Drama y comedia (4)
(Lee la entrega anterior) |
A las ocho de la noche las constantes vitales de Inmaculada estaban tan normalizadas y su consciencia tan lúcida que los doctores dieron el visto bueno para que la enferma volviera a planta, a su habitación. Seguiría siendo monitorizada durante toda la noche pero pensaban que el peligro había pasado. Seguramente sus defensas, tan debilitadas, la habían incapacitado para responder a un principio de infección viral, como atestiguaban los análisis clínicos. Ello había disparado todos sus ritmos vitales, desviándolos de su estado habitual. Cuando lograron estabilizarlos, los medicamentos consiguientes permitieron una mejoría casi instantánea.
» —En aquellos días de Alcorcada me bebía la vida tan a borbotones que me acostaba con tres hombres sin que ninguno sospechase nada de los otros. También hubo un cuarto pero con aquel sólo tuve un fugaz encuentro.
Ya en la habitación, Piquito le pidió a Rosa que se fuese pues él pensaba quedarse con su madre hasta que regresara a las diez Matilde. Instantes antes había recibido una llamada de Metzger por la que le indicaba que llegaría con retraso. Nada le dijo sobre lo que había ocurrido a Inma a lo largo de la tarde.
Solos en la habitación Piquito cogió una silla y la acercó al lado de su madre. Luego le asió la mano.
—¿Cómo se encuentra, madre?
—Saliendo de una nube negra…
—Ya ha salido el sol…
—Ojalá, hijo. No sé qué me ha pasado. Empecé a sudar y temblaba como un flan. Menos mal que Rosa llamó a la enfermera inmediatamente… ¿Te han dicho algo de lo que me ha ocurrido?
—No. Dicen que ha sido una crisis grave pero muy breve porque ha reaccionado pronto y bien.
—Me he escapado por los pelos, ¿verdad?
Piquito dudó unos instantes si decirle a su madre la verdad o quitarle importancia a lo sucedido pero pronto encontró la respuesta adecuada pese a que todavía tenía un nudo en la garganta.
—Ha estado a punto de dejarme solo en este mundo, pero al final reaccionó como una campeona y aquí estamos los dos. No me deje nunca, madre…
Piquito comenzó a llorar. De regreso de la UCI se había prometido no hacerlo para no impresionar a su madre pero las ganas eran tan enormes que nada podía hacer su voluntad por evitarlas.
—Llora, hijo mío, lo has debido pasar muy mal allí abajo… Desahógate, sin miedo… Yo también lo haría pero… ya no me quedan lágrimas… Te prometo que no voy a tirar la toalla, que quizás hasta ahora he hecho alguna tontería, no sé si fruto de mi inconsciencia o de mi cobardía, pero… te prometo que voy a seguir al pie de la letra todos los consejos que me den los médicos, el psicólogo, Rosa y Matilde… Desde que empecé la quimio he sido una mala enferma, me he rebelado contra todo y todos… y por eso esta tarde… casi llega mi hora.
—Ya pasó todo, madre. Descanse y no le dé más vueltas. Lo importante es que todo va a cambiar.
—¿Todavía no ha llegado Uwe?
—Su avión ha salido con retraso pero en un par de horas estará aquí. No le he dicho nada de lo de esta tarde. Mejor no preocuparle.
Inmaculada no tenía sueño. Parecía que aquella bajada a los abismos le había dado tal fuerza interior que ahora, si bien con voz algo débil y entrecortada, no paraba de hablar. Piquito le seguía la corriente.
Inma habló de su trabajo, ahora abandonado por culpa de la enfermedad y de que, cuando se recuperase, le gustaría encontrar algo menos fatigoso y mejor pagado que limpiar oficinas. También habló a su hijo de la soledad que prácticamente le había acompañado toda su vida y de que no tenía amigas íntimas. Quizás por eso a veces había buscado la compañía y el amor de los hombres con demasiada necesidad y eso acabó pagándolo con fracasos y desilusiones. Poco a poco derivó a los recuerdos de sus años en el pueblo, a las desavenencias con sus padres, que le tenían destinado un lugar en la tienda con la que se ganaban la vida. Ella, sin embargo, quería vivir su vida, volar de aquel pueblo miserable en busca de un mundo bien diferente. Soñaba con Madrid, con pasear por sus grandes avenidas y trabajar en una peluquería u oficina. Tampoco le hacía ascos a hacerlo en una tienda, pero no como la de sus padres, un lugar triste y maloliente, sino en unos grandes almacenes o en una perfumería donde poder oler aromas que nunca olería en el pueblo. Y entonces empezó a contarle a su hijo cómo conoció a un joven llamado Melitón, hijo de muy buena familia, el cual le ofreció trabajar en una inmobiliaria después de pasar juntos varias noches inolvidables. Le contó cómo bastaron aquel par de noches para enamorarse de aquel chico tan agraciado y con tanta labia que ella se quedaba embobada escuchándole. Y aceptó el trabajo, claro que aceptó.
Piquito aprovechó un momento en que Inma pidió beber un poco de agua para insinuarle que todo aquello formaba parte del pasado y que a él lo que le interesaba era el presente que tenían y lo que les depararía el futuro.
—Aunque haga propósito de enmienda, tengo cáncer. Ese futuro de que me hablas puede quedar en nada si la quimio no logra curarme. Sé que muchas mujeres con lo mismo que yo lo han superado pero siempre me quedará ese miedo y no se irá hasta que pasen al menos varios años, Piquito.
—Eso es normal, madre, siempre que no lo convierta en una obsesión.
—Lo intentaré, pero por si acaso me pasara algo, no querría irme sin decirte quien… creo… que es tu padre. No tiene sentido que a tu edad nunca te haya dicho nada.
—Lo hiciste hace un par de meses, ¿no te acuerdas? El día en que te diagnosticaron el tumor.
—Te mentí. Necesitaba decírtelo aquel mismo día pero cuando llegó el momento me acobardé e inventé una mentira. Aquel soldado americano nunca existió (1).
Inmaculada bebió otro poco de agua. Tenía la garganta reseca y esta vez no estaba dispuesta a volver a mentir.
—En aquellos días de Alcorcada me bebía la vida tan a borbotones que me acostaba con tres hombres sin que ninguno sospechase nada de los otros. También hubo un cuarto pero con aquel sólo tuve un fugaz encuentro. No creo que sea tu padre y, además, le perdí la pista desde el día siguiente. No sé qué habrá sido de él. Ni siquiera recuerdo su nombre. Quizás no me lo dijo o yo no presté atención. ¡Aquel día estaba tan deprimida! Me había quedado sin empleo, la policía llevaba días interrogándome sobre si sabía algo de la estafa de la inmobiliaria en que había trabajado. Melitón había desaparecido del mapa sin decirme absolutamente nada, como si jamás hubiera existido. Poco más tarde supe que estaba embarazada. No sé a qué pudo deberse pues yo tomaba un anticonceptivo, aunque luego me refirieron que ninguno era eficaz al cien por cien. Me entró tal pavor que dejé de buscar trabajo y me largué de Alcorcada. Estaba sin dinero pues no me habían pagado el sueldo de los últimos meses.
—Todo aquello debió ser muy duro –dijo Piquito.
—Aquella estafa de la inmobiliaria en que yo trabajaba afectó a mucha gente. Me di cuenta entonces de que había sido una pardilla, que seguía siendo una tonta de pueblo, que se habían aprovechado de mí. Me largué y no quise ni averiguar quién podría ser tu padre. Estaba tan desilusionada y deprimida… Además, no era fácil saberlo y, en aquellos momentos, me importaba muy poco… nada… En realidad nunca me ha importado pese a que los tres posibles candidatos viven en Mospintoles. En aquellos momentos sólo quería traerte al mundo y tener a alguien a quien querer de verdad porque ni mis propios padres fueron capaces de ofrecerme el cariño y apoyo que yo necesitaba. Nunca me he arrepentido de todo aquello ni de lo que hice. Para qué… Sólo quiero decirte que si hasta ahora he tenido miedo de contarte quiénes creo que son tus posibles padres es porque los tres son gente muy conocida.
—¿Yo los conozco también?
—Claro, hijo mío… Te vas a llevar una gran sorpresa cuando sepas quienes son.
[Continuará…]
NOTAS:
- Escrito por Cogollo, publicado a las 11:30 h.
- Protagonistas: (ver la primera entrega)
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