Cuentos de nochevieja (don Faustino)
(Lee la entrega anterior) |
—Vamos, Cogollo. Dejemos a estos dos tortolitos. Son tal para cual. Cada uno a su manera pero sólo piensan en lo material.
—Veo que ninguno ha deseado salvar su matrimonio.
—Tal vez no lo deseen.
—Quiero pensar que lo hayan deseado en voz baja, para sus adentros.
—Parecen una pareja que sólo tiene en común un hijo, un gran piso, y algunos intereses económicos.
—Seguro que don Faustino piensa de otra manera.
—No sabría qué decirte, ahora que ha aceptado ser concejal… Y Consigliere, jaja.
—¿Tú también das por hecho que ganarán?
» —Me he ofrecido únicamente para tareas de asesoramiento.
—No sea usted traslúcido, don Faustino. Para eso no hacía falta que fuera de en la lista.
—Esto es como el fútbol. Si tienes un gran equipo pero pretendes ganar sin bajar del autobús te puede pasar por arriba un Segunda B cualquiera.
—Bueno, ya has oído a María. Parece que se va a tomar en serio las elecciones.
—Lo contrario me defraudaría. Tiene músculo político esta chica.
—A don Faustino lo encontraremos en el bar de Manolo. Vamos, que te invito a un café. Con este frío no creo que entre otra cosa.
—Un chocolate caliente, amigo.
—Como entres pidiéndole chorradas al Manolo lo mismo nos tira con un platillo a la cabeza.
—Mira, ahí están. Los dos solos. No hay ni dios en el bar.
—Entremos por la puerta esta vez. Que nos vean…
—¡Hombre! ¿Cómo ustedes dos por aquí? —saludó Manolo, socarrón.
—Pues ya ve, Manolo, a tomar algo calentito y a desearles un feliz y próspero año nuevo.
—Qué, don Faustino, ¿sigue dándole al ajedrez retrospectivo? —preguntó Cogollo.
—Es entretenido, libera la mente practicando algo poco usual.
—¿Y qué es, Faustino? Porque pensar siempre será pensar –Manolo no lo podía evitar.
—Aquí es preciso razonar hacia atrás. Pero tú que eres amante del boxeo quizá prefieras pensar en otra dirección.
—Hablando de ello —intervino de nuevo Mirlitón—, ¿cómo le fue en la velada de boxeo, don Faustino?
—Me dejé llevar por mis emociones, don Mirlitón.
—Cosa que lamenta —explicó Manolo—. Hasta parece arrepentido.
—Pero usted disfrutó con la velada, ¿o no, don Faustino?
—No sabría decirle, señor Cogollo. En aquel momento me deje llevar por mis más bajos instintos. Lo cierto es que no me encuentro satisfecho por ello.
—Quizá sea sano dejarse llevar de vez en cuando por las emociones. Tal vez para conocerse mejor.
—No les vimos a ustedes en la velada… —don Faustino daba así un giro a la conversación.
—Pues allí estuvimos. Nos colocamos en la grada, entre el populacho más vocinglero.
—Buen sitio para ver sin ser visto —interrumpió Manolo—. Y ahora que lo pienso… ¿ustedes pueden entrar gratis a cualquier sitio con sólo alegar que son los cronistas oficiales de Mospintoles?
—No es exacto del todo, Manolo —comenzó a informar Mirlitón—. En realidad, como este nombramiento que llevamos gustosamente es de carácter institucional, el Ayuntamiento nos facilita el acceso a los eventos que él organiza o en los que tiene parte activa de alguna manera.
—Pero en los eventos organizados por entidades privadas, debemos abonar la correspondiente entrada —continuó Cogollo.
—Sólo que entonces tratamos de hacer valer nuestro pase de prensa —concluyó Mirlitón.
—Vaya chollo que tienen ustedes. Entran a todas partes y apostaría a que las más de las veces invitados por todo lo alto.
—Pues no se crea, Manolo. En no pocas ocasiones nos vemos obligados a acudir a actos que no nos interesan lo más mínimo.
—¿Y van ustedes siempre juntos? —quiso saber don Faustino.
—¡Oh, no! Incluso hay ocasiones que se dan dos o tres actos al mismo tiempo y tenemos que repartirnos la tarea. Y además está nuestro trabajo en El Heraldo, que es lo que nos permite pagar las facturas.
—Entonces, ¿lo de ser cronistas oficiales no es algo remunerado?
—Lamento abrirle los ojos bruscamente. Existe una exigua subvención que apenas cubre nuestros desplazamientos anuales y los gastos propios de levantar crónica de cuanto acontece.
—Es sólo un cargo honorífico…
—…que nos hemos tomado quizá demasiado en serio.
—No es tanto chollo como pensabas, ¿eh? —pinchó don Faustino a Manolo.
—Lo que sí me gusta es que ustedes no levantan cotilleos de sociedad.
—Querrá usted decir “ecos de sociedad”, buen amigo —rió Cogollo.
—Ustedes me entienden…
—No, eso queda para la redacción de El Heraldo, cuando el director lo juzga oportuno.
—Sin embargo sí redactamos un panegírico con motivo del óbito de don Eugenio Romerales.
—Lo leí, sí señor. Y me plugo —alabó don Faustino—. Tienen ustedes una pluma exquisita.
—No mejor que la suya, don Faustino. Cuando quiera deleitarnos con algún artículo de opinión nos encargaremos gustosamente de que se publique y le quedaremos además muy agradecidos.
—Incluso si lo desea, quizá podríamos conseguir que dispusiera usted de una columna semanal en El Heraldo.
—Muchas gracias, pero sería un compromiso que quizá no pudiera cumplir.
—Como guste. Pero piénselo. Un artículo de opinión de vez en cuando no le compromete a nada, y puede usted hacer llegar su parecer a la práctica totalidad del municipio y alrededores.
—Sobre todo ahora que se presenta usted como candidato a concejal.
—¿Cómo lo han sabido? —preguntó, intrigado, don Faustino.
—¡Oh…! Es nuestro cometido. Estar al tanto de lo que ocurre en Mospintoles.
—Pero sosiéguese usted, don Faustino, que su secreto es un secreto a voces.
—¡No me diga! ¿Y cómo ha podido haber una filtración tan pronto? —don Faustino parecía algo indignado y miró directamente a Manolo.
—A mí no me hagas objeto de tus sospechas, Faustino. Sabes bien que hablo mucho, pero mido lo que digo. A mi edad es lo menos que se me puede exigir.
—Tranquilícese, don Faustino. La información ha salido de su partido. Suponemos que interesadamente. Es usted una baza muy importante para la candidatura de María.
—No será para tanto.
—No sea usted modesto.
—Lo digo en serio. No me creo más sagaz que el resto de mis copartidarios.
—Por cierto, ¿conoce usted quienes le acompañarán en la lista electoral?Don Faustino no estaba por dejarse sonsacar con un juego tan sencillo.
—Seguro que ustedes ya lo saben también.
—Nosotros sí; pero usted por lo visto no, don Faustino.
—¿Y sabe qué concejalías va a llevar en caso de salir elegido concejal?Esta vez don Faustino no quiso picar.
—Me he ofrecido únicamente para tareas de asesoramiento.
—No sea usted traslúcido, don Faustino. Para eso no hacía falta que fuera de en la lista.
—Cogollo, me da que nuestro estimado don Faustino tampoco sabe qué concejalías le encomendará “el partido” finalmente.
—Parecen ustedes muy enterados de todo… —don Faustino estaba herido en su orgullo más íntimo.
—Le vimos con un niño magrebí en el primer partido a domicilio del Rayo en Segunda —Cogollo decidió cambiar de tema—. Dábamos por hecho que no le gustaba el fútbol.
—¡Ah!, Said. Es el hijo más pequeño de mi asistenta marroquí. Me atracaron con el precio de las entradas en la reventa. Y gracias a Sebas, que si no me quedo sin ellas.
—¿Y disfrutó del partido?
—La verdad que no mucho. Entiendo el juego. Es un juego sencillo de tan primitivo como es. Pero no entiendo que se enerven las pasiones hasta límites vergonzantes.
—¿A qué se refiere, don Faustino? —interrogó Mirlitón.
—Se organizó una pelea delante de nosotros porque un vándalo tiró algo al campo. Fue algo desagradable… y más con el niño allí delante.
—¡Ah, sí!, lo recuerdo. Escribimos sobre eso, verdad viejo —le recordó Cogollo a Mirlitón.
—Es cierto. Pero nos pareció tan extraño verle a usted en el fútbol y encima al cargo de un niño tan pequeño, que estuvimos prestando atención a su persona.
—¿Y dónde estaban ustedes en esa ocasión, si no es mucho preguntar?
—Estábamos en el palco, con López. Nos invitó personalmente —respondió Cogollo.
—Una persona muy atenta a todos los detalles, este López —expuso Mirlitón.
—Y un personaje inquietante en ocasiones, ¿verdad don Faustino? —Cogollo volvía a interrogar al profesor.Don Faustino volvió a sentirse incómodo de nuevo ante aquellos dos personajes que parecían estar al tanto de todo lo que acontecía en Mospintoles y en especial en su vida de estos últimos meses.
—No le conozco en realidad…
—Pero su cara no le resulta desconocida del todo, ¿no es cierto?Bueno, esto era pasarse tres pueblos. Si estos dos estuvieran al tanto de la cena que tuvieron Manolo y él con Matías sería como para sospechar de brujería.
—No se inquiete —quiso tranquilizarle Cogollo—. Se ha convertido usted, quizá sin pretenderlo, en uno de los personajes principales de la futura próxima historia de Mospintoles.
—Lo que me inquieta es que estén ustedes al tanto de asuntos que se hablaron en conversaciones privadas.
—Quizá es que no fueron todo lo privadas que usted esperaba. Pero no se inquiete, buen amigo. Nosotros no haremos nada por manipular el futuro. Somos cronistas, sólo somos meros apuntadores de los acontecimientos. Tiene usted total libertad para obrar a su libre albedrío.
—Sólo faltaría…
—Por supuesto —zanjó Cogollo con una gran sonrisa.
—Señores, su compañía nos es muy grata pero nos vemos obligados a ausentarnos. Aún hemos de hacer alguna visita más —anunció Mirlitón.
—Que tengan ustedes una feliz nochevieja y un próspero año nuevo —se despidió Cogollo.
—Igualmente, señores. Y que tengan ustedes éxito con sus crónicas.
—Hasta el año que viene… por lo menos —se despidió, socarrón, Manolo, como de costumbre.Y aquellos dos enigmáticos personajes, que a don Faustino le recordaban a los Hernández y Fernández de los tebeos de Tintín, abandonaron el establecimiento.
(Continuará…)
- Escrito por Mirliton, publicado a las 20:11 h.
- Protagonistas: ·Don Faustino
- Escenarios: Bar Manolo
Imprime | Recomienda | Suscríbete |