—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Segundos fuera (3)

(Lee la entrega anterior)

Don Faustino no entendía nada de aquella feria. Una innecesaria y larga espera, una gratuita exhibición de carne femenina, la música a todo gas, y encima la gente fumando en la grada y en la cancha. Y todavía faltaban los talegazos en nombre de no recordaba qué marqués inglés según le había participado Manolo durante el trayecto en el lujoso BMW de Sebas. Manolo se había negado a ir en el utilitario de don Faustino y había insistido en que Matute les recogiera junto al Bar, pues los tres vivían en la zona norte de Mospintoles.

En ese momento se apagaron las luces y el speaker comenzó a presentar la velada. Se trataba de una reunión pugilística mixta con cuatro combates de boxeo aficionado y otros cuatro de profesionales. El público jaleó los nombres de los chicos del Mospintoles Boxing Club. “¡Qué ridículo esnobismo ponerle al club el nombre en inglés!”, pensó don Faustino, pero se mantuvo callado.

» En ese instante dos hombres de gesto grave, la cara brillante por el maquillaje, y vestidos con corrección se sentaron junto a aquella mesa.

Una vez que comenzaron los combates el tiempo pasó más rápidamente. Los amateur salieron a disputar sus combates equipados con la camiseta y el casco reglamentarios. A don Faustino aquello no le parecía que tuviera ningún arte. Los chavales pegaban para que no les pegasen… Se trababan en el centro del ring, a una distancia prudencial el uno del otro, y movían las manos como si fueran pequeños molinos de viento girando sus aspas. De vez en cuando una galleta se perdía y aterrizaba en la cara del antagonista. El público jaleaba sólo las tortas que daban los de Mospintoles. Se podía decir sin temor a equivocarse que aquel público era tremendamente parcial y que no asistía a disfrutar de espectáculo alguno porque, en verdad, no lo había.

Cuando terminó el cuarto combate así lo hizo constar don Faustino, y Manolo, paciente, le explicó:
—Mira Faustino, te lo voy a exponer en términos que entiendas. Si la escritura fuera un espectáculo los mejores calígrafos serían los profesionales. Estos que aquí ves son como los niños del parvulario haciendo sus primeros palotes.
—Pues mira tú, Manolo, que ahora sí que entiendo lo que me dices, porque esos palotes a los que aludes sí que los he visto aquí delante, sí –ironizó mordaz e intransigente don Faustino.
—Es un caso perdido —dijo Manolo a Sebas recostándose hacía atrás en su silla y hablando tras la espalda del profesor.

Sebas meneó la cabeza, ocupado como estaba en que su habano tirase, y como le arrimaba la tea a cada poco tenía a don Faustino más ahumado que un salmón.

Las localidades que les había proporcionado el Juanmi, casi al mismo precio que en la taquilla, eran de la fila doce en los laterales del ring, pero como había más sillas que aficionados se habían instalado en la fila tres, cerca de una mesa que parecía preparada para comentaristas de televisión.
—¿Y esa mesa ahí vacía? —se interesó don Faustino.
—Es para los del Canal Plus, que retransmiten los combates profesionales –informó Sebas.
—¡Vaya!, así que el Juanmi boxeará en directo para toda España. A ver si gana —conjeturó Manolo.
—Seguro. Es un hacha. Y tiene un gancho que en cuanto lo suelte…
—¿Le has ido a ver más veces, Sebas? —quiso saber don Faustino.
—Qué va… Es lo que dicen en el taller.
—Oye, Sebas —llamó Manolo—, ¿con esos del Canal Plus no está Gómez Fouz?
—Creo que sí… Yo la verdad es que el boxeo español no lo sigo mucho.

En ese instante dos hombres de gesto grave, la cara brillante por el maquillaje, y vestidos con corrección se sentaron junto a aquella mesa.
—Mira Manolo, ahí tienes a Gómez Fouz y Esteban Cuesta —advirtió Sebas.
—¿Lo conoces? —interrogó don Faustino a Manolo.
—A Gómez sí. Coincidimos en algún campeonato de España de aficionados, yo era semipesado y él debía ser ligero. Luego fue campeón de Europa profesional de los superligeros. Cuando venía a pelear a Madrid no me perdía ninguno de sus combates, allá por mediados de los setenta. ¡Jo!, qué combate libró con el grandísimo Miguel Velázquez. ¡Qué fino era el Gómez!

(Continuará…)