—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

La movida de la churrería (3)

(Lee la entrega anterior)

El Bar Manolo ya había cerrado aunque todavía quedaba alguien en su interior. Sentados en el fondo estaba don Faustino y Matute departiendo bebida y aceitunas. En esas se incorporó Manolo.
—Cuando echaba el cierre me han dado este papel. Echadle un ojo…

Don Faustino lo cogió y leyó en voz alta.
—Martes 20. Manifestación en defensa de la Churrería Manuela. Acude a las cinco de la tarde al Parque “Eugenio Romerales”.
—¿Sabéis algo de esto? Es la primera noticia que tengo… –dijo Manolo, haciéndose el sueco, cuando sabía la movida de la churrería desde hacía unas semanas.
—¡No tenemos ni idea! –dijeron al alimón don Faustino y Sebastián Matute. La coincidencia al responder provocó su hilaridad.
—¡Vaya, en casa del herrero cuchillo de palo! –replicó Manolo, incrédulo–. Ni el concejal del Ayuntamiento ni el marido de la alcaldesa saben lo que se cuece en sus mismas barbas. Vosotros os enteráis de estas cosas por la prensa, ¿no?

» Don Faustino se dio cuenta de que la aparente anécdota del cierre de la churrería tenía mas trasfondo de lo que parecía. Si el bueno de Manolo veía así las cosas, lo de la manifestación tenía su lógica.

La hilaridad regresó a las bocas de los aludidos.
—Ahora vuelvo, que se me ha olvidado limpiar la máquina del café. A ver si cuando regrese sabéis algo más del asunto…

Mientras el cándido de Manolo regresaba a la barra, don Faustino se llevó un par de aceitunas a la boca y Matute le dio un sorbo a la cerveza.
—Bueno, ¿quién empieza primero? –dijo el Sebas, muerto de risa.
—Hazlo tú, consorte…
—Pues empiezo yo, don Faustino. María no me ha dicho absolutamente nada. No sé si porque sabe que soy un asiduo de la churrería o porque pasa olímpicamente de mí. Seguro que usted sabrá algo más. Lo habrán debatido en algún pleno…
—Cuando se celebró yo estaba operándome de la rodilla. No era un buen momento para comer churros. Luego me explicaron el tema pero no llegaron ni a pedirme la opinión. La decisión no tiene marcha atrás.
—A mí me lo han contado en la misma churrería y, francamente, me sentí muy violento porque doña Manuela pensaba que yo sabía algo.
—Y seguro que te pidió que intercedieras ante tu mujer.
—María pasa de mí, don Faustino…
—Ya será menos, hombre…
—La puta política le tiene comida la sesera.
—María es alcaldesa las 24 horas de día. Todavía no has asumido su nueva responsabilidad…

Otra vez regresaba Manolo. Traía en la mano una bandeja con más cervezas y aceitunas. La dejó en la mesa y se sentó.
—¿Me vais a decir algo que no sepa sobre el asunto de la churrería?
—Estás tú muy interesado por el porvenir de la churrería… y la churrera…
—Sebas, deja las gracietas para tus reuniones de la peña barcelonina. Me parece poco serio por parte del Ayuntamiento que en cuestión de varios meses haya roto una costumbre que duraba ya quince años: la de renovar la concesión a doña Manuela.

Don Faustino salió al quite.
—Alguna vez tendría que llegar el cierre de un local que está situado en terrenos públicos y que compite deslealmente con otras seis churrerías de la ciudad al tener mejor localización y mejores precios de arrendamiento.
—Puede ser, pero estas cosas se anuncian con tiempo. Se firma para el año próximo y se avisa que a su finalización no se renovará la concesión. Tiempo suficiente para que doña Manuela pueda buscarse las habichuelas y los churros con tranquilidad.
—¡Macho, no es para tanto! Ni que la churrería fuese una nave industrial… –respondió Matute.
—No es serio… pero los políticos sólo piensan en lo suyo y en el corto plazo, caiga quien caiga. Claro, siempre que no sean ellos…

Don Faustino se dio cuenta de que la aparente anécdota del cierre de la churrería tenía mas trasfondo de lo que parecía. Si el bueno de Manolo veía así las cosas, lo de la manifestación tenía su lógica. Por eso quiso dar su opinión para que su amigo no tuviera dudas de donde estaba él.

—Tienes razón, Manolo. Yo habría concedido un año más de prórroga. Si el Parque lleva quince años sin fuente, puede seguir uno más. Pero estarás conmigo en que la recuperación del espacio para disfrute de toda la ciudadanía es algo positivo…
—¿Ah, sí? ¿La gente va a poder bañarse en esa fuente que han prometido? Porque ahora, en ese mismo espacio, el personal puede sentarse y disfrutar de unos buenos momentos tomándose un buen chocolate con churros o cualquier otra cosa…
—Dilo entonces claramente y no nos confundas. Tú lo que quieres es que la churrería siga allí hasta que quiera doña Manuela. Porque hace bonito y es algo que ya forma parte de la tradición mospintoleña. No estoy de acuerdo, Manolo.
—Te voy a decir lo que va a ocurrir cuando quiten de en medio la churrería. Pondrán una fuente de mierda, con un par de chorritos de agua que sabrá a rayos y que nadie podrá beber. Al cabo de unos meses se acabará el agua y la fuente estará más seca que el ojo de un tuerto. Por no hablar de la suciedad y porquería que albergará. Al menos doña Manuela y su hija tienen aquella parte del parque como los chorros del oro. Compárala con el resto del recinto y verás que no hay color.
—No te lo discuto, Manolo. Pero deberías confiar en que quizás las cosas se hagan de ahora en adelante mejor.

Viendo que con el viejo profesor las cosas estaban claras, Manolo enfiló hacia Sebas.
—Y el marido de la alcaldesa que ha realizado esta alcaldada, ¿qué piensa?
—Coño, Manolo, si empiezas así me voy ahora mismo y no vuelvo jamás a verte.
—Perdona, Sebas. No ha sido mi intención…
—Es que ya empieza a hartarme eso del “marido de la alcaldesa”. Hasta en el concesionario me lo dicen algunos clientes y ya estoy hasta los cojones, ¿te enteras? ¡Hasta los cojones!
—Te vuelvo a pedir perdón, Sebas. Lo siento… de veras…
—Déjalo ya, Manolo, que ahora parece que me estás dando el pésame…
—Joder, tampoco es esa mi intención…
—Como estoy entre amigos quiero seros muy sincero: estoy hasta los cojones de ser el marido de la alcaldesa. En Mospintoles y en la casa…
—Será que te tienen envidia –dijo don Faustino para darle ánimos.
—El otro día, un desgraciao al que me faltó poco para partirle la boca, me dijo algo en lo que he estado pensando últimamente… Me dijo: “Es usted un privilegiado: la alcaldesa jode a los ciudadanos y usted jode a la alcaldesa”.
—Yo le habría partido la cara, las piernas, los brazos y el alma. Menudo hijoputa… ¿Y quién era? –preguntó Manolo.
—Uno de esos mierdas que ahora tengo que tratar en el concesionario. Un ricachón de Mospintoles al que un día le romperé las costillas.
—A ese tipejo no deberías permitirle pisar nunca más el taller.
—Si veto a ese cabrón el concesionario me dura dos días. Esa es otra. Con lo bien y lo tranquilito que estaba yo con mi viejo taller, arreglando coches del pueblo y de la gente sencilla, y ahora todos los días tengo que verle el careto a gentuza como esa… Lo que les sobra de pasta les falta de vergüenza y educación.
—Ya te dije que era un error lo de convertir tu viejo taller en un nuevo y flamante concesionario de la Mercedes… pero tú debiste creer que mi opinión era por culpa de la envidia…
—Tienes razón, Manolo. Lo creí.

Don Faustino asistía al dialogo entre Manolo y Matute asintiendo a cada cosa que decían. Quería mostrar una absoluta imparcialidad. Por eso vio conveniente que aquella conversación cambiase de tercio.

—Chicos, las cosas ya no tienen vuelta atrás. Sebas, tú eres el marido de la señora alcaldesa y te lo van a recordar a cada instante. Te recomiendo una respuesta lógica: no es María la que decide la política municipal sino un equipo de gobierno que, a su vez, tiene detrás todo un partido político, al cual votó hace unos meses la inmensa mayoría de mospintoleños. El que no vea esto es que es ciego o tonto de capirote.
—Tiene razón, don Faustino, pero lo malo es que el marido de la alcaldesa es el último en enterarse de todo. Por no decir que desde que tiene la vara de mando nuestra convivencia ha empeorado. Supongo que la erótica del poder la sacia ampliamente…
—En tus asuntos personales e íntimos no podemos entrar, Sebas. En esas cosas ya sabes que yo soy bastante reservado por lo que admiro tu franqueza y confianza en contarnos esa confidencia…
—Quizás os estoy avisando de que el marido de la alcaldesa puede dejar de serlo más pronto que tarde…

[Continuará…]