La movida de la churrería (4)
(Lee la entrega anterior) |
El día 20, a las cinco de la tarde, el parque de Mospintoles –ahora llamado Parque “Eugenio Romerales”– presentaba un lleno a rebosar. Era el punto de origen de la manifestación en defensa de la Churrería Manuela. Autorizada a última hora de la mañana tenía previsto un breve recorrido, justo hasta desembocar en la plaza del Ayuntamiento donde la plataforma de apoyo a doña Manuela entregaría un escrito solicitando la revisión del cierre municipal de la churrería.
—Vecino, otra vez por aquí… ¡Quién iba a imaginar que esto sería una realidad!
Se refería a la aglomeración de gente que estaba ya organizándose para desfilar en procesión por algunas calles de Mospintoles.
—En unos tiempos en que aquí no se moviliza ni dios, reconforta esta movida.
—Ya sabe que el pueblo es muy sabio… para según qué cosas…
—Claro, claro… aunque es mejor manifestarse por esto que hacerlo para echar al presidente de un club de fútbol o para protestar por el descenso del equipo a una categoría inferior…
» No había mucha policía. En realidad había poquísima. Ni el Ayuntamiento ni la delegación del Gobierno habían dado mucha credibilidad a una manifa en favor de la churrería.
—Tiene razón, vecino. Hay movilizaciones que son un esperpento. ¿Y todo este enorme gentío apoya a doña Manuela y su bella hija?
—Eso parece… Ya ve que hay mucho hombre por aquí. Se ve que las churreras tienen numerosos seguidores…
—Ojalá que todo acabe bien porque los que no están de acuerdo también han salido a la calle…
—¿En manifestación?
—Su solicitud no ha llegado a tiempo. Supongo que estarán repartidos por el recorrido.
—La ciudad dividida en dos, vecino, los pro-churrería y los pro-fuente. ¿Este sainete está ocurriendo realmente?
—Baje la voz. Nosotros a lo nuestro, a chismorrear y pasar la tarde…
Los organizadores de la manifa comenzaron a ordenar el guirigay de ciudadanos que allí había presentes. Otros muchos venían por calles anejas. Con varios altavoces iban dando las instrucciones pertinentes. Doña Manuela y su hija, sin olvidarnos de Sebastián, el empleado injustamente olvidado pues en realidad él era el brazo ejecutor de las porras, el que las hacía bailar en el caldero de aceite hasta que se hartaban y acababan fritas y riquísimas, no paraban de recibir besos y abrazos de la concurrencia. Y ánimos, muchos ánimos.
—La alcaldesa tendrá que dar marcha atrás, Manuela. Las cosas tienen que hacerse con diálogo, negociando, viendo los pros y contras, consultando a los vecinos, si es preciso… Estamos en democracia, ¿no? Mire cuánta gente ha venido a defender “nuestra” churrería.
Una salva de aplausos brotó espontáneamente de los más cercanos a la conversación. El resto del personal imitó el gesto sin saber muy bien porqué pero estas cosas son así: unos pocos empiezan y la masa les sigue la corriente.
Ya estaba todo organizado, con los principales protagonistas en la cabecera de la manifestación, cuando se hizo un inesperado y expectante silencio. Algunos hasta se frotaron los ojos…
—¡Es Sebastián Matute, el marido de la alcaldesa!
—Como venga a provocar no sale vivo de aquí…
Cuando Matute, con paso decidido, llegó a la altura de doña Manuela y su hija, las besó y algo debió decir porque todos los que se encontraban alrededor empezaron a aplaudir a rabiar. El marido de la alcaldesa había tomado partido en el conflicto mospintoleño.
Como la hora de inicio ya se había cumplido ampliamente, los organizadores metieron prisa y acto seguido a la imprevista e insólita incorporación de Sebastián Matute, comenzó a andar la manifestación camino del Ayuntamiento.
—Esto quedará grabado en los anales de Mospintoles, vecino.
—Veremos a ver cómo acaba.
No había mucha policía. En realidad había poquísima. Ni el Ayuntamiento ni la delegación del Gobierno habían dado mucha credibilidad a una manifa en favor de la churrería. Aquello les parecía un puro sainete, pero quizás el verdadero sainete sea el que se traen los políticos cuando no prestan atención con sus lindas orejas a lo que se cuece en la calle. De modo que, a la vista de la multitud presente, tanto la policía urbana como los antidisturbios pidieron a toda prisa refuerzos no fuera a ser que aquello acabase malamente. Máxime cuando pudieron comprobar que en las aceras abundaban los contra manifestantes.
A partir de ese momento todo fue un griterío detrás de otro, una mezcla de eslóganes, de frases coreadas o individuales que reflejaban la división vecinal.
—¡Meteros los churros en el culo!
—¡No al cierre de la churrería!
—¡El parque es de todos!
—¡Dialogo si, imposición no!
Sólo hubo un momento de gran tensión. Fue cuando alguien, desde un balcón, tiró un objeto y este le dio en la cabeza precisamente a Sebastián Matute. En los primeros segundos surgió el desconcierto pues el objeto volante no identificado era objeto de discusión. Sólo unos instantes después quedó claro que era un viejo y raído balón con el escudo del Real Madrid y que no podía hacer daño a nadie. Alguien lo recogió del suelo y Matute, tras asegurarse de que su cabeza no había sufrido ningún daño, dijo en alta voz dirigiendo la mirada y el balón hacia las alturas:
—¡Del Madrid tenías que ser, capullo!
Aquella expresión de rabia, o de cachondeo, fue tomada por el respetable con jolgorio aunque el exabrupto del Sebas podía haber enturbiado el ambiente, no en balde la mayoría de los asistentes tenían sus preferencias, como es lógico en una ciudad madrileña, por el equipo merengue. Por si acaso, los organizadores de la manifestación continuaron inmediatamente con más eslóganes y frases. Las protestas de los contra manifestantes, menores en cuantía, pero bastante gritones, también siguieron haciéndose oír.
—¡Queremos un parque libre de humos!
—¡Fuera las cacicadas!
—¡Fachas, el parque es del pueblo y no de un particular!
—¡Nosotros churros, ellos chorizos!
No eran consignas coreadas por toda la gente porque, excepto la frase de la pancarta que encabezaba la manifa, todo lo demás estaba siendo improvisado por los más ingeniosos o lanzados. Por eso a veces había un diálogo cruzado entre los partidarios y detractores de la causa.
—Vecino, lo único que falta es que esto se politice.
—Pues yo pienso lo contrario. Lo que aquí se traen entre manos los unos y los otros es una cosa totalmente política.
Afortunadamente los manifestantes llegaron pronto a las puertas del Ayuntamiento. Allí se procedió a leer un manifiesto y pronto todo el mundo regresó a sus tareas habituales. La manifa se disolvió como un azucarillo en el agua. Empezaba a anochecer y a hacer un frío del carajo. Pero antes de que finalizase el evento, la churrera cogió el megáfono y dijo unas sentidas palabras:
—Gracias, amigos, por vuestro apoyo. Pase lo que pase no os olvidaré. Para mañana quedáis todos invitados a una degustación gratuita. ¡Os quiero!
Sebastián Matute no escuchó estas bellas palabras. Nada más llegar la manifestación al Ayuntamiento había cogido las de Villadiego.
[Continuará…]
- Escrito por Cogollo, publicado a las 11:25 h.
- Protagonistas: (ver la primera entrega)
Imprime | Recomienda | Suscríbete |