—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

La batalla de las primarias (2)

(Lee la entrega anterior)

Contra el vicio de pedir, la costumbre de no dar, reza un dicho de nuevo cuño, y María hizo promesas que sabía que no cumpliría –a veces porque prometió lo mismo a diferentes personas–. Eran los tiempos de las conversaciones a media voz, de charlas en los pasillos, de aguardar el momento para asaltar al candidato sin que hubiera testigos. Las más de las veces valía con una velada insinuación de aceptar la petición. Quien solicitaba un favor o prerrogativa futura en estas condiciones no contaba con la fuerza moral necesaria para forzar la situación y exigir una declaración abierta. Las miradas y las sonrisas ocupaban una parte importante del lenguaje no verbal y eran más elocuentes –y más falsas– que lo que se decía por la boca. María era un águila en estas distancias.

» En el apartado de las críticas y reproches mutuos ambos habían sido muy cautos, para no dar carnaza a la prensa y un sabroso bocado a los partidos rivales.

Mientras meditaba sobre este punto, Toni, uno de sus colaboradores más cercanos, se le acercó y hablándole al oído le informó de que el vehículo particular de un adlátere de Segis con el que acercaban a la sede a compañeros del partido que residían fuera de la capital del municipio se había visto envuelto en una colisión. Sólo daños materiales, pero quedarían fuera de circulación por el resto de la jornada electoral, que habida cuenta del censo no era más que de cuatro horas.
—Es una lástima –se burló cínicamente María–. Con un poco de suerte quizá sólo pierdan una decena de votos.

Supo que la zona del municipio que los hombres de Segis cubrían con el coche accidentado era la parte sur, la más alejada de la ciudad.
—Dile a nuestro interventor que a las cuatro en punto quiero que se cierre la mesa electoral. Ni un segundo más. Pero que dentro de diez minutos pregunte si ellos tendrían inconveniente en alargar media hora el cierre de las votaciones.

María se sumió de nuevo en sus reflexiones, tratando de dar con algún cabo suelto a tiempo de solucionarlo. Y pensó en la tercera lista, la de aquellos compañeros que o bien estaban indecisos o bien habían caído en el esplín. Se hizo preciso averiguar qué pensaba cada votante (después de todo eran poco más de tres centenares, un número que puede alcanzarse manualmente) y hacerle llegar un mensaje personalizado, alimentando la esperanza de que sus expectativas de partido se verían satisfechas si le otorgaban el voto.

Importante en esta maquinación fue crear la sensación de que el sentir general del partido estaba con ella, y así dio consignas a su círculo más inmediato para que las transmitieran de boca en boca a fin de llegar a los compañeros menos participativos, pero con derecho a voto. Sabido es que hay quienes votan lo que creen que votará la mayoría y así sentirse parte integrante del movimiento dominante.

María enviaba mensajes de renovación, de aires nuevos, de un nuevo ciclo más abierto y transparente que el anterior, y trató de contrarrestar los argumentos de Segis, que por su parte hacía hincapié en la solidez que proporciona la continuidad, sin aventuras que pudieran arrojar un imprevisible balance.

En el apartado de las críticas y reproches mutuos ambos habían sido muy cautos, para no dar carnaza a la prensa y un sabroso bocado a los partidos rivales. Pero en petit comité María enarbolaba los últimos resultados y la tendencia a la bajada de votos que experimentaba el partido. Segis se defendía también en su círculo próximo alegando que cierta fluctuación era normal pues no podía mantenerse una constante tendencia al alza en cada nuevo sufragio.

El alcalde atacaba a María, mediante mensajes que sus allegados transmitían, exponiendo la bisoñez de la candidata, y aducía que la fruta aún no estaba madura, que el relevo era prematuro. Que para la próxima legislatura María sería mejor candidata a la alcaldía, estando mejor preparada.

Ésta contraatacaba ante los suyos, que a su vez servirían de correa de transmisión para anular las diatribas del alcalde, con el argumento de que no podían exponerse a perder la alcaldía para satisfacer los deseos personales de Segis, que eran jubilarse como alcalde antes que volver a su anterior ocupación en el banco. Y en estas batallas habían ido pasando los dos últimos meses.

(Continuará…)