve Asamblea que se había reunido en segunda convocatoria, como de costumbre, se había abierto la mesa electoral para que cada copartidario depositara uno de los tres votos posibles: o bien Segis, o bien María o bien en blanco. María Reina tomó asiento en la sala de reuniones en un punto desde el que se controlaba lo que ocurría en el despacho donde estaba ubicada la urna, supervisada por los tres comisarios enviados por la dirección regional y dos interventores por cada candidatura.

Tenía por delante cuatro horas en las que no se movería de allí, y se dispuso a repasar los acontecimientos que la habían llevado a esta situación, tensa pero esperanzadora.

Había aguardado dos años tras los últimos comicios para comenzar a mover piezas o a hacer que otros las movieran por ella. Durante ese ínterin se había ido rodeando de una camarilla que le iban a ser fieles y en los que podía confiar, siempre a cambio de algo, aunque fueran vagas promesas. Y había estrechado lazos con compañeros bien posicionados en el comité regional. También se había ido ganando el favor del pueblo con actuaciones particulares que no fueron del gusto de Segis y de la Junta Directiva Local que comandaba. Fue cuando la anécdota se convirtió en hábito que Segis comenzó a sospechar que el primer enemigo lo tendría en casa. El último movimiento importante y más trascendente de cara al público fue su aparición en el palco del Rayo el día del ascenso, habiéndose procurado previamente y de forma artera apartar a Segis de Mospintoles para ese día. Pero éste era el juego de la política, una batalla donde las reglas las pone uno mismo de forma imprecisa.

Como era lógico, la relación entre ambos se había ido enfriando, y en el ayuntamiento, poco a poco, comenzaron a notarse las diferencias. Sin embargo María estaba satisfecha porque ambos supieron guardar la compostura de cara al público y a los trabajadores municipales.

El distanciamiento se hizo patente cuando la dirección nacional del partido fijó fecha para la elección de candidatos municipales. Ahí se dio el pistoletazo de salida para todo tipo de manipulaciones, y ella no era mujer que se quedara atrás. Haciendo uso de los estatutos del partido, había presentado su candidatura avalada por un importante porcentaje de copartidarios.

No hubo más candidaturas críticas, lo que María agradeció pues le hubieran restado votos a ella; sabía que la votación iba a ser reñida… un puñadito de votos podría ser decisivo. Así pues había que movilizarse y controlarlo todo por extenso. Era preciso llegar a cada votante, e influir en ellos a fin de que cada uno a su vez influyera en su circulito de amistades dentro del partido.

El grupo de María –y la técnica empleada por Segis fue la misma– elaboró tres listas con el censo del partido. A un lado colocaron los que la apoyaban incondicionalmente y al otro lado los que sabían que apoyarían de la misma forma a Segis. De las personas de estas dos listas a penas había que preocuparse; la inmediatez y la cercanía hacían complicada la traición o la disidencia. Eso sí, había que tratar de no enemistarse con ninguno de sus incondicionales, cosa no tan sencilla como pudiera parecer. Cualquiera era capaz de atreverse a pedir futuras prebendas con la certeza de que sería escuchado en momentos tan delicados.

(Continuará…)