La odisea (de don Faustino) (1)
El mes de julio se lo pasó don Faustino entretenido en la puesta de largo de la Concejalía de Cultura y Deporte que la alcaldesa María, y todo el partido, le habían encomendado muy a su pesar. El viejo profesor no tenía ninguna necesidad de ocupar cargo alguno pero a veces no sabía decir que no, especialmente cuando estimaba que en determinadas situaciones no había otra solución mejor.
» Lo que el viejo profesor no se imaginaba es que el día siguiente iba a vivir una situación absolutamente kafkiana.
Pasado el primer cabreo por tener que desempeñar la concejalía, hizo de tripas corazón y pensó que quizás María tenía razón, que el subidón impresionante de votos que había cosechado el partido en la elecciones municipales se debía a que él iba en la lista. Todavía era muy conocido en la ciudad, sobre todo por la gente de mediana o avanzada edad, la cual aún debía recordar su trayectoria de concejal allá por 1983 y años siguientes. Eso seguramente le había beneficiado, aunque no era menos cierto que muchos jóvenes habían pasado por sus manos y le conocían del Instituto o de su anterior colegio, por lo que muchos votos también procederían de ese sector. Sea como fuere, había que apechugar con lo que le habían encomendado y él aceptado haciendo de tripas corazón. Esperaba no tener que arrepentirse.
Cuando llegó el mes de agosto todo pasó a segundo plano ante unas vacaciones que necesitaba como el comer. Había convencido a Manolo de que cerrase el bar en la segunda mitad del mes y que juntos hicieran un recorrido por España, especialmente por el norte donde el tiempo suele ser más fresco. Para la primera mitad don Faustino se fue a Francia, en busca de algunos de sus recuerdos más lejanos pues allí estuvo viviendo durante sus primeros ocho años de vida. Sus padres habían acudido un año a la vendimia y decidieron quedarse allí ante las nulas expectativas de trabajo que tenían en España. Con el dinero que pacientemente fueron ahorrando regresaron años más tarde y montaron un pequeño negocio en una de las ciudades dormitorio de Madrid. Allí se quedaron para siempre.
Tras su recorrido por París y el pueblo que le vio crecer, don Faustino regresó a Mospintoles pero hacía tal calor que decidió irse a la playa durante unos días hasta tanto llegasen las vacaciones de Manolo, su fiel amigo. Además, tenía ganas de usar más a fondo el nuevo coche adquirido a Matute una vez superadas todas las trabas burocráticas y judiciales que se plantearon tras el suicidio de Remigio, su antiguo dueño. Ahora, sentado en el mullido asiento del Audi, don Faustino pensaba hacia dónde tirar. ¿Al sur o al este? Echó una moneda al aire y salió la comunidad valenciana. Tras arrancar el motor, que sonaba maravillosamente bien, enfiló hacia la circunvalación para tomar la autovía que en unas horas le llevaría hacia algún pueblo costero de Alicante o Valencia. Iba a la aventura.
Tras varios intentos frustrados de conseguir un buen alojamiento hotelero a pie de playa, por fin logró uno en un pueblo típico de la zona. Ya era casi de noche, así que se limitó a darse una buena ducha, salió a tomar un piscolabis en un chiringuito del paseo marítimo y regresó pronto para dormir y poder levantarse con la máxima energía. Al día siguiente pensaba acudir a la capital, donde vería dos famosos museos. Para la hora de comer ya estaría de nuevo de vuelta. Luego haría una buena siesta y, tras ella, con un libro, iría a la playa a tomar una ración de sol y de tranquilidad. Lo que el viejo profesor no se imaginaba en esos momentos de hacer planes es que el día siguiente iba a vivir una situación absolutamente kafkiana.
[Continuará…]
- Escrito por Cogollo, publicado a las 08:30 h.
- Protagonistas: ·Don Faustino
- Escenarios: lejos de Madrid
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