20-N (3)
(Lee la entrega anterior) |
Tras zamparnos los churros y chocolate de doña Manuela, a la que ofrecimos nuestra modesta colaboración para intentar evitar el cierre de su popular negocio, salimos con el estómago bien repleto en busca de incidencias electorales. Y para eso nos fuimos a otro colegio. Cuando entrábamos reconocimos a nuestro querido amigo Ricardo, el propietario del Asador Castilla.
—¿Cómo llevas la jubilación?
—Ahí vamos tirando y quemando.
—O sea, que sigues en los fogones…
» En este maravilloso Estado del Bienestar que todos los politicastros presumen de haber construido, una cita con el urólogo de la Seguridad Social te la dan con cuatro meses de retraso, y eso, con suerte.»
—Cuando cundió la noticia sobre mi retirada se notó una bajada de clientes. Al principio lo achacamos a la maldita crisis económica, que en ese momento volvió a empeorar otro poco más. Por si acaso se debía a mi jubilación en el negocio, al cabo de un mes aumenté mi presencia en el restaurante, aunque sólo de manera testimonial. Y oye, ¡empezó a aumentar la clientela!… Eso me tiene muy preocupado.
—¡Pero si tu hijo es mejor cocinero que tú!
—Sí, pero a la gente le da por donde le da… En este negocio mío el personal es muy conservador y, claro, yo no puedo estar toda la vida al pie del cañón…
—A un comunista como tú eso le debe sentar como una patada en los higadillos…
—Pues sí, la verdad, pero a mis años no voy a cambiar de forma de pensar.
—Pero si lo tuyo es más testimonial que otra cosa…
—Será lo que sea pero yo siempre he votado a mi gente. Y aquí lo veis: mi papeleta para la auténtica izquierda de este país.
—La que está hundida por su mala cabeza…
—O la que no dejan que la saque por culpa de una ley electoral hecha a propósito para fastidiar a los terceros partidos de ámbito nacional.
—¿Aprovecharéis el presumible batacazo de los psocialistas para aumentar el número de votos y escaños?
—Eso espero y que vosotros lo veáis…
—Y tú…
—A mí cualquier día me da un patatús y me voy con San Carlos…
—¡Pero si eres ateo!
—San Carlos Marx, hombre… En serio: hace falta que los defensores de las clases más desfavorecidas estén presentes en el Parlamento nacional en una proporción importante. En caso contrario los mercados y los bancos nos van a dejar en los tristes huesos con el pretexto de la crisis. Se congelan las pensiones o los salarios pero no los beneficios de los bancos o de las acciones. Se recorta en medicinas o en profesores pero no en gastos militares o en subvenciones a empresas y corporaciones a las que les sobra el dinero. Son muy listos esa gentuza de la Unión Europea, el Fondo Monetario y la madre que los parió…
—Pues el día tiene toda la pinta de que van a ganar los populares, la derecha…
—Todo es mentira, amigos. Los populares no tienen nada de populares y de gente del pueblo, los psocialistas obreros no han visto un obrero en su vida y nosotros los comunistas somos unos fracasados históricos a pesar de nuestras buenas intenciones. Todo una farsa, queridos. Pero no se lo digáis a nadie…
Un rictus de amargura afloró en la cara bonachona de Ricardo. Le deseamos mucha salud y quedamos en acudir una noche al Asador para pasar una estupenda velada en su compañía.
También vimos por allí al bueno de Manolo, el del Bar del mismo nombre. Salía del servicio y todavía estaba abrochándose la bragueta.
—¿Qué haces tú por aquí si el colegio electoral que te corresponde es el Instituto de don Faustino?
—Machos… sabéis más que yo… Si estoy aquí es por culpa de la próstata. Andaba cerca y como las ganas de mear apretaban he entrado a aliviarme. Últimamente no hago más que orinar y eso ya empieza a preocuparme.
—¿Has ido ya al médico?
—En este maravilloso Estado del Bienestar que todos los politicastros presumen haber construido, una cita con el urólogo de la Seguridad Social te la dan con cuatro meses de retraso, y eso, con suerte. O sea que cuando me vea el médico voy a tener una próstata de caballo.
—¿Y qué vas a votar si puede saberse?
—¡No me fastidiéis, hombre! De sobra sabéis que yo no voto, que nunca he votado y que jamás lo haré mientras no se den unas mínimas condiciones.
—Por ejemplo, que en una lista vaya tu buen amigo don Faustino…
—Yo no voto en las elecciones generales. Las municipales son otra cosa. Ahí los políticos que se presentan nos son cercanos, los problemas suelen ser de andar por casa y si luego lo hacen mal o meten la gamba, como tienen el despacho a tiro de piedra, puede uno acercarse por allí y cantarles las cuarenta. Las elecciones generales son otra cosa. Todo es muy impersonal, con listas cerradas y bloqueadas elaboradas por los caciques de los partidos. Con unos programas electorales de mentirijillas que nada tienen que ver con lo que luego se hace.
—Alguien me dijo un día que eres un anarquista camuflado…
—¡Qué coño anarquista! Esa es la manera facilona e indigna de calificar a los que no queremos entrar por el aro de una ley electoral tramposa que sólo prima a las mayorías y que manipula el principio básico de «un hombre, un voto». Sólo se acuerdan de nosotros cada cuatro años y encima nos engañan como a bobos. En fin, amigos, es muy temprano para largaros este rollo. ¿Anarquista yo? ¡Ya me gustaría…! Sólo soy un poco iconoclasta…
—Cada cual tiene derecho a ser lo que le dé la gana, Manolo. Cuídate esa próstata y vejiga porque a nuestra edad sólo pueden darnos problemas.
—Más problemas da la cartera, que casi todos la tenemos vacía y más que se va a vaciar, gane quien gane estas elecciones. Al menos la vejiga, de un tiempo a esta parte, siempre la tengo llena…
—Pues eso es lo malo, Manolo, eso es lo malo…
[Continuará…]
- Escrito por Cogollo, publicado a las 19:00 h.
- Protagonistas: (ver la primera entrega)
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