La odisea (de don Faustino) (3)
(Lee la entrega anterior) |
«…¿Por qué?»
La pregunta estuvo corroyéndole el cerebro durante todo el trayecto pese a que el taxista, muy amablemente, le quitaba hierro al asunto.
—Consuélese que ha sido la grúa y no los amigos de lo ajeno. Bueno, tampoco es que los de la grúa sean hermanitas de la caridad, pero al menos el coche lo tiene a buen recaudo. Eso sí, los cien euros no hay quien se los quite por llevarse de nuevo lo que es suyo.
Cuando llegaron a las puertas del depósito, el taxista preguntó a don Faustino si quería algo más (se nota que la curiosidad le picaba) pero el profesor le pagó la carrera religiosamente, propina incluida. Tras preguntar a varios empleados que sesteaban por allí, se acercó al mostrador que le indicaron.
» Le comprendo pero nosotros no podemos darle una respuesta satisfactoria. El coche no puede salir del depósito porque es un coche robado.
—Efectivamente, su coche ha sido retirado del lugar donde se encontraba aparcado hará cosa de unos veinte minutos.
—Pero estaba perfectamente aparcado…
—Sí, eso dicen todos…, pero en su caso… tiene razón. La policía nos ha dicho que el coche figura como robado.
—¿¿Cómo??
A don Faustino los ojos casi se le salieron de las órbitas ante tamaña sorpresa.
—¡Pero eso no puede ser! ¡Lo he comprado hace poco y a un amigo de toda confianza! Tengo toda la documentación en regla, incluyendo la transferencia realizada en Tráfico. Aquí tiene que haber un error muy gordo…
—Le comprendo pero nosotros no podemos darle una respuesta satisfactoria. El coche no puede salir del depósito porque es un coche robado…
—¡Sí, robado por la grúa municipal! –dijo don Faustino, bastante cabreado.
—Tranquilícese, amigo. Vaya usted a la Policía Municipal. Es ella la que ha ordenado la traída de su coche a este depósito y será ella la que pueda devolvérselo si es que, como usted dice, todo está en regla.
Don Faustino seguía sin entender nada, pero la respuesta de aquel tipo le hizo sentirse mejor. Pronto saldría de dudas al explicarle los municipales por qué habían retirado su coche de la vía pública. De lo que sí estaba seguro era de una cosa: él no había robado ese coche. Y tampoco Matute.
En esos momentos le vino a la mente un nombre: Remigio. Sí, el coche había pertenecido a Remigio, aquel tipo que hacía unos meses a punto estuvo de apuñalarlo a él y al joven profesor de gimnasia en un pasillo del Instituto (1) y que varios días después se ahorcaba en su casa dejando huérfano a un chaval adolescente. Días antes de aquellos dos sucesos había dejado su coche, un Audi, en el taller de Matute con el encargo de que le buscase comprador. Mira tú por dónde, el comprador fue el propio don Faustino tras comprobarse judicialmente que la venta era posible. ¡Y ahora resulta que aquel coche era robado! Sí, el tal Remigio había sido un cabronazo de los pies a la cabeza pero si era robado, ¿por qué Tráfico no había puesto impedimento alguno a la transferencia de dueño? ¿Y por qué el Juzgado tampoco puso pegas?
Cuando estuvo de nuevo en la calle, don Faustino esperó pacientemente que pasara por allí un taxi. Cuando por fin lo divisó en la lejanía de la avenida pensó que pronto acabaría aquella pesadilla y que, de nuevo en su Audi, porque era suyo y de nadie más, regresaría al hotel y seguiría sus placenteras vacaciones. ¡Qué equivocado estaba nuestro protagonista!
[Continuará…]
NOTAS:
- Escrito por Cogollo, publicado a las 08:30 h.
- Protagonistas: (ver la primera entrega)
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