—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

La plaza de Mospintoles (3)

(Lee la entrega anterior)

Lo relatado hasta ahora no quiere decir que el cien por cien de los marroquíes residentes en Mospintoles fueran delincuentes, y ahí estaba Fátima, la empleada de hogar de don Faustino para demostrarlo. Pero no cabía aguardar a que entre los moros asentados en la ciudad se diera una mayoría simple de delincuentes para que el viandante temiera por su integridad, a pesar de que algunos soplagaitas recurren a esta falacia de número para contradecir un panorama que salta a la vista. Es curioso notar que estos mismos mentecatos nunca hacen caridad con su propio dinero y utilizan los fondos públicos para postular un altruismo con el que esperan alcanzar el gobierno de una ínsula con despacho propio, convirtiéndose así en esperpénticos quijotes pancistas. Confunden y pretenden que confundamos los derechos humanos con los derechos civiles. Los primeros son inherentes a toda la humanidad, por encima de leyes y gobiernos; los segundos deben disfrutarlos sólo quienes la ley hace objeto de ellos.

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—Nos suben los impuestos y tenemos que seguir manteniendo a estos maulas. A ver si te crees tú que los países de Europa importan sin contrato laboral menesterosos que carecen de ganas de trabajar.

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» Este caso, repetido una y mil veces en los mentideros de Mospintoles, soliviantó a la población […]

La primera víctima de robo fue doña Pilar, que caminaba aprisa para llegar al cumpleaños de su nieto. El chaval, de quince años, le había pedido a su abuela algo que sólo se compraba por Internet y la buena mujer le llevaba como regalo doscientos euros dentro de una billetera de cuero nueva con la que el jovencito comenzara a guardar su dinero. Tenía pensado doña Pilar, a modo de broma, introducir la billetera en uno de los bolsillos de la chamarra que estaría en el recibidor de la casa, y decirle que no le había traído ningún regalo en justo pago por no haber ido a visitarla el domingo anterior, así que a los cuatro billetes de 50 euros le acompañaba una nota deseándole todo lo mejor que una abuela quiere para su nieto.

Cruzó doña Pilar aprisa por la ahora plazoleta, aunque de forma tangencial, pues no era un lugar de su gusto y sabía del acoso que sufrían algunas mujeres que no cumplían con los estúpidos preceptos del Corán (tan estúpidos como los de toda religión). Cuando pasó por entre unos setos que quedaban de lo que habían sido los jardines del Ayuntamiento, bastante crecidos por el abandono de los operarios municipales, un joven magrebí la interceptó y le dijo que le diera unos euros para comer un bocadillo. Doña Pilar, que se temió desde el principio que era víctima de un asalto, le dijo que sólo llevaba 20 euros en el bolso y le ofreció el monedero, pero el moro agarró el bolso y metió su cetrina manaza entre las pertenencias de doña Pilar. No era difícil encontrar la carterita cuyo destinatario se iba a quedar sin regalo; cogió la pieza de cuero y la abrió con toda la parsimonia del mundo. Cuando vio su botín todavía tuvo la desfachatez de decirle a doña Pilar que diera gracias porque estaba de buen humor, porque si no le hubiera dado un bofetón por haberle mentido.

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—El español siempre fue emigrante, sí; pero adonde fue se adaptó, y siempre con contrato de trabajo. Y si no, “burra y botija” te decían en Suiza. A tu país a haraganear.

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Este caso, repetido una y mil veces en los mentideros de Mospintoles, soliviantó a la población, aunque lo que más indignó a la vecindad fue la inoperancia de la Policía local, que estando allí al lado, cuando doña Pilar acudió a interponer la denuncia, tardaron en reaccionar acompañándola al parque. Muchas noches pasó en blanco la buena mujer y precisó de consejo médico, debiendo acudir a los servicios de salud mental, pues el estrés que le generó la situación ha desembocado en un miedo casi irracional a pasear sola por Mospintoles.

Después de ese día se sucedieron una serie de robos que técnicamente habían sido perpetrados sin intimidación ni fuerza, y que al no superar cierta cantidad eran considerados faltas y no delitos por las autoridades que legislan en el Estado español.

[Continuará…]