Los colores son los colores (2)
(Lee la entrega anterior) |
Cuando llegaron a la puerta de salida Peláez, prudente y educado, preguntó a López si deseaba ser acompañado hasta donde la periodista se encontraba.
—Sí, por favor. Tal vez me sea usted de utilidad. Parece ser que la chica no puede acceder al estadio e ignoro el motivo.
Peláez no se hizo de rogar, y tras dar privadamente unas instrucciones al servicio de orden de la entidad que vigilaba aquella puerta, acompañó a López hacia el descampado. No habían abandonado la zona adoquinada y ya divisaron a lo lejos tres ambulancias y dos coches de la Policía Nacional. Un furgón antidisturbios del mismo cuerpo estaba algo más alejado; las ambulancias abandonaban en aquel momento el descampado, con los rotativos de urgencia prendidos. Peláez perdió por un momento su comedimiento:
—Parece que ha sido grave —dijo con un deje de preocupación por primera vez desde que abandonaron el palco.
» —Es que aquí, su amigo de usted, ha ocasionado serias lesiones a tres ciudadanos…
En breves segundos se llegaron al lugar del asalto sufrido por Susana. La joven, al ver llegar a López se adelantó hacia él. Tenía la camisa y el chaleco ensangrentados y lucía un tremendo apósito sobre su ceja izquierda.
—¡Chiquilla!, ¿qué ha pasado? —exclamó López cuando estuvo junto a Susana—. ¿Estás bien? —añadió al tiempo que la abrazaba protectoramente.
Susana relató a los recién llegados lo sucedido, poniéndoles al corriente.
—Yo puedo entrar al estadio, pero he de personarme en la comisaría nada más acabe mi trabajo. Pero me temo que el ciudadano que me ha salvado, que venía de Mospintoles a ver el partido, va a tener problemas. Insisten en que les acompañe inmediatamente para tomarle declaración y para que el juez de guardia decida si su reacción ha sido desproporcionada y se le imputa un delito de agresión con arma blanca.
—¿Y dónde está ese caballero? —preguntó López.
—Esto es inaudito. Deberían condecorarle por su acción —se indignó Peláez.
—Está en el furgón antidisturbios.
—¿Podríamos hablar con el oficial al mando? —preguntó Peláez a uno de los números de la Policía nacional allí presentes.
—Está hablando con el caballero en el furgón celular—informó éste.
Ambos directivos, acompañados por Susana, y escoltados por los agentes que allí se encontraban, se encaminaron hacia el furgón. Cuando llegaban se abrió la puerta lateral y bajaron dos hombres.
—¡Matute! —profirió López sorprendido.
—¡Inspector Pina! —Peláez saludó con sorpresa al oficial.
—¿¡Usted aquí!? ¡No! ¿¡Es usted quien se ha peleado con los ultras!? —preguntó López sin esconder su admiración.
—¡Qué suerte encontrarle a usted aquí en estos momentos! —exclamó a su vez Peláez, mucho más calmado que López.
Susana olvidó que López conocía personalmente al dueño de Talleres Matute —la publicidad del Rayo con el negocio de Sebas para recabar apoyos económicos entre la población de Mospintoles con vistas en su transformación en sociedad anónima deportiva fue muy comentada en toda la ciudad—, y se había ahorrado explicaciones. Por su parte el inspector Pina era un viejo aficionado al equipo de su ciudad, y acudía gustoso al estadio los días de partido para prestar servicio. Aunque algunos días, como hoy, no podía disfrutar del partido.
El inspector Pina fue puesto al corriente de la situación. López era el presidente del Rayo de Mospintoles, Susana era la directora del órgano de comunicación del club, y Matute era un empresario mospintoleño, casado con la teniente de alcalde para más abundar. Pina, que tenía ganas de ver el partido y dejar los trámites burocráticos para cuando acabara el encuentro, no tuvo objeción en dejar que Matute accediera al campo bajo palabra de Peláez, del presidente López y del propio Matute, de que al término del encuentro se personaría en las dependencias que la policía tenía en el interior del estadio. Y se comprometió a mediar para que el juez dejara partir a Matute sin retenerle más que lo estrictamente necesario.
—Es que aquí, su amigo de usted, ha ocasionado serias lesiones a tres ciudadanos… hasta que la chica no denuncie y declare en comisaría que fue asaltada y el caballero corrió en su auxilio y que dadas las intenciones de estos impresentables que le superaban en número se vio obligado a emplearse con contundencia —soltó Pina de una tacada, más informando a Matute de cómo debía declarar al término del partido que hablando con López.
—Entendido, inspector —terció Peláez—. Y si tiene a bien pasarse por el palco durante el descanso, hay un servicio de catering en el que será usted bienvenido, como siempre. Allí podremos hablar con más calma… del desarrollo del partido —insinuó el directivo.
—Correcto —suspiró Pina, que ya se había decantado por ayudar a los conocidos de Peláez.
(Continuará…)
- Escrito por Mirliton, publicado a las 12:17 h.
- Protagonistas: (ver la primera entrega)
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