Qué diantres tendrá el fútbol (2)
(Lee la entrega anterior) |
Llegó el domingo. A las cuatro en punto de la tarde sonó el timbre en casa de don Faustino. No le pilló de sorpresa. Había intentado por todos los medios encontrar entradas para ver en Mospintoles el primer partido del Rayo en Segunda División. En las taquillas del estadio no quedaba ni una. Estaban agotadas desde hacía una semana. Sondeó a conocidos y amigos por si disponían de alguna sobrante o de las reservadas hasta el último momento. Nada de nada. Ni siquiera Sebastián Matute pudo obrar el milagro.
»—¿Pero por qué no me lo ha dicho antes? María repartió una deena de las que le había dado el club para sus compromisos. Yo mismo tenía dos, una para mí y otra para el Sergio, y al final las cedí al Chispas y al Pelucas. ¡Hay que tener contentos a los trabajadores! A mí, ya sabe, el Rayo todavía no ha conseguido enamorarme y mi hijo prefiere ver al Real Madrid, que juega a la misma hora por la tele.
»Sólo le quedaba una persona a quien recurrir —pensó don Faustino— pero nunca acudiría a ella: Piquito. El chaval había aprendido algo de lo que le había estado enseñando en las clases del verano pero, una vez iniciada la Liga, no estaba garantizada la continuidad de manera más o menos sistemática. Tendría que llamarlo expresamente para pedirle el favor y suponía que ese tipo de llamada y de petición debía de resultarle ya demasiado familiar. Aunque argumentase que sólo quería colmar la ilusión del hijo de su asistenta doméstica, Piquito no lo creería. Su actitud crítica con el mundo del fútbol no quería que se pusiese en duda, y menos por parte de Piquito. Tampoco había recurrido a la periodista, a Susana Crespo, por idénticas razones.
»—Sólo hay una oportunidad entre mil de conseguir las dichosas entradas… —insinuó el Sebas.
»—La reventa. Dos entradas a precio de caviar. Sólo para poder ver durante noventa minutos a unos intelectuales del balón que disfrutan maltratándolo. Joder, Sebas, no me tomes por idiota…
»—Pues chico…, perdón…, don Faustino, eso es lo que hay. También puede llevar al niño a la cafetería La Cama, donde tienen una pantalla gigante y creo que televisan el partido. Le compra un par de bolsas de patatas fritas y el chaval se queda más contento que unas castañuelas.
»—Podría ser una opción si no hay más remedio…
»—No tiremos la toalla antes de tiempo. Mañana por la mañana nos vamos por los alrededores del estadio y algo caerá. En esto de comprar entradas en la reventa el Sebas tiene bastante experiencia. Y no me negará que conseguir un asiento para ver al Barça es más difícil y caro que para ver al Rayo…» ¿Qué diantres tendrá el fútbol para que casi todo el mundo pierda el culo por contemplar los azares y desventuras de don balón?
»Don Faustino miró a lo lejos, al fondo de la calle. Su deseo —casi infantil— de no privar a Said de aquel partido le estaba provocando un considerable mal humor tras comprobar que la empresa era casi imposible. ¿Qué estaba pasando en el puñetero país y en la mismísima Mospintoles para que un vulgar espectáculo, conocido hasta el aburrimiento, consiguiese llenar los estadios todos los sábados y domingos pese a la crisis y a la carestía de las entradas? ¿Estaba todo el mundo loco? ¿Era esa locura algo coyuntural o ahora alcanzaba su cenit tras una ascensión desquiciada que venía de décadas? ¿Qué diantres tenía el fútbol o, mejor dicho, qué demonios habían conseguido introducirle los medios de comunicación, ahora el auténtico poder, para que casi todo el planeta perdiese el culo por contemplar los azares y desventuras de don balón? Al fútbol —a pesar de sí mismo— habían conseguido elevarlo a los altares convirtiéndolo en una nueva religión, fanatizada y estúpida como todas. El reciente Mundial del mes de julio le había abierto definitivamente los ojos: el fútbol era el nuevo opio del pueblo, de los pueblos, y mientras rodase la pelotita estaba garantizada la anestesia social, la felicidad y el carnaval. Porque no son sólo los noventa minutos de juego; es el largo preámbulo antes de los partidos, donde se pronostica, apuesta y opina; es el extenso epílogo que sigue al pitido final, con las repeticiones mil veces de las jugadas más interesantes, de los goles, con las discusiones sobre los posibles penaltis no pitados, las lesiones, las declaraciones de los protagonistas… A todo esto se le podría aplicar perfectamente un nombre: alienación. Pero, ¿quién coño sabía ahora qué significa esta palabreja? ¿Y qué? La vida está hecha de cruda realidad y el fútbol y otros espectáculos de masas al uso permiten que la ficción, y por tanto la felicidad momentánea, se instale en la vida de millones de personas anónimas que gritan, saltan, comen y hasta follan imitando a sus ídolos.
»—Bueno, ¿qué me dice, profesor?
»—Ah, perdona, Sebas, se me ha ido el santo el cielo. Cosas mías.
»—Impublicables, ¿no?
»—Más o menos. O de juzgado de guardia. Mañana me paso por aquí y a ver si hay suertecilla…
El timbre de la casa volvió a sonar insistentemente varias veces. Don Faustino echó de nuevo la vista al reloj: las cuatro y un minuto de la tarde. Tenían tiempo de sobra.
—¡Enseguida bajo!
Cogió las llaves de casa y, al pasar por el espejo del vestíbulo, se le ocurrió detenerse en él. Allí vio reflejado a alguien contento y feliz como no recordaba en muchos meses.
(Continuará…)
- Escrito por Cogollo, publicado a las 12:35 h.
- Protagonistas: (ver la primera entrega)
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