20-N (2)
(Lee la entrega anterior) |
Salimos del Instituto Orejuela buscando algún lugar donde reponer fuerzas pues ya eran las nueve y media de la mañana y todavía no habíamos probado bocado alguno. Nos dirigimos entonces hacia la «Churrería Manuela». El chiringuito se encuentra ubicado en un discreto rincón del Parque de Mospintoles, ahora llamado Parque «Eugenio Romerales», en reconocimiento al ilustre escritor de la ciudad, fallecido hace algo más de un año, justo cuando el Rayo subió a segunda. Cuentan las malas lenguas que nuestro hombre murió del disgusto pues abominaba tanto del fútbol como de las lentejas, a las que era alérgico no se sabe porqué extraño capricho genético.
La dueña de la churrería –sí, han adivinado, se llama Manuela– sólo abre de 8 a 11 y de 17 a 20, horario suficiente para ganarse bien la vida y dar plena satisfacción al paladar de los mospintoleños pues sus churros, en la versión de porras, están para comérselos.
» Ojito: así empiezan algunos levantamientos populares, por una minucia o una jugarreta a alguien que es admirado y querido por el personal de a pie.
—¡Vecinas, poned un churro calentito en vuestras vidas! ¡Vecinos, mojad vuestros churros en mi rico chocolate! ¡Venga, que hace frío y hay que arrimarse al querer del churro dentro, churro fuera!
Doña Manuela es una viuda todavía de muy buen ver a sus cuarenta y pocos años, simpática y dicharachera, que hace reír con sus ocurrencias picantonas a todo aquel que la oye pregonar en su negocio. Ella es la encargada de despachar los churros con la inestimable ayuda de su hija, Manolita, y de un empleado entrado en años que es quien se quema las pestañas enroscando la masa de harina en el aceite hirviente del caldero y moviéndola con dos largos palitroques hasta que queda doradita y crujiente. ¡Qué razón tenía quién se inventó aquello de… «estás más quemado que los palos de un churrero»!
La joven es una veinteañera de gran belleza (¡de casta le viene a la galga!), callada y tímida, por la que sorben los vientos muchos hombres de Mospintoles, jóvenes y mayores, algunos de los cuales acuden al local más con la intención de contemplar sus carnosos labios, sus enormes ojos verdes y las perfectas proporciones de su cuerpo serrano que por amor a los churros que despacha, pese a lo buenos que están. Por eso es habitual escuchar por allí borderías de algunos clientes como las que oímos esa misma mañana:
—Menudo churrazo tiene la Manolita…
En la «Churrería Manuela» se palpa ese alma festiva y chabacana tan típica del pueblo llano y sencillo, acostumbrado a reírse de los demás y de su propia sombra.
—Pues yo me conformaba con el churro de la madre…
—¿Pero el churro no lo pones tú?
—No, yo pongo el chorro…
—Venga, no seas chorra…
Aunque los comentarios y divertimentos se hacen en voz baja, Manuela y su hija saben de qué va el paño. En el fondo los alientan, la madre con su verborrea y picardías, la hija procurando estar como un figurín muy llamativo y buenorro detrás del mostrador. Lo que visto desde fuera sería censurable en las unas y en los otros, en realidad es un juego cómplice del que se benefician todos: algunos compradores se alegran la vista, el oído y el gusto por poco dinero y las Manuelas se sacan un sueldo decentito con un trabajo honrado.
—Hoy tenemos oferta de tres por dos. ¡Cada dos churros, uno de regalo!
—¡Manuela, esto parece ya el Carrefour o el Corte Inglés!
—¿Y a qué se debe tan buena noticia?
—A que si gana la derecha bajarán los impuestos y el precio de los churros. Hasta ahora el tercer churro se lo llevaba el gobierno y ahora podréis llevároslo vosotros.
Aquella salida enmudeció por un instante al personal, asombrado por la inesperada salida dialéctica de doña Manuela, habitualmente negada para la cosa del politiqueo y de lo serio. Se cuenta por la ciudad que desde hace varios meses sale con un concejal de Alcorcada perteneciente al partido conservador. Lo mismo esa es la explicación de la inesperada reflexión de la señora Manuela.
—Olvida la política, Manuela, y haznos reír con cosas más provechosas…
—Uf, no está la caldera para muchas bromas…
—¿Te ocurre algo? —le preguntó un cliente habitual, de comunión churrera diaria.
—Os diré la verdad. El Ayuntamiento quiere cerrarme la churrería.
—¡Pero eso es absurdo! ¡Llevas muchos años aquí!
—Sí, pero siempre con contratos provisionales. Pronto tocará renovar la concesión y la nueva alcaldesa no quiere. No le gusta que haya una churrería en el Parque.
—¡Menudo churro nos ha salido esa maría mandona!
Aquello empezó a ser un guirigay de voces subidas de tono, aunque todas perseguían lo mismo: dar ánimos a la churrera.
—¡Pues haremos una manifestación! ¡Se va a enterar esa chiquilicuatra de lo que vale un peine!
—¡Dirás de lo que vale un churro!
— Será lagarta la Reinona esa…!
—¡La próxima vez le va a votar Rita la Cantaora!
Doña Manuela decidió calmar los ánimos, quizás dándose cuenta de que el 20-N no era precisamente el día más afortunado para decir a la parroquia lo que llevaba ocultando entre lágrimas durante varias semanas, desde que un escrito municipal le informara de que el 31 de diciembre no se renovaría la contrata de su negocio. Es más, se le anunciaba que el modesto local sería derruido para colocar en su lugar una fuente, con su chorrito y todo.
—¡Cuatro churros por el precio de dos! ¡Ea, es mi última oferta! –exclamó orgullosa doña Manuela.
—¡Eres un cielo, Manoli! ¿Te quieres casar conmigo? –le espetó un viejo admirador, ya entrado en la chochez.
—Anda y que te zurzan…
Las risotadas de los presentes resonaron por todo el Parque de Mospintoles.
—Pues te pongas como te pongas yo seré el primero que protestaré para que no te cierren el kiosko –replicó el carcamal que bebía los vientos por doña Manuela.
Ojito: así empiezan algunos levantamientos populares, por una minucia o una jugarreta a alguien que es admirado y querido por el personal de a pie. Doña Manuela y su bella hija tienen una clientela numerosa y muy fiel. La alcaldesa de Mospintoles no sabe en qué follón se ha metido con el cierre de la churrería.
[Continuará…]
- Escrito por Cogollo, publicado a las 08:30 h.
- Protagonistas: (ver la primera entrega)
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