—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Los tres dinosaurios (4)

(Lee la entrega anterior)

—El señor López, don Melitón según su partida de nacimiento y documento nacional de identidad, es un tipo sin escrúpulos, frío y calculador, que ha visto en la presidencia del Rayo la oportunidad de ganarse favorablemente a la masa una vez que ya se ha ganado a algunos Ayuntamientos –Manolo parece tener bien aprendido su discurso anti-López–. Aunque sus mayores ingresos los tiene en la construcción, su intención es abrirse a otros negocios, máxime cuando hay la crisis que hay. Su relación con los gestores de esos Ayuntamientos es fluida porque sabe repartir muy buenas comisiones tras obtener ofertas ventajosas en ventas de terreno, recalificaciones a la carta, etcétera.

—¿Estás insinuando que el Segis y nuestro Ayuntamiento untan a López? –la pregunta de Ricardo viene muy al pelo.
—Estoy diciendo lo que todo el mundo sabe e intuye. Con el Ayuntamiento de Mospintoles López no ha obtenido todavía muchas ganancias porque aquí ha preferido recurrir primero al fútbol como medio de impulsarse aún más hacia adelante. Tiene una constructora de proyección nacional, una franquicia de inmobiliarias, una empresa de transportes y otra de paquetería, una empresa de vigilancia y seguridad privada, y ahora un equipo de fútbol al que los mospintoleños piensan enriquecer con el cuento ese de la segunda división y de que el equipo representa a la ciudad. Presidir al Rayo es un medio perfecto para ganar en popularidad y hacerse aún más rico y poderoso. El palco del Rayo va a ser un buen sitio para firmar suculentos contratos… privadísimos.
—No es nuevo ese aprovechamiento personal usando una importante posición pública y popular –don Faustino le da al coco–. Otros presidentes de clubes de fútbol lo han hecho antes. El problema es cómo se para a esta gente, cómo se le da un frenazo en seco a las ansias de poder y riqueza de un tipo al que seguramente la masa ve como un genio de las finanzas y de la gestión.
—El problema, Faustino, es que el señorito López va a pasar por encima de cualquiera que se le ponga por delante, una vez que tiene claros sus objetivos. Nada ni nadie le va a detener. Su próximo paso será apoderarse al completo de los medios locales de comunicación, desde la radio a la prensa escrita. Ya lo verás. Y mucho me temo que el siguiente será convertir al Ayuntamiento, bajo cuerda, en una empresa más de su patrimonio. Y, por último, ocuparlo directamente con la vara de mando.
—¡Anda ya, exagerao! –mientras Ricardo expresa su incredulidad, don Faustino mantiene un aire pensativo.
—López barrerá en unas elecciones municipales en cuanto desarrolle todo el plan que tiene previsto para los próximos años. No será el primer presidente de club que lo hace.
—¿Y tú cómo sabes todas esas cosas de López? Yo llevo viviendo en Mospintoles muchos años y hasta el otro día no vi el careto de este tipo por primera vez… En el campo de fútbol y gracias a los prismáticos…
—Ya te lo he dicho antes, Faustino: en la calle se aprende más que en los libros.

» Presidir al Rayo es un medio perfecto para ganar en popularidad y hacerse aún más rico y poderoso. El Palco del Rayo va a ser un buen sitio para firmar suculentos contratos… privadísimos.

—No has contestado a mi pregunta.
—Tengo buenos informantes en el bar, gente que trabaja en el Ayuntamiento, en el registro mercantil, en la policía. Alguno hay que conoce desde antiguo sus fechorías aunque no tiene pruebas, claro. Y junto a esta información está mi pituitaria, amigo, esa que huele las tostadas antes de meterlas en el tostador.
—Pues todo esto te lo has tenido muy calladito todas las veces que hemos hablado en el Bar –don Faustino sigue erre que erre en su incredulidad.
—¡Porque no te gustaba el fútbol, coño! Pero desde que le das palique al Piquito, te enrollas con Susana, la periodista, y vas a ver al Rayo al campo, yo creo que va siendo hora de ponerte en ciertos antecedentes.
—Conque Melitón. Melitón López. A fe mía que ese nombre me suena. No sé de qué, pero me suena. Igual que el otro día, cuando al verle la cara en el campo, me pareció haberla visto en algún sitio hace tiempo, mucho tiempo. Me parece que voy a tener que investigar sobre el asunto…
—Cuenta conmigo, Faustino…–le interrumpe Manolo, dándole una cariñosa palmada en la espalda.

(Continuará…)