—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

¡Calla, negra! (1)

[En 5 entregas diarias]

Prólogo tan extenso como innecesario

Les recomendamos a ustedes saltarse este largo exordio e ir directamente al contenido de la presente crónica pinchando en el enlace a la segunda entrega: ¡Calla, negra! (2). El único objetivo de este introito es situar la acción en la España actual. Si a alguien no le gusta lo que se dice en el prefacio siguiente puede ir tomándose una tila, porque las cosas son como son y no como nos gustaría que fueran. Y aún nos quedan un par más de sinónimos para esta introducción, tales que preámbulo y proemio, aunque la palabra exacta parece ser:

Prolegómenos:
El IES Mospintoles Sur se ha ido convirtiendo aceleradamente en un centro escolar cosmopolita. Extranjeros venidos de los cuatro puntos cardinales han anidado en la geografía española y viven, la mayor parte, de sus rapacerías y de la caridad estatal. Sabido es que la caridad y la solidaridad no debe ejercerse con dinero público sino con el propio, pero esta raza de degenerados que han hincado sus garras en los sillones presidenciales y edilicios, en el Congreso, en las Juntas autonómicas y en los Ayuntamientos, atienden únicamente a sus intereses particulares en primer lugar, luego a los intereses de su grupo de cabildeo, a continuación a sus intereses de partido, y sólo al final de esta retahíla a los intereses públicos. España no es para ellos más que el teatro de operaciones bancarias, financieras, inmobiliarias, influyentes, comisionistas, enchufistas, amiguistas y clientelistas, entre otras muchas de variado pelaje semilegal o semidelictivo, que quizá no sea lo mismo.

La enfermedad de nuestro país queda probada cuando alguien acusa públicamente a un político de ladrón o corrupto: éste sonreirá despreocupado; y si se le tacha de prevaricador hasta le sobrevendrá un ataque de risa. Pero, ¡ay si se le acusa de racista y xenófobo, u homófobo, o sexista o machista! Entonces el político nos dará todo tipo de explicaciones que nadie le ha pedido.

Así el IES Mospintoles Sur no hace sino representar la realidad social en cualquier pueblo o barrio español. La cosmopolidad del instituto se reflejaba en rumanos y otras nacionalidades venidas del este que no trabajan pero tienen coche y smartphone propios, disponen de casa o piso pagados con el Erario del Ayuntamiento, y se reproducen anualmente, merced a lo cual obtienen mayores ingresos del dinero del pueblo español. Exactamente lo mismo ocurre con los magrebíes, venidos del sur, aunque estos extranjeros que también viven del erario público y pueblan los gabinetes de los servicios sociales municipales con sus mujeres plañideras tienen cierta habilidad para desaparecer de las vías públicas, excepto cuando se saben a salvo por agruparse en bandada. En algunas zonas han llegado a tomar pueblos enteros, logrando expulsar a sus habitantes naturales generando tensiones. De más al sur también han llegado subsaharianos, aunque estos muchachotes suelen tener un carácter más independiente y subsisten con ventas ambulantes algunas de las cuales se sitúan al margen de la ley. Las mujeres subsaharianas suelen acabar en ambientes poco recomendables, lo que no podría tomarse como norma. Este subconjunto de extranjeros al menos trabaja o trata de hacerlo.

Del oeste han llegado centroamericanos tan vagos como los rumanos y magrebíes: mulatos y negros dominicanos y venezolanos principalmente, países donde nuestra picaresca patria queda superada por las trampas a las que estas gentes acostumbran para sobrevivir. Y los llamados panchitos, venidos del continente sudamericano: colombianos, peruanos, bolivianos, ecuatorianos, que suelen trabajar por cuatro duros en la construcción, tirando los salarios que tras años de luchas sociales habían conquistado los españoles, y viven con rentas bajas a las que se suman, cómo no, las ayudas sociales. Éstos se agrupan en guetos de los que no tienen interés alguno en salir para integrarse en la sociedad que los acoge. Barrios enteros son colonizados por estos extranjeros donde en ocasiones la Policía Nacional se las ve y se las desea para imponer el orden cuando se pelean entre clanes.

Luego, y también aprovechando el conocimiento del idioma, tenemos a los exquisitos elegidos del Cono Sur, los argentinos, todos filósofos o psicólogos, gentes muy dadas a perorar y convencer con su gracejo a los cándidos españoles. Conocida es por todos la leyenda de que si compras un argentino por lo que vale y lo vendes por lo que dice que vale, ¡te forras! Pero de bien nacidos es ser agradecidos, y debemos aceptar a estos forasteros con sus retrancas al recordar que en recientes tiempos ominosos para la memoria de España en aquel país se ayudó a multitud de compatriotas nuestros. Aunque la gran afluencia de extranjeros sin oficio ni beneficio que asola España ha conseguido que el nativo, nosotros, los englobemos con toda la turbamulta que nos invade.

Quedan dos puntos cardinales dignos de mención. Del lejano este nos han llegado miles y miles de chinos que por la debilidad de un gobierno español ya desaparecido gozan del privilegio de no pagar impuestos durante cinco años para cada negocio que emprendan. Los españoles son abrasados a impuestos mientras bazares, gimnasios y restaurantes chinos proliferan sin pagar un céntimo a las arcas públicas. Y son chinos, no idiotas. Chin-Wan abrió su negocio y a los cinco años lo trasladó a su primo Wan-Chin, y vuelta a empezar. Estamos llegando a la tercera generación, y el negocio será trasladado a la mujer del primero, porque han descubierto en estos diez años que aquí las mujeres también pueden ser propietarias. Dentro del plazo reglamentario el negocio será trasladado a la mujer del primo. Como habrán pasado veinte años, el heredero de la prebenda será el hijo mayor de edad. Y así vemos chinos conduciendo su Audi o su BMW del año, como dicen los gringos. Y ahora encontramos barrios enteros colonizados por negocios de chinos que no pagan impuestos y dan empleo, miserable, a los españoles: panaderías, hamburgueserías, cafeterías y bares principalmente; se han inmiscuido en el tejido empresarial español sin pagar impuestos.

Por supuesto, chinos, rusos y ucranianos se han traído sus mafias y sus modus operandi a sus colonias en el sur y el este de España. Los magrebíes han ocupado la iglesia del pueblo del que se ha ido el último de sus habitantes vernáculos y ahora está reconvertida en mezquita. Las imágenes, retablos y pedrerías que contenía el templo han sido vendidas puesto que no las requerían para su culto: es una ocupación en toda regla con consentimiento del indolente español.

Nos queda finalmente el norte, con sus huestes de colonización y ocupación. Y no son tan pocos como podría parecer a simple vista. Las Baleares ven ocupados pueblos enteros por teutonas y tudescos donde sólo se habla el alemán. En las Canarias nos topamos localidades enteras donde se comercia únicamente con libras esterlinas. Sin olvidar las comunidades de holandeses aquí y allá. Todos ellos vienen buscando el sol tras su retiro laboral: pero sólo el sol. Para ellos somos el indiferente sur.

Por el resto de la geografía hispana pululan ciudadanos de países más civilizados que el nuestro (sabido es que África acaba en los Pirineos, por lo que pagamos impuestos europeos para obtener servicios africanos) que se han ido asentando como han podido. Éstos trabajan en lo que pueden o en lo que queda: algún inglés, algún alemán, algún holandés, algún danés, unos pocos nórdicos, que han aprendido que en España se vive mejor que en sus países de origen: mejor clima, mejor gastronomía, numerosas y estrictas leyes de las cuales casi ninguna se cumple. Y si de muestra vale un botón, vean a agentes de la autoridad paseando por parques y zonas escolares sus perros de razas potencialmente peligrosas sin bozal ni traílla.

Colegimos que los extranjeros de perfil bajo viven de la caridad social y los políticos de todo perfil viven de la desidia social.

Definido este retablo de la España que nos toca soportar, cabría reconocer que debería ser tema de estudio sociológico averiguar por qué no han saltado chispas hace tiempo. Quizá el carácter menguado del español —al que le asusta que lo tilden de xenófobo o racista y cree que llamar negro a un negro es motivo de excomunión social— tenga bastante que ver. Un complejo social más que cultural atenaza al español, un complejo que baja, vertical, desde las castas políticas hasta el populacho a través de los medios de taimada inseminación ideológica.

Así están las cosas, y nuestra historia vendrá a ilustrar este nuestro argumento. (Ya les habíamos advertido de que el texto era largo e innecesario; ahora pueden ir al comienzo del cuento, en la segunda entrega).

[Continuará…]

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  1. Pingback - ¡Calla, negra! – Nube de relatos — 12 12+01:00 julio 12+01:00 2017 #

    […] El cuento se presenta retocado con un par de pinceladas respecto al que se publicó en mospintoles.com. […]