—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Déjalo correr (1)

«El juguete roto» – 2ª parte
(Quizá quieras leer antes la primera parte…)

versión
completa

Sabía dónde encontrar a don Faustino a aquella última hora de la tarde. Eran los primeros días de la primavera. Mi ex-profesor favorito pasaba buena parte de esas todavía frías tardes en un lugar poco concurrido a esas horas, un lugar confortable donde leer, charlar o simplemente descansar.

Cuando entré en el bar de Manolo fui directa hacia la parte del fondo. Allí estaba don Faustino, solo, enfrascado en un problema ajedrecístico que consultaba de un libro que tenía a un lado. Delante, el tablero de ajedrez con unas pocas piezas. Nunca he entendido este juego, que encuentro desesperante.

Me senté enfrente sin pedirle permiso, como tantas otras veces. Con la mirada fija en el tablero me espetó:
—Y aquí llega Susana Crespo dispuesta a amargarme la tarde con una cuestión irresoluble…

» —Don Faustino, ¿conoce usted a Iñaki, el hombre que está siempre en el parquecito Ignacio González Sanz?

—Si tiene uno de sus días aciagos me voy ahora mismo, don Faustino. Pero que conste que yo aún no he abierto la boca. Si tiene problemas para matar al rey no será por mi culpa…

Don Faustino levantó la vista, con las cejas enarcadas y la boca bobaliconamente medio abierta, en un gesto más que ensayado. Se lo había visto hacer otras veces.
—Ten cuidado con lo que dices Susana, y más si lo dices a voz en grito en un lugar público. Mira —dijo señalando hacia una ventana con su barbilla—, por ahí pasa una patrulla de la Guardia Civil. Lo mismo podían haber entrado en este momento.
—¿De qué me está hablando, don Faustino?
—Que uno no sea monárquico no quiere decir que esté dispuesto a cometer regicidio.
—Don Faustino, déjese de chanzas que no sé de qué me habla.
—Sabía que tu visita me complicaría la tarde —dijo el profesor volviendo su atención sobre el tablero.
—Sólo quiero que me dé una información, ya que es usted una biblia de Mospintoles.

Esta vez don Faustino sólo levantó una ceja y me miró con recelo. Recuerdo que fue la izquierda.
—He conocido la historia de una persona que tendrá su edad, y que lleva mucho tiempo viviendo en Mospintoles. Y me preguntaba si usted podría rellenar mis lagunas con algún dato biográfico.

En ese momento apareció Manolo, el dueño del bar:
—Susanita, rica, que esta mesa no me produce… A ver si me haces una consumición, que Faustino lleva ahí toda la tarde con el ese libraco que sabe dios de dónde ha sacado.
—Es un libro de ajedrez retrospectivo —anunció el profesor, sacándonos de la ignorancia.
—Retrospectivo o prospectivo, con el frío que hace hoy cerraré el bar con déficit.
—Si no vendes quedarás a cero, pero no con déficit, espabilao—me lancé yo amparada por una vaga confianza que Manolo se encargó de borrar del siguiente plumazo.
—No te jode, la sabiondilla esta. A ver si te piensas que la luz me la paga el ayuntamiento y que los impuestos de hoy me los perdona Hacienda…
—Ponme un café con leche en vaso, y mira a ver si te quedan algunos churros de la mañana —solicité con resignación contributiva.

Don Faustino seguía enfrascado en su tablero, moviendo piezas atrás y adelante como si de un estúpido vals se tratara.
—Don Faustino, ¿conoce usted a Iñaki, el hombre que está siempre en el parquecito Ignacio González Sanz?

Pareció como si a don Faustino le hubieran pinchado en las nalgas del brinco que pegó. A Manolo se le cayó en aquel momento el platillo del vaso de café, haciéndose añicos. Vi que se miraron largamente, en silencio… Me giré y vi un asombro cercano al pavor en la cara de Manolo. Era como si hubiese mentado el nombre de algún espíritu primigenio lovecraftiano.
—Veo que ambos le conocen. ¿Quién es ese hombre?

(Continuará…)