—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Los insumisos (3)

(Lee la entrega anterior)

Aquello era el colmo. El viejo se estaba quedando con él… Pero Jorge sabía que la única manera de ganarse a don Faustino era mostrando respeto.
—No; no tengo ningún familiar en el mundo del espectáculo, al menos que yo sepa. Me refiero a Jorge Sanz el actor. Bastante famoso, por cierto.
—¡Oh, perdone usted! Desconocía que existiera un actor por ahí con su mismo nombre… –don Faustino entendió la anterior desazón del chaval y a punto estuvo de escapársele una risita sardónica–. Pero yo me refería a que su nombre me es familiar por alguna causa que no me es ajena.

» —¿Dice usted que lo que pretende es comprarme con un empleo a media jornada?
—No, amigo. Lo que yo quiero decir es que pretenden domesticarle (…)

—Estudié en el Fernando Orejuela, pero usted no me dio clase… No es posible que usted recuerde mi nombre. Era un chico más entre tantos como por allí han pasado –en ese momento pareció hacerse la luz en la mente de don Faustino.
—¡Ah, sí! Ahora recuerdo… No han pasado tantos años después de todo… ¿Cómo no he podido recordar antes? Fue usted un alumno ejemplar, con muy buenas notas durante todo el ciclo de secundaria. Y en el Bachillerato le fue igual de bien. Terminó usted con una nota media de notable alto.
—No es posible que usted recuerde todo eso…
—Pues ya ve… Los profesores encontramos placer hablando entre nosotros de alumnos sobresalientes. Pero estoy algo viejo. He tardado mucho en darme cuenta… Quizá este currículo equivocado… Aquí dice que perdió usted sus años de universidad estudiando Magisterio…
—No los perdí, que los aproveché, don Faustino. Terminé la carrera también con notable alto. Lamento no haber alcanzado la nota de sobresaliente, pero uno no siempre puede con todo.
—No es posible que con su capacidad haya usted echado a perder su futuro estudiando Magisterio. Una carrerita de tres años cuando usted debía aspirar al menos a un doctorado tras cursar una licenciatura.
—Siempre me llamó la docencia. Me gusta trabajar con niños.
—Pero señor Sanz, en esto no hay futuro ni gloria.
—“El futuro del país está en nuestras manos”. ¿Recuerda usted haber dicho esa frase en la sala de profesores? Yo había ido allí buscando a mi tutora porque un chico de mi curso se había indispuesto durante un recreo y quería irse a casa.
—Le voy recordando con más nitidez. Sí, aquel incidente sí lo recuerdo. Yo hablaba con unos compañeros, incluida su tutora, y usted debió entrar en la sala de profesores y se quedó allí callado, esperando que le dieran permiso para hablar, hasta que su tutora le descubrió parado detrás de mí, a mi espalda… pero no recuerdo lo que estaba diciendo en aquel momento, aunque esa frase la he repetido una y mil veces, en aquel foro y en otros –don Faustino se había soltado… Ahora parecía empatizar con el chaval.
—Quizá fuera lo que me decidió…
—Y ahora le veo aquí, recomendado por la alcaldesa y sin saber qué ha visto ella en usted –don Faustino, contumaz, quería conocer el secreto.
—Bueno… la verdad es que aquel día, pasadas las elecciones municipales, entré en La Cama escoltado por un grupo de amigos y di un discurso a todos los allí reunidos.
—Luego usted es… ¡el insumiso aquel del que tanto me han hablado! Les impresionó usted tanto por su atrevimiento como por su moderación.
—Indignado querrá usted decir, que no insumiso. Y sí, iba en la manifestación de los indignados de Mospintoles cuando vi a todos aquellos mandamases reunidos en la cafetería. No me lo pensé dos veces…
—Conociendo a María… —Jorge notó que era la primera vez en toda la reunión que don Faustino llamaba a la alcaldesa por su nombre de pila–. Me temo que lo que pretende es reclutarle para que no vuelva usted a dar la lata.

El chaval quedó pensativo por un momento y bajó los ojos.
—¿Dice usted que lo que pretende es comprarme con un empleo a media jornada?
—No, amigo. Lo que yo quiero decir es que pretenden domesticarle –don Faustino había empatizado abiertamente con Jorge Sanz–. Es como cuando a un perro asilvestrado, famélico pero libre, alguien le ofrece comida, y el perro, a cambio de la manduca, se deja poner el dogal. Pierde su libertad a cambio de una comida segura. Pasado un tiempo deberá elegir entre abandonar la comodidad de la comida fija y el cobijo caliente o recobrar su libertad y con ella el hambre, el frío, y los peligros que acechan en el monte.
—Entiendo… Ha hecho usted muy buen símil.
—Mentiría si dijera que es mío. Sólo me he adornado un poco.
—En ese caso… Creo que no me interesa la oferta de nuestra alcaldesa. Y sin haberlo deseado, me ha salido un pareado.
—No pierda usted el humor. Es la única defensa que nos queda contra tanta mediocridad institucional como nos rodea.
—¡Y me lo dice usted, que está en el Ayuntamiento!
—Yo estoy aquí de paso, de camino hacia ninguna parte, posiblemente. Tratando de hacer un trabajo honrado entre tanto fariseo.
—Al menos un justo en Gomorra. Nunca he dudado de usted… Aunque confieso que su filiación activa me había descuadrado el altar en que le tenía.
—Quizá tenga usted razón y no vaya a conseguir nada. Mejor sería que me fuera… —dijo el profe más para sus adentros que para Jorge Sanz.
—Yo no he dicho semejante cosa, don Faustino.
—Pero está implícito en nuestra conversación. No creo que pueda seguir tragando tantas… consignas de partido.
—¿Como ésta mía?

[Continuará…]

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