—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Morir de éxito (3)

(Lee la entrega anterior)

Helen estaba jugando con fuego, sin saberlo o sabiéndolo. Ya le habían avisado que cuando a Polonio se le metía entre ceja y ceja una cosa no paraba hasta conseguirla, si entraba dentro de sus posibilidades. Capacidad de sacrificio y disciplina no le faltaban.
—Por ti sería capaz de hacer algo que me parece lo más aburrido y tontorrón del mundo, pero por eso mismo, lo haría si consigo que tú me quieras tanto como yo a ti.
—Pues tú dirás, corazón partío…
—Por ti sería capaz de correr la próxima media maratón de Mospintoles.
—Eso es demasiado, chico…
—Participaré en esa carrera… y la ganaré.
—Se me saltan las lágrimas, Polo…
—Te hago un trato, cariño.

» Helen ya no pudo aguantar las lágrimas y comenzó a sollozar casi violentamente. Aquello era más de lo que jamás hubiera esperado de aquel chico, tan enloquecido por ella que era capaz de prometer la mayor de las osadías.

A Polonio se le había encendido la única neurona que tenía en el cerebro, además de la que lucía en la entrepierna.
—Correré esa aburridísima y tontorrona media maratón, 20 kilómetros de nada y la ganaré. Y lo haré porque te quiero más que a mi vida. Yo jamás he corrido más que detrás de un autobús para no perderlo. Pero estoy dispuesto a todo el esfuerzo que eso representa para demostrarte que estoy loco por ti, que no puedo vivir sin ti, que muero por ti…
—Para, para… Pon el freno, madaleno. Tú has visto muchas películas…—Ya hemos dicho que Helen sabía hablar muy bien el español y que tenía un gran sentido del humor—Es una locura lo que te propones…
—Te digo más, amor. Elevo la apuesta. Si no gano esa prueba, te habría fallado y eso no me lo perdonaría.

Helen ya no pudo aguantar las lágrimas y comenzó a sollozar casi violentamente. Aquello era más de lo que jamás hubiera esperado de aquel chico, tan enloquecido por ella que era capaz de prometer la mayor de las osadías.
—¿Cuándo es la carrera esa? —dijo de pronto, sorbiéndose alguna lágrima, pero volviendo al lado práctico que toda mujer inteligente siempre tiene.
—Justo dentro de dos meses. La he visto anunciada en unos grandes almacenes.
—¡Es imposible! No aguantarás todos esos kilómetros de carrera angustiosa…
—Acabaré el maratón y lo haré como ganador. Si es así, ¿me querrás para siempre?

No podía dudar en la respuesta. No debía. En todo caso, era imposible que Polonio ganase en una carrera a la que seguro que asistirían varios miles de atletas, mucho más acostumbrados que él a ese tipo de prueba, y con suerte, alguno de ellos lo mismo era un profesional.
—Si ganas esa maldita carrera quizás me quede sin argumentos… Cómo no corresponderte entonces con el mismo cálido amor…

Aquella promesa, aquel compromiso, lo sellaron con un beso apasionado, más por parte de él que de ella, aunque cuando Helen estaba con Polonio todo su cuerpo brincaba de placer con sólo rozarla él, besarla en las mejillas, rodearla entre sus brazos… Sólo que ella pensaba, calculadora que era la chica, que el amor no es sólo pasión física y disfrute de piel, si no que los dos eran de países diferentes y que ella tenía un futuro escrito que podía irse al garete si decidía enrollarse con aquel osado chiscarabís.

Al día siguiente Polonio comenzó a entrenarse duramente de cara a la media maratón mospintoleña. Sólo contó a sus amigos una parte del reto que se había propuesto: quería participar en esa carrera para sentir nuevas emociones. Los más allegados, y por supuesto, el entrenador personal del gimnasio, le criticaron la iniciativa pues era escaso el tiempo que restaba para la prueba y él no tenía la condición física suficiente -ni la tendría en tan breve periodo de entrenamiento- para salir airoso del trance. Dio igual. Todos los días, a las ocho de la mañana, Polonio comenzó a hacer kilómetros y kilómetros de entrenamiento. Aquello era más difícil de lo que imaginaba pero poco a poco fue acostumbrándose. Nunca quiso descubrir sus cartas ni su estado de forma. A quienes le preguntaban sólo les decía una cosa: os voy a sorprender.

Pasaron los dos meses (volando, naturalmente) y llegó el día tan esperado para Polonio y tan temido, por no saber cómo acabaría y cuál sería su reacción, para Helen. El joven había hecho un esfuerzo casi sobrehumano por alcanzar un estado más o menos óptimo de forma, y confiaba no sólo en aguantar los 20 kilómetros de la prueba sino en ganarla. La chica estaba sobrecogida por el esfuerzo tan tremendo que había desarrollado Polonio, al punto que en los dos meses de severo entrenamiento sólo se habían acostado en tres ocasiones, tanto se cuidaba físicamente su desbocado pretendiente. ¿Cómo acabaría todo aquello? No lo sabía, pero empezaba a sentir por aquel chico algo más que pura simpatía y atracción física. ¿Era suficiente? Su corazón seguía siendo un mar de dudas y de miedos.

[Continuará…]