—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Inaugurando el curso (2)

(Lee la entrega anterior)

La tarde de aquel día 20 fue terriblemente calurosa. Los termómetros echaban humo dentro y fuera del terreno de juego. Tal como estaba previsto, a las cinco de la tarde empezó el primer partido entre las dos clases de 4º de ESO. El encuentro fue de guante blanco porque a esa hora tan temprana y tan atorrante lo que apetecía al personal era más bien estar metido en la piscina o durmiendo la siesta. El señor Roque, árbitro federado que pitaba en categoría regional, llevó con mano firme el discurrir del encuentro no admitiendo la más mínima protesta de los jugadores. La verdad es que imponía mucho su uno noventa de estatura y su cara de pocos amigos. Ambas cosas le venían de familia y por mucho que intentaba ser amable con los jugadores, al menor descuido le salía la autoridad que llevaba pegada al silbato. Una autoridad que debía sumarse a la que le confería la profesión con la que se ganaba el pan y las lentejas en los días de diario: policía municipal.

Entre el sopor de la tarde (pese a que unos toldos cubrían el campo) y la pétrea mirada del trencilla, los jugadores no abrieron el pico en ninguno de los cuarenta minutos que estuvieron trotando sobre el campo. La verdad es que aquellos adolescentes de cuarto curso pasaron bastante del partido.

Tras un leve descanso, a las seis de la tarde, debía comenzar el último encuentro, el que disputarían las aulas de 2º A y de 2º B, cuyos tutores-entrenadores eran don Faustino y Carlos, el profe de gimnasia. Sin embargo, surgió un imprevisto.

~Sí, dígame…

~Roque, te llamo desde el Cuerpo de Guardia del Ayuntamiento. Necesitamos que vengas lo más urgentemente que puedas…

~Pero si estoy en el Instituto Orejuela arbitrando unos partidos de fútbol… El Jefe me ha dado permiso con el visto bueno del alcalde…

~Pues lo siento, Roque, pero hay un follón aquí dentro que no veas. Y fuera. Necesitamos a todos los efectivos disponibles ahora mismo. Así que recoge los bártulos y vente para acá echando leches.

~¿Pero cómo me voy a presentar vestido de árbitro?

~Ese no es mi problema sino el del Jefe. Yo sólo soy un mandado. A mí me han dicho que te diga que vengas para acá ahora mismo y eso es lo que te estoy diciendo. Lo mismo con ese disfraz eres capaz de poner un poco de orden aquí…

Aquella urgencia obligó a retrasar el inicio del partido. Hacía falta un árbitro. Poco a poco llegaba más gente al Instituto pues muchos padres ya estaban de vuelta del trabajo, el calor era más soportable y, sobre todo, no querían perderse el inenarrable espectáculo de ver a sus chicuelos imitando a Messi, Ronaldo y Cía. Por allí apareció también Sebastián Matute, cuyo hijo Sergio era la “estrella” del equipo de don Faustino. En el otro bando la figura estelar era Miguel Ángel, quien cuatro veces por semana entrenaba en una de las secciones de la cantera del Rayo. El partido se presumía muy disputado pues los chaveas de Segundo eran más ardientes e inquietos que los de Cuarto. Sin embargo, la ausencia obligada del árbitro Roque planteó un serio problema a la organización.
—He sondeado a algunos padres y nadie quiere hacer de árbitro
–Belmonte, el dire, sudaba la gota gorda por el calor, por el problema inesperado y por su exceso de peso–. Alguno me ha dicho que no quiere que nadie le miente a su querida madre. Un chistoso…
—Yo arbitraría si tuviese bien el remo —dijo don Faustino, tocándose la pierna mala— pero con esta pata de palo cualquiera es el guapo…
—Yo no tengo ningún problema en hacerlo —terció el profe Carlos— pero al ser juez y parte en el invento corro el riesgo de ser bastante parcial, aunque pretenda evitarlo.
—Hagamos una cosa —replicó Belmonte—. Cada uno arbitraréis una parte y así nadie podrá argumentar favoritismos. Don Faustino hará lo que pueda con su pierna mala y don Carlos hará lo que pueda con su parcialidad.

» —He sondeado a algunos padres y nadie quiere hacer de árbitro –Belmonte, el dire, sudaba la gota gorda por el calor, por el problema inesperado y por su exceso de peso–. Alguno me ha dicho que no quiere que nadie le miente a su querida madre. Un chistoso…

El viejo profesor iba a protestar pero casi toda su clase, que andaba por allí poniendo la oreja a ver qué decía aquel triunvirato, comenzó a aplaudir. Quizás porque pensaban que el profesor de gimnasia barrería demasiado para casa, es decir, para Segundo B.

—¿Y qué táctica va a emplear, don Faustino?

El que hacía semejante pregunta era Sebastián Matute, quien se había escondido entre el público mientras el director del Instituto solicitaba un improvisado árbitro para el partido. Su impaciencia por saludar al viejo profesor le jugó una mala pasada.

—La de todos a una, como en Fuenteovejuna. Por cierto, ya podrías arbitrar en mi lugar, porque esta pierna la tengo hecha cisco. Dios y el Barça te lo agradecerán…
—No me hace ni pizca de gracia, pero… —Matute se lo pensó unos segundos— lo haré por usted, que no por Belmonte.
—Ya sé que no os lleváis bien por cosas de la estúpida rivalidad entre el Madrid y el Barcelona, pero ahora tenéis un punto en común: el Rayo.
—No me lo recuerde porque me entran escalofríos. En fin, hoy por ti y mañana por mí, que dice el refrán…

(Continuará…)