—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

La joya del Rayo (y 3)

(Lee la entrega anterior)

Durante el segundo tiempo los chavales del Rayo consiguieron atar mejor el centro del campo, y el rival ya no creaba tanto peligro. Tenían un par de jugadores talentosos, pero anulados éstos, el equipo bajaba enteros. No obstante, la defensa había maniatado a las dos puntas del Rayo, y el partido se mostraba trabado.

» Piquito le hizo señas a Miguelito para que bajara a recibir el balón a medio camino entre el círculo central y el área de penalti.

Piquito se acercó al banquillo y habló con el míster:
—Míster, prueba con Miguelito de delantero centro. A ver si nos sale algo. Ha aprendido un par de movimientos. Conque le salga uno, será medio gol.
—Necesitamos un gol entero, Piquito. No me gusta el empate en este campo. Si nos meten al final nos hunden… –el míster se quedó en silencio durante un rato, y Piquito creyó que había zanjado la cuestión–. Cuando el balón salga por esta banda, da las instrucciones y que se las pasen a Miguelito –dijo el míster cuando Piquito ya se iba.

El balón tardó en salir por aquella banda, y cuando lo hizo Piquito le dijo al chico que vino a sacar que forzaran otro fuera de banda a su altura y que esa vez fuera a sacar Miguelito.

Así lo hicieron poco después, y Miguelito se entretuvo al agarrar el balón mientras atendía las instrucciones de Piquito. El árbitro, atento a esto, pitó apurando a Miguelito y le perdonó la amarilla. El crío iba a dejar caer el balón para que sacara otro compañero:
—No, no, saca tú que si haces eso te saca la amarilla –le conminó Piquito.

Miguelito había entendido perfectamente lo que Piquito le había dicho. Habían estado ensayando con Chili media docena de movimientos, y viendo los rivales que le marcarían en la nueva posición, Piquito había encontrado uno que encajaba como anillo al dedo.

Pasó aún un buen rato hasta que el balón fue a parar a los pies de Miguelito, que recibió de espaldas a la portería:
—¡Ahora! –chilló Piquito… pero Miguelito no podía oírle porque estaba concentrado en su propio cuerpo.

El niño fintó hacia fuera y se pasó el balón con el interior por debajo de los pies, que pasó también por debajo de la apertura de piernas que había hecho el rival. Miguelito se giró hacia dentro y tras dar un paso encontró el balón preparado para ser disparado con su pierna derecha. No lo pensó y pegó un zapatazo que se fue al palo corto, colándose junto al poste, a media altura. Fue el golazo de un superclase.

La alegría fue colectiva en el banquillo; todos saltaron a una y el míster se giró hacia Piquito, que estaba tranquilo, con las manos en los bolsillos del chándal, con una sonrisa tan grande que mostraba sus dientes. Miguelito salió corriendo hacia donde se encontraba Piquito, y deteniéndose en seco a unos metros de la banda le dispensó el saludo militar que Piquito dedicara al palco del Rayo en el primer gol que metió el día del ascenso. Detrás de Miguelito formaron otros cuatro o cinco críos y realizaron el mismo saludo. Como vestían un antiguo segundo uniforme de camisola blanca, aquella escena le trajo al míster recuerdos del filme “Botón de ancla”, pero allí nadie había visto tan vetusta y entrañable cinta. El míster se sintió viejo rodeado de tanta juventud… Se pierden los recuerdos colectivos… y son sustituidos por otros.

El rival, con todo perdido, trató de abrirse, pero la zaga del Rayo no estaba dispuesta a dejarse mojar la oreja. Los muchachos estuvieron bien despiertos cortando cualquier jugada. El chico al que Piquito había instado durante el descanso a cerrar a su par contra la banda tenía a éste controlado, sacándole el balón una y otra vez, montando rápidos contragolpes. El balón llegaba más a menudo a Miguelito, pero el rival se le anticipaba las más de las veces en falta, aunque el trencilla no veía en ello nada punible.

Piquito le hizo señas a Miguelito para que bajara a recibir el balón a medio camino entre el círculo central y el área de penalti. Así lo hizo en un par de ocasiones, recibiendo de espaldas y tratando de jugar una pared con algún compañero. Ahora el Rayo jugaba al contraataque y creaba mucho más peligro que su rival en sus ataques.

En una de estas Miguelito decidió fintar de nuevo e irse con el balón. Lo consiguió, pero estaba lejos del área y hubo de conducir la pelota el área de penalti. El portero quedó a media salida, pues el defensa estaba encima de Miguelito y en posición de quitarle el balón de los pies, pero el hábil mospintoleño fue más rápido y al esconder el balón fue derribado cuando entraba en el área.

Ahora el árbitro sí pitó penalti y tarjeta amarilla para el infractor. El muchacho, apesadumbrado, se encogió de hombros y ayudó a levantarse a Miguelito:
—¿Te has hecho daño?
—Sí, un poco. Me has cazado bien.
—Lo siento, no quería darte. Me has puesto el pie justo cuando te iba a sacar el balón.
—Pues no quería forzar el penalti. Quería apoyar a la izquierda para irme por la derecha y descolocar al portero.
—¿Puedes caminar?
—Sí, sí… ya se me está pasando el dolor.
—Pues lo siento, ¿eh?
—Vale, vale. Tranquilo. Y gracias.

¿Se comportarán igualmente estos jugadores dentro de diez años cuando les paguen unas cifras de vértigo para cualquier profesional del andamio, la llave inglesa o el volante? ¿O habrán encontrado la vía del piscinazo y el patadón para que no te muevas?

El penalti fue transformado en gol por el capitán del Rayo infantil A y el partido no dio para mucho más. Un par de sustos en cada portería y un postrer gol del anfitrión en el descuento que no valía para puntuar, dejando el marcador en 2 a 3. Tenía razón el míster al no fiarse del empate en este campo.

1

  1. Pingback - La joya del Rayo (y 3) | SportSquare — 2 02+01:00 mayo 02+01:00 2011 #

    […] La joya del Rayo (y 3) (Lee la entrega anterior) versióncompleta Durante el segundo tiempo los chavales del Rayo consiguieron atar mejor el centro del campo, y el rival ya no creaba tanto peligro. Tenían un par de jugador… […]