—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Ni curas ni vacas sagradas (2)

(Lee la entrega anterior)

—Tú dirás…
—He subido para pedirle que elimine algo que me molesta demasiao.
—Si está en mi mano, puedes contar con ello. Dime de qué se trata…
—Me molesta ese rito del rezo antes de los partidos. No sirve pa’ na’.
—No es más que una tradición. No debes sentirte obligado por ello. No tienes por qué rezar.
—Las tradiciones están para romperlas. Y estoy obligado a asistir y a hacer la pantomima cuando es algo que me pone nervioso.
—No sé quién te ha dicho que las tradiciones son para romperlas… Las tradiciones, por el contrario, son para mantenerlas. Es lo que nos une con nuestro pasado.
—Pero usté no gana na’ con ello.
—No se trata de ganar nada. Es algo que no hace daño a nadie.
—Somos varios los que no queremos al capellán en el vestuario. Y usté tampoco es religioso.
—Eso lo dirás tú…

» —Vale, me voy –exhaló Piquito levantándose, entendiendo el gesto del empresario–. La conversación acaba aquí, pero el asunto no está zanjao.

—Venga, hombre… Si no va a misa…
—Eso lo dirás tú… –volvió a repetir López, poniéndose serio y mirando fijamente a Piquito–. Acudo todos los domingos y festivos que corresponde seguir la liturgia.
—¿Pero cómo va ir usté a misa si se está tirando a la Teresa sin estar casaos? –a pesar del tono de chanza de Piquito y de su amplia sonrisa, López se indignó.
—Me parece que confundes la confianza con la que te obsequio con la falta de respeto –respondió fríamente.
—¿Pero qué respeto ni que niño muerto? –esta frase hecha disparó en Piquito el recuerdo de Miguelito, cuya muerte le había marcado hondamente hacía todavía pocos meses (1). Esta turbación dio al traste con el discurso que hubiera podido llevar preparado–. Bueno, yo sólo digo que a mí esos rollos no me gustan, y no pienso seguir haciendo el bobo. El día que me lesioné estuvo don Rosendo con sus rezos y no valió pa’ na’.
—También podrías pensar que gracias a los rezos de don Rosendo la lesión no te apartó definitivamente de los campos de fútbol –López pretendía mantener la compostura, pero notaba que la conversación le estaba sacando de quicio.
—Eso tiene trampa, señor López, y usté lo sabe. Pensando así siempre los rezos pueden haber evitao algo más gordo. La lesión fue la que fue, y don Rosendo y sus ritos no la evitaron. Es una pérdida de tiempo.
—No creo que os lleve mucho tiempo…
—El que lleve… –cortó Piquito–. A mí me pone nervioso y me desconcentra. Prefiero que entre un psicólogo deportivo, que sería más eficaz.
—Veré qué puedo hacer –dijo López a la vez que se levantaba dando por terminada la conversación.
—Vale, me voy –exhaló Piquito levantándose, entendiendo el gesto del empresario–. La conversación acaba aquí, pero el asunto no está zanjao.
—Hablaré con don Rosendo –propuso López ya de mal humor–. Pero no deberías hacer una montaña de un grano de arena. No cometas la torpeza de plantearme un pulso –amenazó López, que acompañaba al chaval hasta la puerta–. El asunto del rezo antes de los partidos es una tradición que ya estaba en el Rayo cuando yo llegué, y a mí me parece adecuado continuar con ella. A pesar de la imagen que tengas de mí, soy una persona creyente… y practicante. Pero mi credo no ha traído al Rayo lo que tú ves como una moda –López abrió la puerta del despacho–. Quizá en su momento fuera un hábito propio de un equipo de amigos que militaban en tercera división, pero lo cierto es que ya estamos en segunda, y nadie puede asegurar que no sea gracias al rezo.

Piquito no supo qué contestar. Se le quedó mirando largo rato desde el quicio de la puerta, con una media sonrisa congelada en la cara, tratando de descifrar qué había querido decir el empresario. Tenía claro que era el equipo y no López quien debía decidir lo que se hacía dentro del vestuario. Era seguro que el rezar no ayudaba a jugar mejor, y al propietario del equipo sólo debía importarle el resultado. Lo mismo podía haber traído un brujo hechicero que les hiciera danzar una haka neozelandesa, que el resultado del partido no dependería de supersticiones y ritos.

* * * * * * * * * * *

Por la tarde López volvió a reunirse con Basáñez para concluir el tema que se traían entre manos. El propietario estaba convencido de que el equipo necesitaba un revulsivo, ya fuera con nuevos fichajes en el todavía distante mercado de invierno, ya fuera declarando transferibles a un grupito de jugadores, ya fuera de ambas maneras.

Basáñez escuchaba atento, y asentía. Volvía a estar de acuerdo con el mandamás, y apuntó que cambiar de entrenador, con cuya contratación López se había mostrado muy crítico la temporada pasada, podría tener los efectos buscados.
—Siempre será mejor planificar este cambio que tener que hacerlo apresuradamente cuando tuviéramos el agua al cuello –concluyó el factótum.
—Lo he pensado, Basáñez, no se crea. Pero cambiar el entrenador… ¿para qué? El año pasado acabamos deseando no subir. Cuando nuestras arcas estén boyantes podremos abordar ese tema y traernos a un crack del banquillo. Pero mientras el actual míster nos mantenga en la categoría… ¿por qué gastar más?
—A veces no le entiendo, López. Quería deshacerse a toda costa del entrenador sólo porque Pedregal tiene participación en sus derechos de representación, pero al final de la temporada renovó al míster por un año más cuando le hubiera salido gratis deshacerse de él al quedar sin contrato.
—Digamos que Pedregal ha dejado de mostrarse tan crítico conmigo, y después de todo, son cuatro duros los que se lleva. Contratar otro míster… ¿quién nos garantiza que nos mantendrá en la categoría? Con el actual ya hemos visto que el equipo funcionó el año pasado.
—No quisiera averiguar el motivo por el que Pedregal ha dejado de ser crítico con usted en las deliberaciones del Consejo. No es usted persona que se deje llevar por cuestiones personales.
—Para mí es muy importante la actitud y la confianza hacia mi persona… Le diré… He estado pensando… y Piquito será declarado transferible para el próximo mercado de invierno.

[Continuará…]


NOTAS:

  1.  — Aquellos fueron días muy duros para Piquito. Tendrás que leer los tres cuentos anteriores al enlazado para averiguar más.