—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

La primera final (3)

(Lee la entrega anterior)

En el palco VIP estaba la futura alcaldesa con su consorte, dos actores de talla nacional sobradamente conocidos y confesos seguidores del Rayo, López y su cuerpo directivo, los tres presidentes de los equipos madrileños de primera que no quisieron perderse la persuasiva invitación de López, el presidente de la federación madrileña –el de la nacional se había disculpado por un compromiso adquirido previamente–, el presidente de la LFP, el del comité de árbitros… López no había dejado a nadie importante del mundo del fútbol sin invitar, que habían podido acudir porque la liga de primera ya había concluido. Curiosamente no había nadie del sector del empresariado, que nunca faltaban en el palco del Rayo. Después de todo el palco VIP no era demasiado grande so pena de dejar de ser VIP. Pero se habían habilitado convenientemente otros palcos menores para el tejido patronal de la ciudad y sus compromisos.

» La ovación fue de gala para ambos equipos. El partido iba a ser de los de ver de pie, de los de ver en vídeo una y mil veces.

López estaba tranquilo, relajado, distendido… Se podría decir que incluso estaba ausente, saludando a unos y a otros desde una lejanía indolente. Circunspecto, nadie podría decir que un ápice de nerviosismo circulaba por su cuerpo. Era como si conociera de antemano el resultado.

Comenzó el partido y la afición del Rayo redobló su jaleo. Eran incansables, animando a su equipo durante todo el encuentro lo mismo fuera el resultado adverso o favorable. No se tomaban un respiro. La prensa nacional ya había comparado a la afición del Rayo con la envidiable afición del Athletic de Bilbao, año tras año destacada como la mejor afición de España.

El Rayo había sacado de centro y rápidamente el balón cayó a la banda derecha del ataque. Raudo, el interior subió el balón permutando su posición con el extremo. Piquito y Chili subieron a las inmediaciones del área. El balón cayó a los pies del segundo, quien tras un corto regate chutó a puerta. El portero, que apenas se había ajustado los guantes, no esperaba tan fulgurante comienzo. Su colocación no era la más óptima y no llegó al balón, pero el cuero se estrelló en el larguero. Un lamento enorme se dejó sentir por todo el estadio. Pudo oírse cómo vibró el travesaño, pero el balón cayó a los pies de un lateral que inició rápidamente el contraataque.

El esférico estaba ya en el centro del campo, controlado por el organizador del juego, que abrió el balón a su izquierda, pensando que tras la galopada por aquella banda el interior no llegaría a tiempo. Así fue y la pelota –como es sabido– corría más que los hombres. Control y pase, ahora la bola fue colgada al arco que se extiende delante del área de penal. El delantero centro controló con el pecho en la frontal del área, de espaldas a la portería, se revolvió y soltó un zurdazo que enfilaba rumbo a la escuadra, pero apareció la testa de Meztger que desvió el balón a córner.

La ovación fue de gala para ambos equipos. El partido iba a ser de los de ver de pie, de los de ver en vídeo una y mil veces. En el palco los más imparciales aplaudían. Los otros también. Se botó el córner, que acabó en las manos del portero, que habilitó rápido al lateral izquierdo que ya corría hacia la mediana del campo, cuando aún se hablaba de las dos jugadas iniciales en las gradas y en los palcos.

La tensión no decayó durante diez minutos. Era un partido jugado a la antigua usanza, los ataques habían perdido el respeto a las defensas, un partido jugado a la inglesa, ese fútbol eléctrico que mantiene a los aficionados en pie constantemente.

Y no era para menos. Sólo uno alcanzaría la plaza que daba acceso a jugar la promoción. El empate no le serviría a ninguno, salvo derrota altamente improbable de las otras dos escuadras que optaban a esa sexta posición. El hecho era que tanto el Rayo como su rival de hoy dependían de sí mismos para soñar con el ansiado ascenso.

Pasado el cuarto de hora se notó una baja en el rendimiento del Rayo. Al principio fue inapreciable, pero pasado el ecuador de la primera mitad fue notable que los rivales se anticipaban una y otra vez a los jugadores del Rayo. Incluso Piquito, siempre tan explosivo, había dispuesto de una manifiesta ocasión de gol que marró por entretenerse incomprensiblemente controlando en exceso el balón. Hacia el final de la primera parte se podía decir sin temor a equivocarse que en todas las filas del Rayo reinaba la imprecisión, tanto en el pase como en el control. E incluso parecía que las ideas no estaban frescas.

Los jugadores corrían, eso si, pero no llegaban a tiempo a ninguna parte. Y llegó el gol en el minuto cuarenta. Metzger, incomprensiblemente, pues había sido destacado a lo largo del campeonato como el mejor defensa de la segunda división, había fallado en su marcaje y el medio-punta fusiló a placer al portero, que ya había cantado en dos ocasiones anteriores sin consecuencias para el marcador.

El público seguía animando, pero empezaban a ser conscientes de la superioridad del otro equipo.

Llegó el descanso y los jugadores del Rayo, todos boqueando sin excepción –salvo el portero–, se retiraron a los vestuarios, más cansados de lo que era habitual. Quizá el excesivo calor les estaba pasando factura. Convendría hidratarse convenientemente en el vestuario.

(Continuará…)