—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Sorpresas te da la vida (5)

(Lee la entrega anterior)

El Bar Manolo estaba casi vacío. En la barra dos clientes habituales charlaban sobre las altas temperaturas del día mientras que en el reservado se veía muy animados a don Faustino y Sebastián Matute. Manolo se les acercó a entablar palique.
—En este maldito país –argumentaba Matute– la mayor parte del empleo depende de la mediana y pequeña empresa. Esa a la que tienen acribillada a impuestos y leches. Por eso estamos en la más completa ruina.

» Don Faustino estaba hasta el copetín de la dichosa pelota. Durante todo el curso escolar el casi exclusivo tema de conversación entre los alumnos, entre los profesores y entre todo el mundo había sido el de los partidos del Rayo y la lucha titánica entre el Real Madrid y el Barcelona.

—No lo dirás por ti, que acabas de enrollarte con la Mercedes Benz… –le dijo Manolo, envidiosillo.
—Ya he puesto el letrero en el taller pero todavía no me fío del todo de estos alemanes. Mira la que han montado con el veto a los pepinos españoles. ¡La madre que los parió!
—Es que están muy cabreados –replicó Manolo, esta vez en plan irónico– porque no ganan nada al fútbol mientras que los españolitos se lo llevan todo.
—Pues sí, macho. Han llegado a semifinales de la Champions con el “Shalke 04” y gracias. Quiero decir, gracias a que el españolísimo Raúl jugaba en el equipo ese de los mineros…
—¡Por favor, no quiero volver a oír hablar de fútbol hasta que empiece de nuevo la Liga! ¡Qué coñazo con el dichoso fútbol!

Don Faustino estaba hasta el copetín de la dichosa pelota. Durante todo el curso escolar el casi exclusivo tema de conversación entre los alumnos, entre los profesores y entre todo el mundo había sido el de los partidos del Rayo y la lucha titánica entre el Real Madrid y el Barcelona. Así que no estaba dispuesto a seguir por esos derroteros ahora que veía muy cercanas sus vacaciones. Por otro lado, su cabeza no paraba de darle vueltas a la inminente reunión que iba a tener con María Reina y otra gente del partido… político, tras haber ganado las elecciones municipales. No tenía la más mínima intención de ocupar algún puesto de responsabilidad en el Ayuntamiento pero eso no impedía que tuviera la mosca detrás de la oreja.

—A ti –dijo Manolo, mirando de hito en hito a don Faustino– lo que de verdad te amarga es que hayas salido elegido en las elecciones y ahora no sabes qué hacer…
—Pues María lo tiene claro –saltó Sebas, como movido por un resorte–. Si los mospintoleños han votado tan en masa al partido ha sido porque deseaban que el profesor entrara en el Ayuntamiento para echar una mano.
—Va, muchachos, prefiero hablar de fútbol… –dijo don Faustino, encogiéndose de hombros, pero Manolo no le dejó acabar la frase.
—En menudo follón te has metido. Y no será que no te avisé, ¿recuerdas? “No vas a poder eludir tu cita con el destino. Apostaría a que si fueras el último de la lista saldríais elegidos los veinticinco”. Así que no le des más vueltas y acepta lo que el pueblo te ha encomendado.

Don Faustino se encontraba con un –para él– grave dilema en esos últimos días previos a la constitución del Ayuntamiento. Su vida rutinaria y tranquila había sido sacudida de golpe por el destino electoral –y todo por no saber decir que no a María– y quién sabe si daría un giro total de tener que asumir alguna concejalía. Los ciudadanos lo daban por hecho pero sus allegados y conocidos sabían de sus dudas y miedos, sabían lo mal que salió del Ayuntamiento cuando estuvo de concejal en los primeros años de la transición, cuando era un honor participar en la consolidación de la joven democracia española. Ahora las cosas estaban tan torcidas –bastaba ver a los jóvenes y no tan jóvenes del movimiento de protesta del 15-M– que formar parte de un gobierno municipal era juzgado con durísimas críticas.

Manolo decidió retirarse de la conversación que mantenía en el reservado pues vio que su amigo –curiosamente– hoy tenía cara de pocos amigos. Regresó de nuevo a la barra donde los dos fieles parroquianos seguían hablando del tiempo.

—Pon otras dos cervezas, Manolo –dijo el que parecía con más don de gentes.
—Gastáis menos que Tarzán en corbatas. Yo pensé que me ibais a pedir dos riojas del 99 y un plato de gambas de Huelva.
—Estamos en crisis, joder, que no te enteras, Manolo…
—¿Que no me entero? ¿Que no me entero?

Aquella ironía –en respuesta a la previa de Manolo– le sentó a este como una patada en sus partes menos nobles. Alzó los brazos al cielo pero pronto los bajó porque comprendió que estaba metiendo la pata.
—No ha sido mi intención… –dijo el cliente, disculpándose.
—Lo que pasa es que el cabreo del viejo se me está contagiando.
—Don Faustino, ¿verdad? –preguntó el otro parroquiano, el que parecía más tímido pero más cotilla.
—Cualquiera, en su lugar, daría saltos de alegría y ahí lo veis: taciturno y cabizbajo porque teme volver a entrar en el Ayuntamiento como concejal. Hay días que no le entiende ni su padre, que en paz descanse. Pero no le digáis nada de esto, por favor. Soy su mejor amigo, lo conozco como la palma de mi mano y estoy seguro que sabrá tomar la mejor decisión.
—Buenas tardes, señores…

(Continuará…)