—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

La batalla de las primarias (3)

(Lee la entrega anterior)

Allí estaban, ante la urna donde cada afiliado depositaba su voto secreto, y que se iba llenando de papeletas poco a poco. Para las cinco de la tarde todo habría concluido. María, de perder estas primarias, saldría del ayuntamiento y su futuro político sería incierto, pues no tenía ningún otro cargo, a pesar de haberse procurado apoyos y simpatías en la dirección regional del partido. Pero ahora estaba sola. Sola ante el peligro… Si ganaba Segis, la dirección regional cerraría filas en torno a él. Así tenía que ser y así había sido siempre.

» —No se puede echar a un alcalde que ha ganado las últimas elecciones con mayoría absoluta –le había espetado acremente Galindo.

Segis también se jugaba algo más que su futuro político. De perder las primarias tendría que volver a la ventanilla del banco por espacio de cuatro años hasta que le llegara la jubilación. Y con los rumores de que la jubilación se extendería hasta los sesenta y siete años, la perspectiva de trabajar anodinamente siete años más no era nada halagüeña.

Mientras sonreía a unos, tenía palabras de agradecimiento para otros, y dejaba que Segis hiciera los recibimientos en la puerta de la sede, María comenzó a repasar los últimos acontecimientos.

Recordó una conversación que tuvo con Galindo, la mano derecha de Segis, cuando registró su candidatura en el partido:
—No se puede echar a un alcalde que ha ganado las últimas elecciones con mayoría absoluta –le había espetado acremente Galindo.

Segis había conseguido la mayoría absoluta con los últimos votos de un par de pueblos –ni siquiera había ganado en la circunscripción del barrio donde residía–, pero no quiso entrar al trapo:
—Olvidas que quien ganó las elecciones fue el partido… deja que sea el partido quien decida el candidato a la alcaldía.

El partido, siempre el partido, un ente informe que en ese momento puntual eran las bases, pero que luego, y por un espacio muy amplio de tiempo, el partido sería los dirigentes con mayor músculo político, los que crearan corrientes de opinión, los que supieran atraerse las simpatías de su entorno, los que supieran captar a otros menos líderes que buscaban, como pulgas, un perro que las llevara hasta su siguiente destino.

El partido sencillamente no existía; sólo era un grupo reducido de personas que desembarcaban en su órganos de gobierno, que manipulaban la opinión pública interna, y que lo hacían suyo con intención de perpetuarse, pero que podrían salir atropelladamente si una torpe gestión en momentos que el porvenir decidiría si eran trascendentes les ponía en el ojo de un huracán que barrería los órganos de gobierno afectados. Pero si sabían navegar sin dar fuertes bandazos quizá porque ninguna tormenta les salía al encuentro para ponerles a prueba, entonces el aparato del partido tendía a perpetuarse contemplativamente.

Y así había ocurrido con Segis y su grupo durante los últimos dieciséis años, dirigiendo el partido y el ayuntamiento. Las reuniones entre el grupo municipal y el órgano rector de la célula de Mospintoles habían ido desapareciendo. En palabras de Segis, “para qué voy a reunirme conmigo mismo si ya sé lo que estamos haciendo”. Era este despotismo lo que más odiaba María. Pero en su fuero interno sabía que ella, en la situación de Segis, hubiera actuado de la misma forma.

El bando de Segis, que dirigía la Junta local, les habían negado el censo actualizado del partido y ella debió recurrir por escrito a la dirección regional del partido. Los de Segis sabían que María se haría con el censo completo del partido en Mospintoles, nombres, apellidos, direcciones y teléfonos, pero una semana  perdida era suficiente para que ellos tomaran la iniciativa.

María había previsto esta jugada y por ello se había ido haciendo con una copia del censo, pero urgía la relación actualizada de votantes a fin de ajustar las cuentas. Ambos candidatos se habían ido ocupando de engordar las afiliaciones mediante su red de afines. Cada cual había tratado de afiliar a gentes que les eran próximas, sobre todo familiares que no les traicionaran. La posibilidad de afiliación con derecho a voto en las primarias se había cerrado cuando se fijó la fecha para las mismas y esa era la relación que importaba. Pero necesitaban conocer las posibles bajas de última hora y el total de altas aportadas por Segis.

El grupo del alcalde era el que tenía menos recorrido en lo que a nuevas incorporaciones se refiere, pues tenían más “tierra quemada” a su alrededor por el desgaste acumulado.

(Continuará…)