—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Corresponsal de guerra (2)

(Lee la entrega anterior)

Uno de los ultras, que había permanecido recostado en el respaldo de un banco que había en aquel descampado junto al estadio, se le acercó y cogió entre sus dedos la credencial de prensa. Luego deslizó la mano hacia abajo y acabó acariciando un pecho de Susana por encima del chaleco:
—Mira, la muy zorra es periodista. Sácate una foto comiéndome la polla, puta.
—Por favor, no quiero problemas…
—Eres negra y te apellidas mierda —le espetó agriamente el ultra, y no acabó de decir esto cuando le cruzó la cara a Susana de un tremendo bofetón.

» Matute en aquel instante se desfondó, y sin poder tomar aliento supo que a partir de ese momento iba a recibir una soberana paliza.

Susana, que no esperaba el ataque, cayó de rodillas al suelo. La cámara osciló sujeta por la correa que tenía alrededor del cuello y antes de que la recuperara con las manos, de una patada aquel matón arrancó el teleobjetivo de su emplazamiento. Incapaz de contenerse, Susana profirió:
—Hijoputa…

No hizo falta más. Un puñetazo descendente la alcanzó a la altura de la ceja, en el arco superciliar izquierdo, que diría un comentarista de boxeo. El golpe le abrió una brecha, por la que manó sangre abundante, y Susana cayó sobre el costado. La cámara quedó en el suelo, todavía sujeta por la correa al cuello. Quiso incorporarse, pero de un pisotón aquel tipo aplastó la cámara, destrozándola, y Susana sintió un jalón del cuello que la ocasionó un abrasamiento propiciado por la correa de cuero, tumbándola nuevamente.

Entonces aquel valentón se arrodilló y le metió la mano por la entrepierna, y desde atrás, cerca de la nalga, deslizó los dedos sobando el sexo de Susana por encima del pantalón vaquero.

En aquel momento, sin saber de dónde salió, un hombre no muy alto, con bigote, atacó al agresor descargando en su cabeza un toletazo con un objeto metálico. El ultra se desplomó semiinconsciente y su sangre pronto empapó la tierra. La barra, que no era otra cosa que la manivela de un gato de los utilizados para cambiar la rueda del coche, al impactar contra la cabeza del agresor ganó un efecto de rebote, circunstancia aprovechada por Sebastián Matute para lanzar otro garrotazo en dirección a la cara del asaltante que tenía más cerca. Tres dientes saltaron de aquella boca, dando también con este ultra en el suelo.

La barra metálica sufrió un nuevo efecto de rebote, menos intenso que el anterior, y Matute, dando un paso al frente se encaró con el que tenía más cerca levantando el brazo para descargar otro golpe en dirección a aquella tercera cabeza, pero aquel chulo, viendo venir el mazazo, se cubrió el rostro, momento que Sebas aprovechó para, flexionando las rodillas, bajar el brazo y atizarle ferozmente en la rodilla que tenía adelantada. Este otro ultra cayó al suelo también, presa de unos alaridos que hubieran sobrecogido a cualquiera de no ser por las circunstancias que se estaban dando.

Matute en aquel instante se desfondó, y sin poder tomar aliento supo que a partir de ese momento iba a recibir una soberana paliza. Pero los dos valientes que quedaban en pie, viendo la destreza con que se había desenvuelto Sebas, que nunca supo muy bien qué y cómo lo hizo, echaron a correr:
—¡Vamos!, al coche, a por el fusco. Este hijoputa sabe kungfú.

Sebastián Matute pensó entonces en la chica que había visto golpear. Se volvió hacia ella para tratar de ayudarla, pero la muchacha, que trataba de recoger los restos de la cámara, le apremió:
—Corra, señor, corra. Han ido a buscar una pistola.

(Continuará…)