—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

El Estado aprieta pero no ahoga (2)

(Lee la entrega anterior)

El gesto no pasó desapercibido para la audiencia, que sin saber qué ocurría exactamente sí notaba la tensión en el patio. El negro que tenía la pelota y que se había plantado, ajeno también a la retransmisión en directo, dejó caer la pelota y la pisó. Luego la empujó hacia el oficial.

Marcial acogió el gesto por donde venía: así que el puto negro quería hacer que se agachara delante de él… Le miró desafiante a los ojos y pateó la pelota hacia el portal de Francis.

» —Vais a romper la puerta, ¡payasos! –la voz de Francis volvió a dejarse oír

—Cuando esto acabe, como estéis aquí, vamos a ver vuestros papeles, ¡mamón!

Y diciendo esto dio media vuelta y se dirigió hacia el portal. De camino elevó la pelota con la puntera de la bota en dirección a la pared, y tras rebotar en ella la agarró y subió, pronto, el tramo de escaleras.

López se dirigió a Susana y la llamó aparte, pero no lejos del oído de María.
—Señorita, tu intervención ha sido profundamente desafortunada.

A Susana se le apagó la sonrisa. Esperaba una felicitación por dar publicidad al Rayo en TeleMadrid. López adivinó la perplejidad de la joven.
—Nos has jodido pero bien, Susana. No sé como agradecerte el negro agujero que has abierto ante nosotros. Ahora somos el club de un atracador. Un club que justamente la semana que viene iba a homenajearle. Ya estaban todas las invitaciones enviadas.
—Yo… –Susana, azorada, empezó a comprender–. No pensé…
—“No pensé” lejos de ser una disculpa es la confirmación del error.

María aprovechó para malmeter:
—Jovencita, has hecho una labor digna del mejor relaciones públicas… del enemigo. Con tu propaganda nos has jodido a todos. A Mospintoles tampoco le interesa saber que uno de sus vecinos más queridos es un delincuente –María hubo de comerse su malhumor; después de todo su partido no pagaba el sueldo de la joven periodista– ¡Que te jodan, Susanita, rica!

La concejal no podía esconder su frustración y, crispada, dio media vuelta antes de proferir una nueva incongruencia. Por un lado estaba el daño que recibiría su imagen y su partido, por otro la baba que le caía a Sebas en casa cada vez que Susana hablaba por la radio.

López sin embargo todavía albergaba planes para Susana. Y decidió que aprovecharía este desliz de la inexperta periodista para volver a ponerla en una situación delicada con respecto a él a efectos de beneficiarse.

Rosales ya había recibo la pelota de baloncesto, y en un alarde de valentía salió a pecho descubierto –en realidad llevaba puesto el chaleco antibalas– y lanzó con potencia la pelota en dirección a la puerta, que se abrió de par en par con estrépito, golpeando contra la pared, pero apenas rebotó pues el tope de goma hacía años que había desaparecido.
—Vais a romper la puerta, ¡payasos! –la voz de Francis volvió a dejarse oír–. Aunque me importa un huevo. No es mía.
—Francis, por última vez, salga con las manos en alto.
—Eso has dicho hace cinco minutos, ¡chamullador! Ven a por mí, ¿o tienes miedo de que te vuele las pelotas y te queden colgando de un campanario? Ya te he dicho que estoy descansando y desarmado.

Si los constantes desafíos de Francis le significaban como el autor del atraco, aquello lo avalaba. ¿Por qué si no iba a hacer mención a armas de fuego?
—¿Dónde está la escopeta de cañones recortados del atraco? –pregunto con un nuevo grito Rosales, que no sabía muy bien qué hacer. Necesitaba una orden judicial para acceder a la vivienda… aunque la invitación de Francis para entrar debía estar quedando registrada en la cinta. Además, la puerta había permanecido abierta desde el principio.
—¿Pero aún no la tenéis? ¿Qué mierda de policía tenemos en el país? ¿No habéis cacheado la Mobilette?

(Continuará…)