—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Qué diantres tendrá el fútbol (3)

(Lee la entrega anterior)

»Era viernes por la mañana. Don Faustino, como fiel corderillo, seguía los pasos de Sebastián Matute. Al fin, tras callejear un rato como si quisieran despistar a unos hipotéticos perseguidores, se dieron de bruces con la cara norte del estadio.
»—¡Coño, cómo está esto! Si parece que se disputa hoy la final de la Champions…
»—Joder… —don Faustino se olvidó de las bellas palabras—. ¿Y toda esta gentuza ha venido aquí a por las putas entradas de reventa?

»—¡Chissss! Hable más bajo, hombre, ¿o quiere que salgamos de aquí con las orejas bien calientes?
»—Pero esto es increíble, inaudito, patético… Cientos de personas en busca del Santo Grial…
»—Esto es lo que mueve el mundo, don Faustino. Para patético el discursito de mi mujer, por muy teniente de alcalde y bella moza que sea. El fútbol mueve montañas, millones de ciudadanos, hace girar la economía, crea felicidad y tristeza… ¡La vida, amigo mío!
»—Muy filósofo estás hoy, Sebas, pero no tengo ganas de discutir. A ver cómo cojones se pueden conseguir dos malditas entradas…
»—Deje las palabrotas para cuando esté en el estadio. Vamos hacia aquel joven que está de espaldas. Me da en la nariz que vende.

»El muchacho, que visto por atrás parecía casi un adolescente, se dio la vuelta en cuanto presintió que se acercaban clientes. Entonces vio llegar a dos hombres con pinta de buscar algo…
»—¿Vendes? —preguntó el Sebas.
»—Mercancía pura, recién traída de Bogotá. A cincuenta pavos el gramo.
»—No, gracias. Yo me conformo con la cafeína —se notaba que Matute sabía salir airoso de los negocios—. ¿Sabes de alguien de los que dan vueltas por aquí que venda entradas para el partido del domingo?
»—Mi primo. Es aquel, el de la gorra del Rayo. No sé si le quedará alguna.

» Si no fuera porque quiero hacer feliz a un mocoso que no levanta dos palmos del suelo pero al que le han comido el coco con el maldito fútbol y el maldito Rayo de Mospintoles, le iba a comprar las entradas su puñetero padre.

»Sebastián Matute salió pitando hacia aquel primo. Tal celeridad impuso a su aproximación que cuando don Faustino le dio alcance ya había establecido el primer intercambio de información.
»—Dice que trescientos euros por cada entrada.
»—¡Joder! –don Faustino seguía empeñado en dar patadas al diccionario de la buena educación–. ¡Por ese dinero me compro cinco jamones de Jabugo!
»—Sí, pero se quedará sin poder ver al Rayo en vivo y en directo… –replicó el joven.
»—Por mí como si les ponen un cohete en el culo a cada jugador y los mandan para Alemania…
»—No sea borde, don Faustino. Me está decepcionando. A ver, buen hombre. Yo le ofrezco cien euros por las dos entradas y encimo le regalo una rueda de repuesto para su coche. ¿No le parece una ganga?

»El tipo aquel, sorprendido por la oferta, se levantó un poco la gorra dejando al descubierto sus negrazos ojos.
»—Cuatrocientos euros y la rueda. Siendo usted el propietario de los talleres Matute lo del neumático le saldrá gratis…
»—Mire, jovenzuelo —don Faustino estaba a punto de explotar—. Si no fuera porque quiero hacer feliz a un mocoso que no levanta dos palmos del suelo pero al que le han comido el coco con el maldito fútbol y el maldito Rayo de Mospintoles, le iba a comprar las entradas su puñetero padre. ¡La reventa con lucro es ilegal!
»—Sensatez, amigo Faustino, que hoy no es tu día. Estamos aquí, delante de este buen hombre, para hacernos un mutuo favor: nosotros le compramos entradas que ya no hay y él se gana unos eurillos para poder comer caliente la próxima semana. Es un negocio en donde ganan ambas partes siempre que el lucro del vendedor no sea excesivo. A ver, joven: doscientos cincuenta euros y dos ruedas. Es mi última oferta. O acepta o veremos el partido del Rayo por televisión.

»El joven tenía la mirada fija en don Faustino. Intrigado.
»—Su voz me suena mucho. Y su cara. ¿Es usted profe?
»—No, no… —a don Faustino se le iban y venían los colores.
»—Sí, es profesor…. de autoescuela —el Sebas le echó un capote.
»—Puede ser, no digo que no, pero creo haberle visto en algún colegio cuando yo era un enano. Desde que tuve el maldito accidente de moto tengo lagunas de memoria y no me atrevería a asegurarlo pero juraría que su cara me suena de algo, de algo muy lejano…
»—¿Doscientos cincuenta pavos, dos ruedas y a correr, jovenzuelo? –se notaba que el Sebas estaba acostumbrado a la cosa de los trueques.
»—Va, salgo perdiendo dinero pero dos ruedas son dos ruedas, aunque sean usadas.
»—¡Tendrá morro el tío! –a don Faustino se lo llevaban los demonios. Matute se sacó la cartera en un santiamén (en estas lides estaba mucho más avezado que el viejo profesor) y pagó con cinco billetes de cincuenta.
»—Pásate esta tarde por el taller y te doy las dos ruedas. Ojo, que no te he dicho para qué coche eran…
»—Da igual, las revenderé también.

»Don Faustino iba a abrir de nuevo la boca pero Matute se lo impidió por un método bien expeditivo: tapándosela.

(Continuará…)