—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Rumbo a Glasgow (2)

(Lee la entrega anterior)

Sebas quedó callado por unos instantes, mirándose la punta de los zapatos. Don Faustino y Manolo se miraron por encima de su cabeza, e hicieron el mismo gesto a la vez, como si lo hubieran estado ensayando.

—El caso es que… Bueno, el Sergio tenía tanta ilusión, que… le he hecho prometer que si le llevo conmigo a Glasgow se va a portar bien en casa de aquí en adelante y se va a aplicar en los estudios. Y María se ha moscao conmigo. Ha pegado un portazo y se ha metido en la habitación. Cualquiera entra ahora…

Sebas se sumió en un espeso silencio por un largo espacio de tiempo. Cuando pareció que iba a romper a decir algo se le adelantó don Faustino:
—Mira Sebas, te lo voy a decir de manera que lo entiendas, que para eso estás estudiao: has incumplido la regla de oro de los principios de refuerzo, del sistema de premios y castigos.

» Ambos, padre e hijo, vestían la camisola de la selección, y llevaban sus respectivas bufandas para jalear en el fragor del partido.

Don Faustino calló, y el silencio que siguió se hizo incómodo para el padre. El profe sabía explotar estas situaciones… Finalmente Sebas rompió aquel suspense:
—¿Y cuál es?
—“Promete lo que estés dispuesto a cumplir, y cumple con lo prometido”.
—Mira, Sebas —llamó Manolo desde la barra—. ¿Has leído esta noticia? Lo del tipo ese que molió a palos a sus padres y luego acabó estrellando su furgoneta contra una zapatería.
—Sí —repuso Sebas despreocupadamente—. Lo he visto en el telediario de la tarde…
—Pues vete pensando en aprender defensa personal. Por el Sergio te lo digo…, macho.
—¡Joder! A la mierda —Sebas se levantó airado—. Sois peor que María. Uno viene aquí en busca de un poco de comprensión y no hacéis más que atizarme en la herida—y arrojó un billete de diez euros sobre la barra al tiempo que enfilaba hacia la salida.
—Espera por la vuelta, hombre —alzó la voz Manolo en falsete.
—Invita a don Faustino —gruñó Sebas desde la puerta.

* * * * * * * * * * *

Sebas estaba de mala leche… de muy mala leche. María seguía de morros y ni siquiera se había levantado a despedirles. Don Faustino y Manolo le habían tocado los fondos y lo estuvo rumiando todo el fin de semana. Y al madrugón que se había pegado hoy con el chiquillo se le sumaba la retención más que previsible para llegar a Barajas. Y eso que era fiesta… Y además lloviznaba.

Y por si fuera poco el lujoso BMW de Sebas quedaba, en el aparcamiento de la terminal, justo en un codo del recorrido interno del parking, con lo que a la vuelta podía esperarse cualquier cosa: «…la gente joven no tiene ni puta idea de conducir; ya ni van a clases, que ahora sólo hacen test. Carecen de educación vial. Y estos tíos hacen estos aparcamientos tan justos… sólo para coches pequeños, que así caben más y facturan más…». Decididamente el día no empezaba bien. Lo que sí tenía seguro era la victoria de la roja, por lo que supuso que el día tendería a mejorar a medida que llegaba la hora del partido.

Ambos, padre e hijo, vestían la camisola de la selección, y llevaban sus respectivas bufandas para jalear en el fragor del partido. El spray con la bocina había quedado en casa; como para andar más ligeros no iban a facturar alguien le dijo a Sebas que no le dejarían viajar con el aerosol en la mano. Al salir del BMW agarró una mochila donde llevaban lo necesario para pasar el día y se encasquetó una gorra del Barça.
—¿Adónde vas con eso papá?
—¡Anda leche! ¿No vamos a ver a la roja? ¿Y no son del Barça la mayoría de los jugadores?
—Vas haciendo el ridi, papá. Anda, dejo eso que nos van a llamar la atención…
—¡Toma, leche! Al que no le guste que no mire. A ver si no voy a poder llevar lo que yo quiera. Éste es un país libre. Y además, como a algún escocés se le antoje se la vendo a buen precio; mira, está nueva del todo, y ya me compraré otra.

(Continuará…)