Inmaculada estaba sentada en el sofá del comedor mirando cada dos por tres un reloj de pulsera que ya no tenía. Eran las ocho de la noche y estaba más fatigada y preocupada que nunca. Llevaba varios días nerviosa, dormía mal y por cualquier cosa levantaba la voz o gruñía. Y para acabar de rematar la faena, hoy había tenido dos reveses que habían acabado por hacerla llorar, cosa rara en ella. Por eso necesitaba más que nunca que Piquito regresara a casa. Podría haberle llamado por teléfono pero no quería preocupar a su hijo antes de tiempo.
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