—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Choque de trenes (5)

(Lee la entrega anterior)

-Jueves por la tarde, a las 20 horas-
Una hora más tarde que en casa de don Anselmo, en otro lugar de Mospintoles, dos hombres charlaban en el reservado de una cafetería, solos, sin miradas indiscretas que delatasen que allí iba a ocurrir algo gordo.

Octavio Hermosilla y Matute, eran como la cara y la cruz de una misma moneda. Aunque procuraba no exteriorizarlo mucho, el dueño de la cafetería La Cama estaba feliz, muy feliz. Por el contrario, Matute tenía un semblante tan triste y sombrío que daban ganas de preguntarle cuantos días le quedaban de vida.

» —Tus asuntos matrimoniales ni me van ni me vienen pero tu señora es una mujer conocida, es la alcaldesa de la ciudad, la tengo en mucha estima y tengo el presentimiento –a la vista de esas fotos- de que alguien está intentando desprestigiarla, alguien quiere que estalle un escándalo…

—Sebastián… no sé cómo decírtelo…
—Lo que no sé es qué coño hago aquí, Octavio…
—Has venido por tu propia voluntad y puedes irte cuando quieras. Sólo te dije que había una cosa íntima de tu mujer que quizás querrías saber. Sólo eso…
—¿Y te parece poco?
—Estoy convencido de que intuyes de qué se trata y por eso has decidido venir cuando hace un par de horas no estabas seguro…
—De acuerdo, estoy aquí y ya es tarde para volverme atrás. Lo que no entiendo es por qué eres tú quien tiene esa información sobre mi mujer, sea lo que sea, y encima quieres contármelo. Estoy en la luna…
—Sabes que estoy muy bien relacionado en la ciudad, no sólo por ser el dueño de esta cafetería, donde acude gente tan importante como la alcaldesa, tu señora, sino porque también soy el representante de los pequeños y medianos empresarios de Mospintoles.
—No des rodeos, Octavio, y al grano. Me temo que va a ser purulento…
—Este mediodía, en el buzón de la cafetería, había un sobre sin dirección ni remite. Estuve a punto de no abrirlo pero ya sabes, la curiosidad nos puede a los que somos un poco cotillas. Dentro sólo había fotos. Exactamente diez fotos.
—Y en ellas aparecía mi mujer…
—Pues sí. No hizo falta mirarlas mucho para darse cuenta que no eran un simple reportaje de prensa, algún acto político o algo así. En ellas se veía a María…

Octavo hizo una parada en su exposición para darle cierto suspense y dramatismo al asunto. Lo hizo muy adrede, para regodearse con la situación. No obstante, procuró en todo momento mostrarse respetuoso con Matute.
—Lo mejor será que te las quedes. Yo no las quiero para nada. Siento que las hayan dejado en mi buzón. Me gustaría saber porqué. En todo caso aún estoy a tiempo de romperlas. Las destrozo en mil pedazos y, por mi parte, nunca existieron y por la tuya, nunca las viste. Yo creo que sería lo mejor…
—Eres un cínico, Hermosilla. Me haces venir por lo de las fotos y…
—Un momento, Matute, un momento. Te repito que has venido tú solito, nadie te ha obligado…
—Sí, pero tú me has llamado, me has inquietado con tu comentario…
—Tus asuntos matrimoniales ni me van ni me vienen pero tu señora es una mujer conocida, es la alcaldesa de la ciudad, la tengo en mucha estima y tengo el presentimiento –a la vista de esas fotos- de que alguien está intentando desprestigiarla, alguien quiere que estalle un escándalo… Es probable que esas fotos sólo sean un… digamos… un aperitivo de otras. Pensé que tú eras el primer interesado en el tema…
—¿Y por qué no has llamado a María? Si son unas fotos de ella, que lo resuelva ella, tan lista que es…
—Tú eres su marido, tú puedes controlar mejor lo que puede haber detrás de esas fotos. Puede ser un montaje o algo real, no lo sé. Quizás sea mejor que las conozcas… antes que ella.
—Me asustas. ¿Está matando a alguien? ¿Está tomando el sol en la terraza y la han pillado con las tetas al aire? O… quizás… la han pillado con alguien… que no soy yo…
—Míralas y sales de dudas. No quiero alargar esta conversación.

Hermosilla salió del reservado en busca de las fotos. Mientras que regresaba, Matute hacía cábalas. “Sí, la han pillado con alguien. Besándose, cogidos de la mano en actitud cariñosa… Lo nuestro se ha ido a pique y cada uno está buscando una salida. Claro que ella es la máxima autoridad de Mospintoles y estas cosas debe saber cuidarlas… Serían todo un escándalo… Y quizás es eso lo que buscan los autores de esas fotos. Un escándalo político… Quizás esperan que yo mismo sea el que dé el primer paso en su acoso y derribo”.

Hermosilla regresó de nuevo. Traía en la mano un sobre tamaño folio. Lo dejó sobre la mesa y salió del reservado. Entonces Matute se tomó su tiempo para sacar el contenido del sobre. Estaba dudando qué hacer. Al cabo de un par de minutos la curiosidad le venció. Quizás era la prueba de la infidelidad de ella. Cierto que él le era infiel pero si las fotos del sobre mostraban a una María poniéndole los cuernos estaba claro que el partido estaba empatado, aunque con ventaja suya porque él tendría pruebas y ella no.

Al fin metió la mano dentro del sobre y sacó las fotos. Entonces, parsimoniosamente, fue viendo una tras otra. Y sí, allí estaba ella, en todas las fotos, acaramelada con su apuesto acompañante, en ésta ambos se besaban apasionadamente, en esa estaban abrazándose en el interior de un lujoso coche. No había ninguna duda: la habían pillado bien pillada. Con esas fotos nadie dudaría que él era un cornudo. Entonces el cuello se le hinchó y la ira le salió hasta por los ojos. Ahora estaba fijándose en “él”, en el tipo que magreaba, sobaba, abrazaba y besaba a su mujer. Mierda. Entre todos los capullos que se podían tirar a su mujer, porque aquel se la había tirado esa misma noche, no le cabía ninguna duda, “ese” era el que más daño podía hacerle.

Lentamente se levantó tras meter las fotos en el sobre. Salió del reservado y vio a Octavio Hermosilla apoyado en el mostrador.
—Me las llevo. Ahora son mías.
—¿Hice bien en llamarte?
—Hiciste muy bien.

Cuando Matute desapareció del local, Hermosilla esbozó una sonrisa la mar de feliz. Su plan había funcionado a las mil maravillas pese a la desafección de don Rosendo, al que hacía unos meses le había pedido su colaboración. El detective que le habían recomendado era tan bueno como le prometieron. En poco tiempo había “cazado” a María en los brazos de alguien que no era Matute, su marido. Conociendo al Sebas, estaba seguro que el divorcio no tardaría en llegar tras llevarse las fotos. Una vez roto el matrimonio, sería entonces su oportunidad. Aquella mujer sería suya y no de ese tipo que la babeaba en las fotos. Ese López no se interpondría en su camino. Y si encima el padre de María conseguía cazar a Matute liado con una fulana, tal como estaba empeñado, el futuro sería espléndido.

Cuando Matute llegó a casa ya era noche cerrada. Iba un poco chispeado tras mezclar sus penas con un poco de alcohol. O mucho.

Tras abrir la puerta intuyó que algo raro pasaba. Quizás María ya estaba durmiendo o quizás estaba en la cama de López. La ira volvió a salirle por todos los poros de su cuerpo. Pero, ¿y el chaval? ¿Y Sergio? Subió a su habitación pero allí no había nadie. Tampoco en el dormitorio matrimonial. Estaba claro que María y el chico no estaban en la vivienda. Bajó al salón, encendió maquinalmente la televisión y se sirvió un cubata del mueble bar. Entonces fue cuando vio un sobre encima de la mesita cercana al sofá. Se sentó con miedo, como si temiera que aquel otro sobre encerrara también una mala noticia. Lo abrió con manos temblorosas. Lentamente sacó el contenido y se vio… sí, allí estaba él metiéndole mano y algo más a Montse, la prostituta de lujo que un buen amigo le había buscado para pasar la noche barcelonesa. Entonces se llevó las manos a la cabeza y entendió que lo habían cazado a conciencia. Igual que a María. Le asaltó una duda: ¿Quiénes estaban detrás de todas esas fotos? ¿Qué pretendían? ¿Era sólo su matrimonio lo que ponían en riesgo o había otros intereses mucho más bastardos? ¿Era una venganza política, el inicio de un chantaje, el intento de convertirlos en el hazmerreir de todo Mospintoles? Empezó a sentirse tan mal que salió corriendo hacia el cuarto de baño. Tenía unas infinitas ganas de vomitar.

[Continuará…]