El tiburón y la orca (y 4)
(Lee la entrega anterior) |
En aquel momento se percibía una musiquilla que llegaba de la calle; se escuchaban voces y un creciente jolgorio, de forma tenue al principio, pero luego más intensamente a pesar de que las ventanas estaban cerradas para garantizar la climatización de la estancia.
Fue López quien llamó la atención del alcalde.
—¿Oye esa música festiva, señor alcalde? Asómese a la ventana, por favor.
» —¿¡Se ha vuelto usted loco!? Ése es un activo de este Ayuntamiento.
Los cuatro se levantaron y se dirigieron al balcón que daba a los jardines del ayuntamiento para ver, abajo, un autobús de dos pisos, una guagua, sin techo en el piso superior, engalanada con afiches del Rayo y de sus jugadores, que había estacionado junto a la parada de taxis.
Una multitud de personas se acercaban al autobús para reclamar unos pósteres que conmemoraban el ascenso del Rayo, y en medio de todo aquel bullicio se encontraba Piquito firmando autógrafos.
Era obvio que se trataba de un montaje de López, quien había contratado la guagua en Madrid, junto con una fanfarria que animaba a los transeúntes con una alegre música. Lo que no era tan obvio es que además había contratado a cien figurantes cuya función era hacer bulto, animando al resto de viandantes a acercarse al autobús. En cuestión de cinco minutos la acera de los jardines quedó colapsada, mientras la charanga tocaba pasacalles.
—Va a ser muy duro decirle al pueblo que el Rayo permanece en segunda B por una dificultad meramente administrativa.
—¿Cuál es su propuesta, López? Usted no ha llegado hasta aquí para darse por vencido.
—Véndanos el estadio.
—¿¡Se ha vuelto usted loco!? Ése es un activo de este Ayuntamiento. Esa venta necesita la aprobación del Pleno, llevará aparejados unos trámites, ni con un procedimiento abreviado conseguiríamos venderle el estadio antes del comienzo de la temporada…
López se le quedó mirando pacientemente mientras Segis divagaba.
—Además, se me echarían encima la oposición, la prensa, las asociaciones de vecinos, la dirección regional del partido. Usted lo que pretende es acabar con mi carrera política…
Mientras Segis volvía a la mesa, López estaba llamando por teléfono. Había recuperado la llamada que Piquito le hizo por la mañana, cuando Núñez el guarda le impidió la entrada al edificio de Industrias López&Asociados, y ordenó al chaval que subiera a donde se encontraban reunidos con el alcalde.
Segis, hojeando ahora el presupuesto, seguía obstinado en decir que aquella idea era un escándalo.
—Tranquilícese, señor alcalde, y escuche nuestra propuesta. El Rayo se convertirá en sociedad anónima deportiva. Para ello necesita, no de avales, sino de dinero contante y sonante. El empresariado de Mospintoles me ha mostrado su adhesión. La prensa mospintoleña está de mi mano, y nos es propicia. Socialmente el momento nos es favorable. Y del Ayuntamiento que usted preside todos esperamos que se convierta en uno de los accionistas importantes.
Segis escuchaba como quien oye la voz de la razón abriéndose paso entre los ecos de sus propias voces aún resonando en su cerebro.
—Como dinero no tienen, y el dinero público no ha de ir a manos privadas, el Ayuntamiento tasará el estadio por debajo de su valor de mercado, y esa será la aportación al accionariado de la entidad. Será nuestra empresa la que haga líquido el valor del estadio a cambio de unas condiciones que no se cumplirán. Podemos comenzar las obras de remodelación mañana, pues ya están proyectadas; estamos aguardando al visto bueno para llevar allí a nuestro personal.
Segis continuaba escuchando.
—Se nos permitirá construir una nueva grada, con tribuna, palco y zona VIP, que ya está proyectada por nuestros técnicos, en cuyos bajos instalaremos las oficinas de nuestro holding. Cuando completemos la mudanza podremos vender nuestra sede actual y recuperar así el líquido adelantado al ayuntamiento. Finalmente ustedes incumplirán las condiciones pactadas y el estadio pasará a manos del Rayo e Industrias López&Asociados a cambio de una indemnización que acabará engrosando las arcas municipales, y alguna otra si fuera menester, sin olvidar el valor de las acciones adquiridas por el Ayuntamiento.
En ese momento Piquito irrumpió en el despacho.
—M’ha mandao subir, señor López —dijo torpemente el chaval—. ¿Qué quería?
—Al alcalde le gustaría salir al balcón contigo para que saludeis a la afición de ahí abajo.
- Escrito por Mirliton, publicado a las 21:15 h.
- Protagonistas: (ver la primera entrega)
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