Madre e hijo se desnudan (4)
(Lee la entrega anterior) |
—Afrontaremos ese tumor como si fuese el más cruel de los enemigos. Necesitaré tu ayuda si es que necesito la quimio, si tengo que dejar temporalmente el empleo, si…
—Mañana hablaré con el equipo médico y López. Irás a los mejores doctores que hay en el país. No podemos creernos así como así la opinión de cualquier matasanos…
» Sé que ya no soy el mismo, que no tengo nada que ver con ese estúpido Piquito que balbuceaba en las ruedas de prensa hace algo más de un año.
Piquito estaba convencido de lo que decía. Sabía que la medicina no es igual para todos. Lo sabía en su propia piel. Cualquier persona con la grave lesión que él había tenido en la temporada anterior se habría quedado coja de por vida. Por eso, pese a la mala noticia, se armó de optimismo y quiso transmitírselo a su madre.
—Deja el asunto de mi cuenta. Pronto estarás en las mejores manos, madre.
—Dios te oiga. Ahora, de golpe, me he vuelto creyente. Ya ves…
—Pues yo no quiero ni que me lo mientes…
En ese momento Inmaculada quiso cerrar un largo compás de espera. Siempre lo había temido y siempre tuvo la sensación de que cuanto más lo dejase pudrirse, peor iba a enfrentarse a él pero hoy nada de eso le importaba ya. Se daba cuenta que la mala noticia de su enfermedad le daba ánimos para contarle a su hijo lo que este deseaba saber aunque no quisiera reconocerlo. Quizás porque intuía que esta tarde-noche había llegado el momento, la espera previa había sido puro nervio y ansiedad. Ahora, de golpe, una gran calma la embargaba y ni siquiera las palabras más duras que Piquito pudiera pronunciar podrían hacerla callar.
—Piquito, debo contarte lo que no sabes sobre tu padre. No quiero que me pase a mí algo y…
—No quiero oírlo. No me interesa. No me traerá más que problemas. En unos días me va a llegar una proposición de un importante club de primera que puede cambiarnos la vida aún más. Será el paso casi definitivo para conseguir mi objetivo en el mundo del fútbol. Necesito estar centrado en mi vida diaria, en los entrenos, en los partidos. Llevo semanas en que el coco no para de dar vueltas: presentía esa oferta. Pero, además, quiero sacarte de este barrio de miseria, quiero que dejes de trabajar… se acabó quitar la mierda ajena. Sé que ya no soy el mismo, que no tengo nada que ver con ese estúpido Piquito que balbuceaba en las ruedas de prensa hace algo más de un año. Muchas cosas me han cambiado en este tiempo y a algunas de ellas no es ajeno don Faustino. Ahora sé hablar mejor, tengo más confianza, sé mejor lo que quiero… Por ejemplo, no me gusta tu relación con Metzger…
Lo dejó caer así, como quien no quiere la cosa, después de una larga parrafada de la que él mismo estaba sorprendido. Quería llevar la conversación a otros terrenos, aunque fuesen los mismos.
—Madre, no me interesa con quien estuviste liada hace casi veinte años sino por qué te encariñaste de Metzger. Un delincuente. Nos salió un chorizo…
—¡No hables así! ¡No sabes nada de él!
—¿Y tú? Desde aquel día en que el inspector Cañeque se lo llevó esposado nadie ha vuelto a saber más de él. Parece que se lo hubiera tragado la tierra. ¿A ti te parece eso normal?¿O quizás sabes algo que nadie sabe? Puede ser… se me olvidaba que os calentabais mutuamente…
—Porque estábamos necesitados de cariño. Como tú, que aunque no me digas nada, yo sé que también te arrimas a algunas hogueras bien ardientes…
—Sí, pero no tienen nada que ver con tu mundo. En cambio tú entraste en el mío y te fuiste a enrollar con alguien con quien tenía una buena relación hasta ese momento. Y todo se echó a perder.
—Lo siento, hijo, la próxima vez te pediré permiso.
—Algunos colegas del equipo estaban al tanto y sus risitas a espaldas mías eran una puñalada…
—Ya no tienen porqué reírse ni tú porqué preocuparte. Metzger está en Alemania y pagará su delito.
—Estás muy informada… ¿Sigues en contacto con él?
—Todo se acabó. No quiero volver a tener más problemas con los hombres. Ya tuve demasiados hace tiempo, poco antes de que tú nacieras.
—Dime al menos de qué le acusan, si te lo ha dicho…
—Evasión de impuestos y defraudar a Hacienda. No entiendo mucho de estos malos rollos y él tampoco quiso explicarse mucho. En Alemania son muy estrictos con esas cosas…
—No como aquí…
—No volveremos a vernos. ¿Contento?
—Sí…
—Pues yo también quiero quedarme contenta: a esos colegas tuyos que se reían dale de mi parte una patada en los güevos. Ya sabes, un encontronazo fortuito y plas, tortilla que te crió… No te jode los subnormales…
—A lo mejor tenían envidia del alemán… –Piquito sabía que el tema ya no daba más de sí y quería encontrarle un final más o menos airoso.
—Todavía tengo un buen polvo… y perdona la franqueza, Piquito. No soy una monjita de la caridad, nunca lo he sido.
—Madre, cuéntame lo de mi padre…
Le salió así, de sopetón. Inmaculada estaba preparada. Llevaba toda la tarde-noche pensando sobre el asunto. Justo desde el momento en que el ginecólogo le había anunciado lo del tumor y ella se había venido abajo. Luego, aquel tipo que le había robado el reloj, sólo le había confirmado la necesidad de que su hijo se enterase de toda la historia sin más dilación. Se levantó, fue al frigorífico a por dos cervezas sin alcohol, y cuando regresó se dispuso a contarle lo que llevaba mucho tiempo deseando… y temiendo.
[Continuará…]
- Escrito por Cogollo, publicado a las 11:30 h.
- Protagonistas: (ver la primera entrega)
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