Del aula a la concejalía (1)
Don Faustino llevaba un buen rato sentado en su coche –el que fuera propiedad del difunto Remigio– frente al Complejo Deportivo Mospintoles-2, pensando con qué actitud se presentaría en aquellas oficinas, cavilando sobre cómo abordaría la papeleta de sentar una imagen, un estilo que debía diferenciarle durante los próximos cuatro años.
Rememoró la reunión que tuvo lugar diez días antes, donde se discutió la delegación que haría la alcaldesa de las responsabilidades municipales. Las urnas les habían otorgado la mayoría absoluta, superando las expectativas más optimistas, convirtiéndose esta confianza en una nueva plusmarca electoral. Se trataba allí de asignar (repartir más bien) las concejalías entre los ediles del equipo de gobierno.
«¡Maldita sea!», masculló malhumorado el profesor, al tiempo que, furibundo, golpeaba el volante. Había accedido a acompañar a María Reina en su campaña electoral, pero antepuso como condición figurar en un puesto que no fuera concejalable al objeto de evadirse de cualquier responsabilidad posterior. El dichoso récord electoral le había convertido en edil.
» —El partido le necesita, don Faustino –zanjó María–, no puede usted negarse.
A la reunión, que con tan mohíno talante rememoraba ahora, había acudido con la firme convicción de no asumir compromiso alguno. Era el último concejal electo del partido, y las concejalías debían repartirse entre los primeros munícipes. Pero alguien halagó su vanidad, y luego otro compañero le retó, más tarde hubo otra propuesta, y finalmente María apeló al consabido “el partido le necesita, don Faustino”. Si el orden hubiera sido otro, tal vez lo hubiera visto venir, pero… Aún le escocía haberse dejado embaucar.
Cuando don Faustino se negó a asumir ninguna concejalía fue el tonto del haba de Alfonso quien recordó a los presentes que el profesor se había alejado de los planteamientos del partido en el último mitin antes de los comicios yendo por libre, y en consecuencia debía asumir algunas de las áreas sobre las que había disertado tan campechanamente. En realidad el enervante Alfonso le estaba tirando a los pies de los caballos, proponiendo que el profesor compaginara su idea personal, que tan alegremente había compartido con el auditorio, y el programa del partido. Aquella falta de respeto no estaba en el guión, lo que exasperó a don Faustino. “En este punto”, pensó el profesor en la intimidad de su berlina, “es cuando debí darme cuenta de que estaba de regreso en el asqueroso mundo de la política”.
Luego alguien propuso que asumiera al menos la concejalía de Educación, pero don Faustino se salió por la tangente con una historia que le permitieron narrar:
«Permitan los presentes que les ilustre con un relato del que a buen seguro obtendrán interesantes conclusiones. Ocurrió hace unas tres legislaturas, en un conocido lugar turístico bañado por un frío mar. El concejal de Seguridad Ciudadana regentaba un negocio familiar desde hacía bastantes años: su empresa surtía de bebidas y otros consumibles a los bares del municipio y su zona de influencia. En aquellos años se dio una protesta social por la permisividad con que se trataba diariamente a los discobares y discotecas, consintiendo que cerraran mucho más allá del horario legal con la peregrina idea de que así se incentivaba el turismo. Es sabido que el derecho al descanso prevalece sobre el derecho al ocio, máxime si no se trata de un ocio saludable y si el descanso es necesario para rendir al día siguiente en el puesto de trabajo. Sea como fuere, nuestro concejal, instado por el gobierno autónomo, organizó un día jueves una reunión con los propietarios de estos negocios nocturnos para hacerles saber que las contemplaciones con el horario de cierre eran cosa del pasado y que a partir de ese mismo fin de semana cada cual debía cerrar dentro del horario para el que tuviera concedida licencia. Hubo protestas, y no faltó el agorero apocalíptico que sostuvo que aquello supondría la quiebra del sector, pero se les contestó que la ley estaba para cumplirla. Al día siguiente por la mañana nuestro concejal reemprendió las labores que le daban de comer. Como en este pueblecito todo el mundo se conoce por su nombre de pila y la confianza entre los lugareños es proverbial, el proveedor accedió directamente al almacén de un pub mientras el dueño, un joven emprendedor de poco más de 20 años, realizaba labores de limpieza en el establecimiento. Subió a ver al muchacho cuando tuvo el inventario, y le dijo que precisaba unas cuantas botellas de determinados licores y varias cajas de refrescos para las mezclas. El chaval se le quedó mirando, como sorprendido, y le dijo que debía haberse equivocado en sus cuentas, porque no era posible que necesitara tales cantidades. El proveedor repasó su lista y afirmó que esa cantidad era la que siempre dejaba en el almacén para el fin de semana. “Debes estar confundido”, dijo con calma el dueño mientras colocaba los vasos, “porque si tengo que cerrar a las tres de la mañana no voy a vender ni la mitad de todo eso. No me traigas nada que con lo que tengo me arreglaré”. El concejal proveedor entendió, quizá a tiempo, que no debió haber mezclado la política con la olla que le procuraba el sustento».
—No seré tan temerario de buscarme enemigos entre mis compañeros de profesión –concluyó don Faustino.
—Asuma entonces las concejalías de Cultura y Deportes, que en su discurso del último mitin gustaron su propuestas (1) y todos estamos deseosos de ver cómo avanza nuestra ciudad –ironizó Alfonso, a quien incomodaba la presencia del profesor en aquella elite.
—Muchas gracias, pero no va a poder ser –se disculpó don Faustino–. Yo sólo iba de relleno y la casualidad ha querido que esté aquí sentado; no tengo intención de asumir ninguna responsabilidad. Soy el último concejal electo del partido, y sois los primeros espadas quienes debéis desempeñar concejalías tan importantes.
—La casualidad no, don Faustino –prorrumpió María desde la cabecera de la mesa–, es el pueblo quien lo ha querido. Yo diría que el pueblo deseaba que usted fuera concejal por su saber hacer y su demostrada capacidad de gestión. Será usted, guste o no guste en ello, concejal de Cultura y Deportes. Además, debo confesar que a mí también me gustaron sus propuestas para estas dos áreas. Ahora tendrá usted ocasión de llevarlas a la práctica.
—Quedo muy agradecido por esta muestra de confianza –comenzó a excusarse el profesor–, pero lo cierto es que no voy a disponer del tiempo…
—El partido le necesita, don Faustino –zanjó María–, no puede usted negarse.
[Continuará…]
NOTAS:
- Escrito por Mirliton, publicado a las 08:30 h.
- Protagonistas: ·Don Faustino
- Escenarios: el ayuntamiento, el complejo deportivo
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