Cuentos de nochevieja (Susana)
(Lee la entrega anterior) |
—Brrrr…. Qué frío hace, viejo.
—Y que lo digas. Se estaba a gusto con esos dos ahí dentro. Gozan de buena sintonía.
—Manolo es una especie de álter ego de don Faustino. Menos metódico, más pragmático, pero igual de perspicaz.
—Ahora a ver si somos capaces de encontrar a Susana. Si está con el muchacho ese con el que se suele restregar, ya me disculparás pero me niego a estas horas a asistir al magreo.
—Sí, sería demasiado empalagoso. Pero vamos hacia el centro; me da que irá a Radio Mospintoles a felicitar el año nuevo. Con algo de suerte estará al llegar.
Susana entró en la emisora saludando a todo el mundo. Evaristo estaba en su caja-oficina, construida con mamparas acristaladas y en la que siempre olía a tabaco. Aquel habitáculo carecía de ventanas y el único hueco de ventilación era la puerta.
Por la noche, con ella abierta, el olor a tabaco iba desapareciendo poco a poco, pero por mucha puerta abierta que hubiera, al no entrar aire fresco, el olor a cerrado nunca desaparecía. Y había veces que el olor a pedo era superior a todo lo demás. Evaristo se peía cuando estaba solo, y acostumbrado al tufillo de sus propias entrañas no se daba cuenta de que el hedor asaltaba traidoramente a quien entrara de improviso.
En conclusión, cuando alguien de la emisora tenía que llevarle algo, entreabría la puerta y dejaba que saliera el azufrado vaho de los pedos. Era habitual en la redacción ver a alguien en el quicio de la puerta del mini-departamento de Evaristo, hablando con él desde fuera, sin llegar a entrar.
Susana, que conocía esta peculiaridad, llamó a la puerta y la entreabrió para que aquel aire enrarecido saliera al algo menos enrarecido aire de la redacción. Todo el edificio era antiguo y la humedad, algo inherente a estos inmuebles cuando llega el invierno, estaba presente por todas partes.
—¿Qué hay, Evaristo? ¿Trabajando también hoy en nochevieja?
—Ya sabes, la radio nunca para. No somos como vosotros los medios escritos, que habéis conseguido unas cuantas noches en las que no trabajáis. Seguro que El Heraldo ya está cerrado.
—Puedes apostar a que sí. Pero por eso la inmediatez que da la radio, el calor que emana… A veces hasta se pueden percibir los efluvios de quienes la producen —remató Susana, sarcástica con aquella hediondez característica: Evaristo lo había vuelto a hacer.
—Déjate de tópicos. ¿Qué has venido a hacer? No tienes programa hasta el lunes. Y hace tiempo que no preparas aquí tu guión.
—He venido a desearte una feliz noche y un próspero año nuevo.
—¿Una feliz noche? ¿No es lo que se deseaba hace siete días?
—No soy muy creyente, la verdad.
—Ya, ni muy monárquica…
—Sí… hay más cosas que nos separan que puntos nos unen.
—¿Y por qué habríamos de estar unidos por algunos puntos?A Susana aquella conversación ya le estaba sobrando. Además, respirando a medio pulmón, estaba empezando a ahogarse. Estaba todavía junto a la puerta de aquella sentina, por lo que la abrió de par en par para que se oreara el hálito viciado de aquella estancia.
—Al fin y al cabo somos colegas de profesión —expuso tímidamente.
—Bueno, digamos que coincidimos trabajando en el mismo sitio.
—Lo cual es suficiente para que pase a desearte que tengas una buena noche.Evaristo se sintió molesto, pero no culpable por como estaba tratando a Susana. Estaba molesto porque no podía soltarle a la muchacha la rabia que sentía. Y decidió que se iba a despachar a gusto.
—¿Y a ti qué te importa cómo la voy a pasar? A mis años uno ya no espera más que puñaladas de los compañeros de profesión.
—Eres tú quien habla de compañeros. Yo he dicho colegas. Pero ya que me lo espetas de forma tan intempestiva, ¿debo pensar que me estás queriendo decir algo?
—Es que todavía no me he podido sacar el puñal que me clavaste con López. Será porque lo tengo bien clavado.
—A lo mejor es porque está en un lugar al que no llegas, y al que nunca hubieras llegado. López quería alguien con experiencia en los medios de comunicación escrita. Y si no recuerdo mal fuiste tú quien me recomendó.
—Estás mal informada. López llamó preguntando por ti. Se hizo el tonto, pero sabía bien quien eras y la experiencia que adujiste en tu currículo.
—La verdad es que no estoy ni mal ni bien informada. Sobre ese particular no sé nada en concreto. Pero me da que barruntas que fue como tú dices y sin embargo careces de pruebas de que fuera así.
—Mira, Susana. A mi edad y con el tiempo que llevo aquí, conozco a López mejor que tú. No necesito acostarme con él para saber de qué pie cojea cuando lo hace.
—Yo no me he acostado con López, Evaristo…
—Eres tú la que se da por aludida —cortó el viejo carcamal.
—Quizá sea esa la espinita que tienes clavada. Que no me he acostado contigo.
—Nunca siquiera te lo he insinuado, que yo recuerde…
—Pero sí alardeaste de llevarte a esta palomita al palomar cuando empecé a venir por aquí.
—No puedes hacer caso de lo que te cuenten. Un buen profesional contrasta su información al menos con tres fuentes.
—O es testigo de los hechos. ¿Te crees que esta pecera es estanca?Evaristo palideció… ¡Touché!, pensó Susana, que no tenía ni idea de que Evaristo hubiera dicho nunca algo semejante. Pero conocía sus formas de expresión.
—A veces se dicen cosas entre hombres…
—Ese es uno de los males de esta profesión. No hay espacio para las mujeres a no ser que tengan una bonita cara y estén dispuestas a pasar por algunas piedras.
—Tú sabrás por qué piedras has tenido que pasar para llegar a ser ahora relaciones públicas del Rayo y dirigir su revista semanal.
—Y os complacéis en dificultar el acceso a la profesión a los que van llegando —continuó Susana sin hacer caso de la impertinencia de Evaristo—. Ese miedo a que el nuevo haga algo mejor que vosotros sólo refleja vuestra inseguridad.
—Ya… es que sois todos muy licenciados… y los viejos no tenemos estudios universitarios. Sólo tenemos experiencia, pero eso no vale a no ser que tengas un titulito colgado de un cuadro.
—La experiencia que nos falta a los nuevos y que os negáis a compartir con nosotros.
—Los nuevos se niegan a compartir su “saber” con esta raza a extinguir… Nos miráis por encima del hombro cuando damos algún consejo. Como no entendéis de lo que os hablamos, nos ridiculizáis y os reís.
—Parece que de tu puñal en la espalda te has olvidado. Y te estás provocando una úlcera con tu resentimiento y con tu fumadera constante.
—Sólo me faltaba que no pudiera fumar en mi oficina.
—Creo que a partir de pasado mañana ya no. Y lo sabes bien. Pero harás lo que te dé la gana, que para eso llevas aquí tantos años como la emisora.
—Supongo que le irás con el cuento a López y él tomará cartas en el asunto.
—Sólo te faltaba acusarme de delatora. La próxima vez que venga por aquí serás tú quien me clave ese puñal, pero literalmente.
—Por ganas no será.
—¿Pero qué querías que yo hiciera? ¿Que cuando López me propuso lo que me propuso le dijera que yo no era la más indicada y que te llamara a ti? Si te hubiera querido a ti en ese puesto te lo habría dicho cuando que te llamó preguntando por mí.
—Cuando López te propuso lo que te propuso… ¡Vaya, hombre! Así que no puede mencionarse…
—No me propuso ser dircom del Rayo, Evaristo. Sólo me propuso llevar una revista semanal. Ni eso… su idea era sólo de un fanzine.
—¡Qué cosas! Y en menos de tres meses te nombra… ¿qué…?
—Directora de comunicación… Dircom, abreviadamente.
—Claro… seguro que por eso no encajo yo ahí. Por no saber lo que es un diiiiircom —se burló Evaristo alargando innecesariamente la vocal.
—Evaristo, puedes pensar lo que quieras. Entre otras cosas porque con todo lo que yo pueda decirte no voy a conseguir que cambies de opinión. Agur. Que tengas una buena salida y entrada de año.
—Lo mismo te deseo, palomita. Y si alguna vez puedo serte útil, no dudes en pasarte por aquí.Susana pensó ser mordaz con el viejo, pero dudó de si lo había dicho en serio o estaba siendo irónico.
—Gracias, Evaristo. Sé que atesoras un vasto conocimiento… y sin ti la emisora no sería lo mismo.Susana dijo esto último con toda su buena voluntad, pero Evaristo optó por cogerle la matrícula cambiada y pensó que le había lanzado una indirecta. ¡Así que la palomita se proponía ser jefa de deportes y prescindir de él…! Pues tiesas se las tendrían… Se hizo un silencio algo incómodo durante el que se escuchó la voz que emitía la propia emisora, que se sintonizaba en todas las habitaciones del edificio.
» Hoy es nochevieja, amigos oyentes. Esta noche, mientras toman las uvas, formulen sus deseos más íntimos y traten de hacerlos realidad. Feliz 2011.
—¿Y no pedirías ganar algo de paz interior para el año nuevo, Evaristo?
—Le pediría quedarme como estoy, siendo como soy.
—Te has vuelto reticente y desconfiado. No puedes ser feliz así.
—La profesión me ha hecho así…, y las compañías traicioneras que no pedí tener a mi lado. Supongo que tú le pedirás al nuevo año triunfar más allá de Mospintoles —pareció que Evaristo quería situar a Susana fuera de su alcance.
—Eso tendrá que esperar. Aún es pronto. De momento me conformo con mantenerme donde estoy… No meter la pata… Y conseguir que no me veas como una rival. Nunca he dudado de tu profesionalidad. Pero llegan nuevos tiempos, y con ellos nuevas formas de hacer las cosas.
—Estáis acabando con los fundamentos de la profesión. Sois capaces de elevar a la categoría de noticia cualquier chisme o rumor que cacéis al pasar. Me gustaría que tuvierais más respeto con la audiencia.
—Quizá la audiencia esté pidiendo nuevos formatos para el siglo XXI y abandonar los clásicos. Hay que experimentar nuevas fórmulas de comunicar.
—Eso es lo que tú dices. Vas a llegar tarde allá donde vayas. Adiós Susana.
—Adiós Evaristo, y que tengas un feliz año nuevo.
—Lo mismo te digo —gruñó Evaristo mientras fingía que recomponía su mesa.
(Continuará…)
- Escrito por Mirliton, publicado a las 11:02 h.
- Protagonistas: ·Susana Crespo
- Escenarios: la emisora
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