—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

El dichoso fútbol: monólogo (4)

(Lee la entrega anterior)

Por fortuna el circo y cisco acaba poco más allá de las dos horas. Entonces, si el partido es de alguna final de campeonato, cada mochuelo se va a su olivo, los perdedores recogen una medallita de la Virgen de la Consolación, los ganadores se dedican a dar saltos como saltimbanquis y las autoridades estrechan las sudorosas manos de los gladiadores, envidiándoles su popularidad. Mientras estuvieron corriendo por el césped el país (14 millones de hipnotizados, según las estadísticas habituales) se olvidó de insultar a quienes lo representan en capitales, ciudades, pueblos, cortijos y villorrios ejerciendo el oficio más viejo del mundo: la política. Los aficionados regresan a sus ciudades respectivas en espera del siguiente asalto y aquí paz y después gloria, quiero decir, que todavía habrá un par de semanas más de tabarra con los goles marcados o que pudieron serlo, con las patadas, los errores arbitrales, y últimamente, el show de los entrenadores. El filósofo Pep consolará a los suyos con una verdad de Perogrullo, “la vida no es ganar siempre”, si perdieron el partiducho, y si lo ganaron dirá que lo han hecho ante un equipazo. Don Mou, si gana, no dirá ni mou, pero si pierde meterá el dedo en el ojo de cualquiera que ose mirarle. El hombre, premio Nobel de la Soberbia, ante un micrófono, es más peligroso que un cirujano ciego.

» Pongan ustedes la radio un día de partido importante y les saldrán callos en las manos de tanto mover la rueda del dial en busca de una emisora que informe de otra cosa.

¡Hay que ver lo que puede dar de sí que 22 tíos se peleen por una pelota, bajo la atenta mirada de un tipo al que llaman árbitro y con el clamor de miles de parroquianos que acuden al campo a celebrar la Eucaristía con sus dioses terrenales, San Messias y San Cristiano!

Luego la prensa destripará y destrozará el encuentro contando todo lo sucedido como si nadie lo hubiera visto. Y, entre los latiguillos al uso, sacará ese mantra de que la Liga Española es la “mejor del mundo”. Todo será una burda exageración pero si cuela, cuela, oyes. No sé cómo no se les cae la cara a cachos a los que lo dicen, sean periodistas, futbolistas, dirigentes o señoras de la limpieza de la Federación Española de Fútbol. Tan a menudo se tiran el farol que al final hasta hay gente que se lo cree.

Pero, ¿es la Liga española la mejor del mundo, tal y como rezan sus voceros de chichi y nabo? Pues no, amiguitos. La mejor Liga del mundo no se define así porque en ella, a golpe de talonario, jueguen los dos “mejores” jugadores del mundo. Eso de “mejores” habría que verlo porque el furbo es un deporte colectivo y ni Messi ni Ronaldo, de jugar en un equipo del montón, lo serían pues los goles, las jugadas, los desmarques, los pases y toda la parafernalia que se da en un partido dependen de todo el equipo. Si el equipo tiene excelentes jugadores, como es el caso, su máxima estrella brillará más que un sol. En caso contrario las estrellas argentina y portuguesa no darían más luz que una triste vela.

Una Liga como don Balón manda tiene que ser, por encima de todo, competitiva para el mayor número de equipos. La diferencia entre los diez o doce equipos más punteros no tiene que ser excesiva y aunque en un torneo de largo recorrido en el tiempo al final siempre se impondrán los equipos más ricachones, lo cierto es que les debe costar mucha sangre, sudor hasta reventar y alguna lágrima que otra. Así, las ligas inglesa, alemana o italiana son mucho más igualadas y competitivas que la española, pero no importa, la «nuestra» es la mejor del mundo. Al final acabamos creyéndonos nuestras propias mentiras y aunque no haya competitividad más que entre los dos ricachones de Madrid y Barcelona la gente sigue perdiendo el culo todos los días de la semana por ver fútbol y fútbol. Y a los que no gustan de tan cultural y educativo espectáculo, que les zurzan.

Que esa es otra. A todas horas, en las televisiones, en las radios, en los periódicos, en las conversaciones, hasta en la calle, todo el mundo habla del dichoso fútbol… ¿Qué podemos hacer los que no amamos el fútbol? Sí, porque ya habrán adivinado que yo no amo el fútbol. Es más: lo odio, lo abomino, lo detesto… ¿Debajo de qué piedra, o en qué bunker nos metemos para no tener que oír constantemente tanto canto de sirena y tanto rebuzno de burro como nos endilgan a todas horas por tierra, mar y aire? Digo yo que si en los bares y lugares públicos se ha acabado prohibiendo el fumeteo por el bien de la salud de la inmensa mayoría, ¿a qué esperan los tropecientos mil gobiernos que nos desgobiernan para ponerse al menos de acuerdo en una sola cosa, y se deciden a prohibir hablar de fútbol en los lugares públicos como bares, oficinas, ministerios, iglesias, etc?

¿Quién defenderá a los no futboleros -que seguimos siendo mayoría- de las agresiones a su salud mental que ocasionan las siempre presentes conversaciones entre los aficionados? Me temo que nadie. Pongan ustedes la radio un día de partido importante y les saldrán callos en las manos de tanto mover la rueda del dial en busca de una emisora que informe de otra cosa. ¡Los no futboleros queremos una solución higiénica y saludable para nosotros! ¡Fuera de los espacios públicos el humo irrespirable de las opiniones futboleras! Somos un país de gente excesiva que no piensa jamás en los demás nada más que para joderlos vivos. ¿Acaso los no futboleros vamos por ahí gritando con banderas, cortando el tráfico, haciéndonos los graciosos tirando cohetes de madrugada para festejar la victoria de nuestro equipucho?

[Continuará…]