—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Del aula a la concejalía (3)

(Lee la entrega anterior)

Don Faustino no podía postergar más su presentación como concejal en el complejo deportivo, así que allí estaba, aporreando de nuevo el volante de su coche y dispuesto a no dejarse llevar por juicios prematuros. Conocía a Iluminada de vista y recordaba vagamente haber cambiado impresiones con ella en el pasado. Había decidido no anunciar su llegada y jugar así con el factor sorpresa, pero de seguir allí parado, al otro lado de la avenida, frente al pórtico de entrada, sin decidirse, la sorpresa no tendría lugar.

Quizá fuera mejor esperar a mañana, y abordar la situación con alguna nueva información que viniera en su socorro. La verdad es que no se había hecho una imagen muy positiva de la gestión de Iluminada.

» —No me he anunciado –cortó don Faustino, que no tenía pensado dar más explicaciones–.

Pero como diferir el momento del encuentro no era ninguna solución, finalmente se decidió a cruzar la calle. El primero que le vio llegar fue Agustín, el encargado de aquellas instalaciones, que hacía algunas horas por las mañanas, y salió a su encuentro.
—Don Faustino… Bienvenido. No hace falta decir que estamos a su disposición.
—Gracias, Agustín. Me gustará hablar contigo a solas dentro de unos días, sin que nadie nos moleste. Pero creo que el protocolo impone que antes vea a Iluminada, aunque sólo sea para no levantar suspicacias.
—Por supuesto. Pero no me ha comentado que le estuviera esperando…
—No me he anunciado –cortó don Faustino, que no tenía pensado dar más explicaciones–. Otra cosa, Agustín, me gustaría disponer aquí de algún despachito sin tener que desalojar a nadie. ¿Crees que será posible?
—Algún espacio queda que podríamos habilitar, pero sería pequeño.
—Con nada me arreglaré. Sólo quiero un lugar para poder charlar con cualquiera cuando la situación lo requiera. Sin molestar y sin ser molestado… y sin ser visto, si es posible.
—Después de ver a Iluminada, si quiere, le muestro un par de cuartitos que podrían servir para lo que usted busca, si es que le he entendido bien. Entre tanto puede disponer de mi despacho. Está algo desordenado, pero…
—Tranquilo, Agustín. No hay prisa –dijo don Faustino levantando una mano para hacer callar al voluntarioso encargado. En ningún momento su servicial disposición pareció cortesana. Agustín no era un paniaguado; era educado y muy apreciado por los usuarios–. Supongo que tenemos cuatro años por delante, así que no hay prisa.
—Hombre, don Faustino… Habremos de habilitar ese despacho mucho antes –dijo Agustín permitiéndose cierta chanza con el profesor, que fue acogida de muy buen grado por éste, y le recompensó con una afable sonrisa y poniéndole la mano en el hombro en señal de confianza.
—Me gustaría ser un concejal asequible a los usuarios y a los trabajadores, comprensivo y eficiente. Pero supongo que inevitablemente habrá momentos en los que tengamos que discutir, Agustín.
—Discutir no es reñir, don Faustino. Se lo he oído decir muchas veces.
—Pues ahora he de ir a ver a Iluminada…

Y diciendo esto el profesor se encaminó, escaleras arriba, hacia el piso superior, donde se encontraban las dependencias administrativas. Una vez allí localizó sin trabajo la puerta de Iluminada, la gerenta. A la derecha, antes de entrar, quedaba un gran panel de corcho adosado a la pared. Don Faustino no frecuentaba aquel lugar, por lo que se detuvo a examinar los anuncios allí expuestos, quizá retrasando el momento de entrevistarse con Iluminada. No llevaba allí medio minuto cuando se abrió bruscamente la puerta.

[Continuará…]