—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Segundos fuera (y 6)

(Lee la entrega anterior)

El boxeador local estaba crecido, pero su rival se había recuperado perfectamente y había dejado de sangrar. Concluyeron el tercer y el cuarto asalto con Juanmi mandando en el ring, pero en el quinto el mospintoleño bajó el ritmo y encajó algunos golpes de más aunque siguió siendo jaleado por sus convecinos, y especialmente por Matute, Manolo y don Faustino.
—Creo que el Juanmi va un punto arriba en las cartulinas —aventuró Manolo a la conclusión del quinto round.
—Sí…, los dos primeros fueron dos caídas, una para cada lado, pero los dos siguientes fueron de mi chico —masculló Sebas apretando lo que quedaba del puro con los dientes.
—Este último no lo hemos ganado —ponderó Manolo—. A ver si el Juanmi se ha recuperado. Joder qué clase tiene el chaval. ¡Qué manos saca abajo! Son… pu-ña-la-das…
—Pero el otro cabrón lo aguanta todo y es capaz de levantar el combate. Si vuelve a sentar al Juanmi ganará el combate a los puntos.

» Y eso fue lo que ocurrió. Una nueva contra de derecha cogió al chaval con la mano izquierda baja y cayó a la lona por segunda vez.

Cuando llamaron al centro del cuadrilátero para el preceptivo saludo antes de comenzar el último asalto todo el mundo sin excepción estaba en pie. El pabellón era un rugido unánime animando a Juanmi, que ya tenía un ojo algo tumefacto.

El árbitro dio la señal y ambos chicos se tomaron unos segundos de receso. Fue Juanmi quien, avanzando, rompió las hostilidades y se enzarzaron otra vez en unos cruces de manos en los que Juanmi siempre metía algún gancho al cuerpo. Mediado el asalto, y a la salida de un clinch, el rival conectó un crochet en el mentón de Juanmi que le hizo tambalearse. El polideportivo enmudeció nuevamente, pero Juanmi demostró tener tablas y se agarró a su rival. El árbitro intervino y le llamó la atención por agarrarse pero sin amonestarle. Entonces la muchedumbre redobló sus gritos de aliento hacia Juanmi, quien valerosamente se arrojó nuevamente sobre su rival.

Los golpes llegaban por ambas partes, pero los chicos eran hábiles y rodaban aquí una mano, bloqueaban allí un gancho, desviaban luego un directo. Para derribar a un boxeador hace falta un impacto contundente: el golpe que te tumba es el que no ves llegar.

Y eso fue lo que ocurrió. Una nueva contra de derecha cogió al chaval con la mano izquierda baja y cayó a la lona por segunda vez. El árbitro se interpuso y tras enviar a Juanmi al rincón neutral terminó el conteo de protección. El combate se reanudó en aquel punto y Juanmi, sabiéndose ahora ganador, no arriesgó más de lo necesario cuando su bravo antagonista trató de igualar las cartulinas.

El final del último asalto cogió a ambos púgiles en un cuerpo a cuerpo, y tras separarse el rival levantó deportivamente el brazo de Juanmi. El gesto fue reconocido por los aficionados que brindaron una ovación de gala a ambos muchachos.

La ceremonia para investir al ganador fue rutinaria; tras el recuento de las cartulinas Juanmi resultó vencedor por unanimidad: 57–55, 57–54 y 58–56. Ambos contendientes volvieron a saludarse, intercambiaron impresiones brevemente, y fueron a saludar a las esquinas rivales, saludaron al árbitro, y cuando el visitante se disponía a abandonar el ring, Juanmi se sentó en una de las cuerdas haciendo una gran abertura por la que el chico pasó. Una vez fuera del ensogado, aún en la plataforma, el joven se volvió y aplaudió ostentosamente a Juanmi. Éste fue al centro del ring, saludó al público y muy elegantemente salió por entre las cuerdas junto a su esquina.

Todo este ritual mantuvo fascinado a don Faustino, que tenía la camisa pegada a la espalda tras las emociones vividas.
—Y después de los tortazos que se han dado aún se saludan y se desean buena suerte, y apuesto a que Juanmi le invita a cenar en casa si se encuentran mañana en Mospintoles.
—Así es el boxeo, Faustino.

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Durante el viaje de vuelta, don Faustino, que iba sentado en la parte de atrás del cochazo de Matute, dio un respingo y preguntó animado:
—¿Y qué era eso de segundos fuera que decían antes de acabarse el descanso?
—Avisaban a los ayudantes, los segundos, de que debían abandonar el ring o la plataforma, si es que estaban por fuera de las cuerdas —explicó complacido Manolo.