—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Déjalo correr (y 4)

(Lee la entrega anterior)

—Pues no sé si representan o no a su país, pero hoy en día una medalla en un campeonato de Europa se paga muy bien. Habría que hablar con el Consejo Superior de Deportes para que le reconozcan aquellas medallas y le den una subvención anual…
—Y una mierda Susana —me cortó don Faustino secamente. No me esperaba una reacción así—. ¿Qué tienen de especial los deportistas que según vosotros los chicos de la prensa representan y defienden a España en campos de juego y no en otros campos mucho más serios y para nada frívolos…?

» Y diciendo esto don Faustino, visiblemente irritado, se fue a la trastienda del bar, cerrándola la puerta con vehemencia.

Me quedé atónita, muda, con los ojos abiertos de par en par ante esta salida de tono de don Faustino.
—¿Qué tienen, te digo, los deportistas que no tengamos los otros españoles que llevamos también luchando por España desde las trincheras del trabajo diario? ¿Por qué no nos reconocen a los profesores nuestro trabajo con una medalla y una subvención? ¿Y a las amas de casa, y a los taxistas, y a los carteros, a los carniceros, a los electricistas, a los camareros, a los albañiles…? ¿Es que no defendemos también a nuestro país con nuestro trabajo día a día?

Decididamente don Faustino se había calentado. Se había levantado de la silla impetuosamente y algunas piezas del tablero habían caído al suelo. Yo estaba muda, no conocía a este don Faustino. Era la primera vez que le veía furibundo.
—Deja a Ignacio donde está y como está. Con sus miserias. ¿Le has preguntado acaso? ¿Quién te crees que eres para alterar la vida de las personas sin que ellas te lo pidan? No Susana… Posiblemente tengas buenas intenciones, pero habrá otros que querrán entrevistarle, le sacarán de su rutina, le utilizarán, y el pobre diablo se ilusionará, como ha pasado tantas otras veces, para luego volver a quedar abandonado como un juguete roto… Feliz analogía la del inolvidable Summers…

Y diciendo esto don Faustino, visiblemente irritado, se fue a la trastienda del bar, cerrando la puerta con vehemencia.

Manolo se me quedó mirando por un largo rato. Yo tenía también alterados los nervios. Aguardaba allí a tranquilizarme antes de salir a la calle. El café ya se había enfriado…
—A ver piel canela… Ahora que Faustino ha salido, y que estará dando un paseo por la calle de atrás, deja que te diga algo que si se entera de que te lo he contado me costará un mes de no verle por aquí. Así que chitón, Susana, que quiero seguirle viendo a diario —Manolo miró furtivamente hacia la puerta de la trastienda—. Quien lo metió en el ayuntamiento a dedo fue tu don Faustino en su etapa de concejal. Se enfrentó a todos en una época en la que estas cosas estaban mal vistas, no como ahora, porque veníamos de abandonar un régimen de favoritismos. Esa decisión acabó volviéndosele en contra. Y estate tranquila, que Iñaki no está solo. Faustino le visita dos veces al mes en su casa, y le hace un par de carros de compras en el súper de allí al lado, que se los llevan a casa al día siguiente, luego de que él mira lo que necesita. Y le compramos ropa, ehrrr…, le compra ropa a Iñaki cuando la necesita. Pero el tío es tan cabezota que para salir a la calle lleva siempre esa mierda de chándal ya gastado. Pero sí que tiene ropa de abrigo en casa. No te preocupes por Ignacio González Sanz, que está bien atendido por sus amigos, y deja correr las cosas, Susana, rica.