—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Nace El Mesías (4)

(Lee la entrega anterior)

De camino a la oficina del banco donde trabajaba Segis, el ex alcalde, Sebas iba rumiando cambiar el nombre de la peña, simplificando la doble ese, con lo que quedaría como “Peña barcelonista El Mesías, de Mospintoles”. La verdad es que así se iban a evitar una constante corrección del nombre en los medios de comunicación… Porque la peña debía nacer a plena luz del día, sin esconderse ante la población. No quería que se convirtiera en un movimiento cuasi clandestino, en algo oscuro y secreto. No tenían nada de lo que avergonzarse.

» Empezaba a entender por qué María volvía a casa de mal humor cada vez que tenía reunión con Segis.

Cuando llegó al banco donde Segis había vuelto a trabajar le encontró en un despachito. El banco había tenido a bien no colocar a un ex alcalde de la ciudad en la ventanilla que había dejado hacía dieciséis años. A buen seguro la agenda de contactos de Segis podría beneficiar a la entidad, y la experiencia adquirida en el ámbito de la gestión no podía desaprovecharse en un anodino puesto laboral.

Así que Sebas llamó a la puerta del despacho y entró. Se encontró a Segis de muy buen humor. ¿Pero por qué habría de estar disgustado? Había ascendido de puesto, seguro que en el banco le escuchaban, y se había quitado un montón de problemas de encima.
—¡Hombre, Sebas! Bienvenido. Te estaba esperando.
—¿A mí? –Sebas se mostró sorprendido. Sin duda era una treta de Segis, una estratagema comercial perfectamente estudiada.
—Ya sé a qué vienes a verme. Pero pasa y cierra la puerta. Siéntate y cuéntame cómo va lo de la peña.
—Veo que las noticias vuelan.
—No te me hagas el sorprendido. Bien que te has dedicado tú durante toda la semana a airear la idea por todo Mospintoles.
—Bueno, la verdad es que sí. Pero no creí que te hubiera llegado tan pronto.
—Sebas, coño; he dejado de ser alcalde, pero sigo viviendo en el mismo sitio, y sigo saliendo a tomar mis Riberas del Duero por los mismos bares. ¿Qué idea te habías hecho, cabrón? ¿Creías que iba a desaparecer en mi casa?

Sebas estaba poniéndose de mala leche ante el hecho de que Segis pensara por él. Y la verdad era que sí, que estaba acertando. No tenía muy claro qué idea se había hecho de la nueva vida de Segis, pero sí que había algo de cierto en lo que decía el ex alcalde: al desaparecer del Ayuntamiento era como si hubiera desaparecido de la vida de Mospintoles.
—Pues no sé muy bien qué idea me había hecho, Segis —se sinceró Sebas–. A decir verdad, al no verte tan a menudo como antes, había dejado de pensar en ti. Pero ya veo que te va de puta madre –contraatacó–. A decir verdad parece que te va mejor que antes. Se te ve más rejuvenecido y más jovial.
—Me he quitado un gran peso de encima. Y ahora tengo más tiempo para estar con mi familia. Y todo debo agradecérselo a tu mujer. Ahora serás tú el que pague por verla –la pelota volvía al campo de Sebas–, y yo he recuperado a mi familia. Lo siento pero no te envidio.
—No he venido a que me arregles la vida ni a arreglar la tuya Segis. Dejemos esta tontería de tirarnos los trastos a la cabeza como si no nos importara. Yo nunca he apoyado la carrera política de María, simplemente la he dejado hacer, y sabía muy bien lo que me esperaba si salía elegida alcaldesa. Lo vuestro no es cosa mía, y me gustaría que dejaras a un lado las diferencias que puedas tener con mi mujer. Yo no tomé parte en sus decisiones.
—No vamos a discutir de eso ahora Sebas. Porque en ningún momento he pretendido ofenderte, sólo hacerte ver el gran favor que me habéis hecho. Yo estaba muerto para mi familia, y ahora me han recuperado. Tengo tiempo de pasear con mi mujer, e ir a ver a mis hijos, y jugar con los dos nietecitos que tengo.
—Pues me alegro mucho por ti, Segis, pero dejémoslo estar. Yo he venido, como ya me has dicho que sabes, por lo de la peña del Barça.
—¿Y por qué no has venido antes por aquí? ¿Por qué me has dejado a mí para último lugar?
—A ti y a Octavio Hermosilla. Pero no es que os haya dejado en último lugar, es que no me era posible ver a todos a la vez.
—Pues eso te digo, ¿por qué no has venido a verme a mí antes que a otros?
—Porque he pensado, igual equivocadamente –Sebas estaba incómodo con la conversación desde el principio, y ahora se veía haciendo malabarismos verbales para no mandar a tomar por el culo a Segis… “todo sea por la peña”, pensó…– que no te gustaría arriesgarte a dar un paso en falso sin saber si la peña contaba con adeptos.
—Pero si ya te he dicho que ahora soy un ciudadano más, y además un ciudadano feliz. ¿Por qué iba a ser un riesgo para mí formar parte de una peña blaugrana?
—¡Y yo qué sé, Segis! A lo mejor te creaba problemas en el banco, porque seguro que te has dado cuenta de que la peña va a ser impopular en Mospintoles desde el primer día.
—Humm… Ahora entiendo… ¿De verdad te estabas preocupando por mí? Eres todo un amigo, Sebas.

Esto era la gota que colmaba el vaso de la paciencia de Sebas… Empezaba a entender por qué María volvía a casa de mal humor cada vez que tenía reunión con Segis.
—Bueno Segis –dijo Sebas levantándose–, has de decirme si quieres salir del armario en Mospintoles. Somos cerca de treinta a…sociados. Y no creo que haya muchos más por aquí.
—Pues no sé qué decirte, Sebas. Me gustaría mucho, pero veo que ya te vas y aún no me has explicado cuáles son los objetivos de la peña, y con quienes se cuenta, y quienes serán los que la dirijan.
—He venido sólo para averiguar si estabas interesado. Si lo estás, te convocaré a una reunión en la que se hablará de todo eso. Si no lo estás, dímelo porque de verdad que tengo algo de prisa.
—¿Prisa? Pero si no llevas aquí ni cinco minutos. Yo creía que querrías tomar un vino conmigo…
—Mira Segis, me tomaría todos los vinos del mundo contigo, pero hoy no va a poder ser. Como veo que te lo tienes que pensar, llámame al taller si estás interesado y te enviaré la convocatoria por escrito.
—¡Por escrito! Pero si yo creía que íbamos a ser una veintena de amigos. Y que las formalidades iban a estar de más…
—Se me hace tarde, Segis, lo siento. Me he escapado sólo para verte en persona. Seguro que sabes apreciar mi gesto.

Sebas salió velozmente de la oficina y de la sucursal. Tenía los nervios crispados. Le hubiera gustado abofetear al capullo del Segis. O mejor, haberle derribado a puñetazos… por todos estos años. Pero supo contenerse. Lo mejor sería que Segis no formara parte de la peña.

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[Continuará…]