—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

El primer partido (2)

(Lee la entrega anterior)

Piquito decidió centrarse en su cometido. Hábil, como siempre, se desmarcó en una de sus jugadas favoritas, le llegó el balón, lo controló, fintó, y para cuando quiso levantar la cabeza ya tenía un defensor encima que le sacó el balón de los pies. “He andado algo lento”, pensó el figura.

Los mospintoleños corrían y corrían pero no llegaban a los balones, y Meztger en defensa estaba teniendo trabajo a destajo. Pasado el cuarto de hora los rivales comenzaron a evitar el juego por el centro… o más bien comenzaron a evitar a Metzger. Y a los veinte minutos marcaron. Fue una jugada por la banda donde el extremo se coló hasta la línea de fondo como una centella y centró al punto de penalti, adonde llegó en carrera un delantero para empalmar a gol anticipándose a la defensa.

» El cuarto vino a la salida de un saque de esquina. Simplemente los nuestros ya no tenían fuerzas para saltar, los centrales subieron a rematar pero su misión fue bloquear a Metzger […]

López, en la grada, se revolvió inquieto. Se había dado cuenta de la situación. El Rayo iba como a contrapié, forzado, y no era capaz de desplegar su juego.

El equipo comenzó a notar el esfuerzo baldío. Corrían detrás del balón, pero no llegaban a ningún lado, o si llegaban lo hacían tarde. Estaban como retraídos. Al llegar tarde a los balones temían hacer faltas y cargarse de tarjetas, por lo que no metían el pie. El rival jugaba a placer. Antes del minuto 40 el Rayo encajó su segundo gol. Los jugadores se miraron unos a otros… Estaban cansados, mientras el rival seguía corriendo y estando en todas partes.

El final de la primera parte cogió a Piquito algo retrasado de su posición habitual, en el círculo central… El Rayo se había encogido y ya sólo defendía.

Los jugadores rivales se retiraron al túnel con paso vivo. Los del Rayo tenían un caminar cansino, y se retiraron cabizbajos. Tan sólo Metzger trotó de camino hacia el reparador vestuario.

Cuando el equipo al completo llegó a los vestuarios se encontraron a Metzger y al míster —que había salido zumbando del banquillo— serios, callados, taciturnos, en posiciones opuestas.

Durante el descanso el míster trató a los jugadores con afabilidad, como siempre, y tan sólo corrigió las posiciones de los laterales. Les pidió que corrieran más, que no se amilanasen, porque ellos eran igual de buenos que los rivales, como demostraba el hecho de jugar en la misma división.

Cuando se disponían a partir hacia el vomitorio que daba acceso al campo de juego, Metzger, que había permanecido callado en un rincón, haciendo estiramientos, habló en voz alta en un precario español: “Ssuave, Metzger, ssuave, que vass matarr uno”.

El equipo se dio la vuelta y se le quedaron mirando, sorprendidos. Entonces añadió mirando a sus compañeros: “Si duro entrrienas, si duro juegass; entrienarr fuerte para jugarr rápido”. Los jugadores del Rayo no fueron capaces de reaccionar; estaban como embobados, y el alemán alentó: “Vamoss, adielante”, y todos juntos saltaron al campo.

La segunda mitad le sobró a nuestro equipo. Aguantaron el primer cuarto de hora al ritmo del rival. Luego el bajón se empezó a dejar sentir por zonas. Los laterales fueron los primeros en bajar el ritmo, al punto que alguno pidió el relevo al central de su lado. A partir de ahí comenzaron a caer los goles.

Los rivales se olieron el motivo y empezaron cargar el juego sobre esa zona. El tercer gol llegó por ahí. El ahora central no llegó a interceptar el pase y el delantero empalmó un trallazo desde la frontal que hizo inútil la estirada del guardameta rayista.

El cuarto vino a la salida de un saque de esquina. Simplemente los nuestros ya no tenían fuerzas para saltar, los centrales subieron a rematar pero su misión fue bloquear a Metzger, el único todavía activo, al tiempo que botaban el córner sobre su delantero centro, que de un certero cabezazo envió el esférico a las mallas.

(Continuará…)