Drama y comedia (y 5)
(Lee la entrega anterior) |
Inmaculada pidió a Piquito que le levantase un poco más la cabecera de la cama pues se notaba incómoda. Mientras que su hijo lo hacía escudriñaba su mirada. Estaba decidida a contarle todo, a no mentirle más, pero si el conocimiento aquel le iba a causar más perjuicios que beneficios ella sería la primera en dejar el tema con cualquier pretexto. Por eso quiso asegurarse.
—Siempre me has dicho que no querías saber quién podía ser tu padre, que ya es demasiado tarde. No lo sé, hijo. Si a mí me pasa algo no quiero que te quedes solo. Ya sé que andas con algunas chicas y que en cualquier momento me dices que te casas o que te vas a vivir con una de ellas, o que esperas un hijo imprevisto, pero no quiero que conmigo se vaya ese secreto. Luego podrás hacer con él lo que tú quieras. Olvidarlo o intentar dar con el auténtico padre. No creo que sea tan difícil con las pruebas de paternidad que hoy día se hacen. Quizás ellos no diesen su consentimiento… o quizás sí. ¿Estás decidido a escuchar sus nombres?
» —Mañana te cuento más cosas, Pico. Si es Uwe… no quisiera que se enterara de lo que hemos hablado.
—Descuida, madre, seré una tumba.
—Sí, lo estoy –respondió Piquito, dispuesto a acabar con aquella intriga–. Pero antes quisiera hacerte una pregunta, madre. ¿Cuál es tu relación actual con esos hombres? Dices que viven en Mospintoles.
—Ninguno de ellos se imagina que puede ser tu padre. Años después de Alcorcada, mira por donde, todos hemos venido a coincidir en el mismo lugar, Mospintoles. A los tres los he visto alguna vez, claro. Nunca hemos hablado del tema, ni ellos han dicho nada, como si nuestra relación nunca hubiese existido, ni yo he querido rememorar viejos tiempos. Cada uno tiene su vida y yo la mía. El primero fue aquel chico que me contrató en la inmobiliaria. Descubierta la estafa, desapareció y nunca supe si él estuvo o no implicado. Pienso que no. Cuando lo volví a ver años más tarde, era un pequeño empresario y le pedí un trabajo. Me consiguió uno de limpiadora, y aunque no era lo que yo deseaba, no había otra cosa a que agarrarse. Tú te quedaste en el pueblo con los abuelos mientras yo intentaba sacar la cabeza a golpes de escoba y fregona. Tengo con él una relación distante y fría.
—¿Quién es ese tipo?
—Melitón.
—No sé de nadie que se llame con ese nombre tan horrible.
—Nunca lo utiliza. Su nombre de ahora es su primer apellido: López.
Piquito se llevó las manos a la cara. Así estuvo unos cuantos segundos pero, incrédulo, tuvo necesidad de asegurarse.
—¿Ese tal López es… el… señor… López, el presidente?
—El presidente del Rayo.
Piquito seguía sin dar pábulo a lo que acababa de contarle su madre.
—Él no sabe nada de que tú puedas ser su hijo. Quiero suponerlo… En cualquier caso, le estoy agradecida porque me encontró aquel trabajo cuando yo estaba decidida a regresar al infierno del pueblo si pasaba un mes más en la más absoluta indigencia. Luego se olvidó de mí y yo no insistí para que me buscase otro empleo mejor. No volvimos a vernos hasta aquel momento en que ingresaste en el Rayo. Desde entonces sólo nos hemos visto en un par de momentos fortuitos, casi todos relacionados con lo tuyo, el fútbol. Lo importante es que gracias a él y a tu esfuerzo has llegado a dónde estás y a ser quien eres.
Piquito no hablaba. Necesitaba asimilar aquella revelación de su madre pero no podría hacerlo mientras ella estuviera delante. Necesitaba estar solo.
—Joder, madre, me ha dejado… me ha dejado… no sé, no me sale la palabra precisa. Una vez se la oí a don Faustino al referirse a una cosa que hice en clase y que no se la esperaba de mí.
—Hijo, acabas de nombrar al segundo hombre que podría ser tu padre.
Esta vez la revelación cayó como una bomba en el ya debilitado cerebro de Piquito. Inmaculada le miraba con ternura, liberada por la declaración que estaba haciendo a su hijo. Eran ya demasiados años de ocultamiento, de remordimiento, de miedo y cobardía.
—Está de broma, madre. En unas horas estoy pasando del drama a la comedia…
—Quiero que sepas todo lo que he sido incapaz de contarte en estos años. Vas comprendiendo que no era fácil hacerlo.
—Conque don Faustino, mi profesor preferido…, ese hombre íntegro dispuesto a ayudarme sin compromiso alguno. ¡Qué farsante!
—Él tampoco sabe nada… quiero decir que… no sabe que tú puedes ser su hijo. A diferencia de López, yo creo que él me quería. Me lo insinuó un par de veces pero yo era mucho más joven que él y la edad me parecía un asunto insalvable. Fui yo quien lo dejó en la estacada. Desaparecí de su vida y sólo volví a verle con motivo de la reunión que tuvo en el Instituto con todos los padres y madres de los alumnos de la tutoría donde tú estabas. Desde entonces nuestras conversaciones siempre giraron sobre ti y tu escaso rendimiento escolar. En ellas me mostré esquiva, como si jamás nos hubiéramos visto antes. Nunca me preguntó o insinuó nada sobre nuestro pasado. Ya lo conoces… Incluso cuando él venía a darte clase, cuando estuviste lesionado, yo procuraba no aparecer por casa para evitar encontrármelo. Hasta que te diste cuenta de la jugada y me obligaste, sin quererlo, a tener un encuentro en casa. Cuando lo despedí, tras hablar varias horas con él, recordando viejos tiempos, me di cuenta que se iba con algunas dudas. Pero… él nunca me las planteará porque soy yo quien debería tomar la iniciativa. Los hijos los parimos las madres y sólo nosotras sabemos en realidad quien es el padre… o los posibles padres. Y si no se lo decimos… ellos permanecen en la higuera.
Piquito estaba «estupefacto». Sí, esa era la palabra que una vez le dirigiera don Faustino en clase, tras una trastada suya. Ahora le venía de nuevo a la memoria.
—Dime que no estoy soñando, madre. Dime que estoy despierto, que eres tú quien me habla, quien me dice que el señor López y que don Faustino se acostaron contigo hace años y que alguno puede ser mi padre. ¡Toda mi vida sin saber de su existencia y ahora resulta que hay dos candidatos!
—Tres. Piquito, te olvidas del tercero en discordia.
A estas alturas, Inmaculada había recobrado la sonrisa. Cada vez se encontraba más recuperada de la crisis que había tenido y cada vez estaba más contenta porque por fin se quitaba un largo peso de encima, aunque lo cargase en las espaldas de su hijo.
—Pues vista la categoría de los dos primeros… me espero todo del tercero…
—Es Sebastián Matute.
—Matute… Un perfecto desconocido. ¡Era hora! ¿Quién es ese tal Matute?
—Lo debes conocer, hijo –Inmaculada, decididamente, estaba de buen humor.
—Matute… Espera, espera… Matute… –Piquito no hacía más que darle vueltas a la cabeza pues ese nombre empezaba a sonarle pero se ve que la memoria había entrado otra vez en punto muerto. O no…– ¡Ostras! ¡El que salvó la vida a Susana! Claro… El del concesionario de los coches Mercedes… El loco que ha creado una peña del Barça en Mospintoles…
—Y algo más, Piquito: el marido de la actual alcaldesa.
En esos momentos llamaron a la puerta. Inmaculada cogió la mano de su hijo y le habló en voz baja.
—Mañana te cuento más cosas, Pico. Si es Uwe… no quisiera que se enterara de lo que hemos hablado.
—Descuida, madre, seré una tumba.
Piquito se dirigió a la puerta y la abrió. Era el hijo de Fulgencio.
—¿Cómo está tu padre?
—Ha muerto. En el quirófano. Dicen que ha sido un fallo del corazón.
Ambos jóvenes se abrazaron. Desde el interior se oyó la voz de Inmaculada.
—Piquito, ¿quién es?
—No le digas nada a tu madre. Quiero que tenga un buen recuerdo de mi papá.
—Así lo haré.
—Me han dicho que ha estado a las puertas de la muerte.
—Sí, a las puertas. Todavía no sé ni cómo está viva…
—Dale un beso de mi parte. Dile que la operación ha sido un éxito y que ya nos veremos.
Se volvieron a abrazar. Inmaculada repitió la pregunta y Piquito se despidió de su colega. Cerró la puerta. Sólo eran unos metros de distancia los que le separaban de su madre. Distancia suficiente para darle tiempo a pensar lo injusta que es la vida: en sólo unos instantes su amigo había perdido a su padre y él había encontrado a tres.
- Escrito por Cogollo, publicado a las 11:30 h.
- Protagonistas: (ver la primera entrega)
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