—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

El Estado aprieta pero no ahoga (4)

(Lee la entrega anterior)

El cámara, que ya no podía grabar más acción desde su puesto, decidió asomarse a la puerta de entrada, y tras el recodo se abría el pasillo donde vio a los policías. El olor a humedad, a sucio y a orín le provocó una arcada.

Delante de él Rosales apoyaba con sigilo el talón de la bota; luego la planta del pie. No deseaba hacer ruido, pero las tablas del entarimado crujían bajo el más leve peso.

» La cámara mostraba imágenes del domicilio de Francis mientras Rosales buscaba algo con qué taparle para conducirlo a comisaría a prestar declaración.

En el estudio de televisión del programa de la mañana los contertulios contenían el aliento. En Mospintoles no quedaba a estas horas una vivienda o un bar donde no se hubiera sintonizado TeleMadrid. En la calle, María y López miraban por encima del operador de la unidad móvil la imagen que se estaba grabando y retransmitiendo por aquellos aparatos.

Rosales levantó una mano y la comitiva se detuvo pegándose a las paredes del pasillo; todos excepto el cámara, que andaba buscando un pañuelo para mitigar el hedor. Absorto en una infructuosa búsqueda por sus bolsillos el operador alcanzó a Rosales, que se había detenido ante la siguiente puerta, la de un dormitorio.

Allí estaba Francis el del gol de cabeza, enjuto de carnes, totalmente desnudo, tumbado sobre un viejo, mugriento y descosido colchón tirado en el suelo, rodeado de los billetes obtenidos en el atraco, billetes de 10, 20 y 50 euros, algo menos de cinco mil euros. El operador captó al viejo en aquella pose extraña. Cuando Francis vio la cámara sonrió hacia ella y se revolcó en el jergón, levantando nubes de billetes con la mano y restregándose el cuerpo con ellos, como si fueran una esponja.
—¡Jo-der! –la exclamación del cámara se coló en todos los domicilios de la Comunidad de Madrid.

Francis se levantó e invitó al cámara a pasar, y con él a toda la audiencia de la cadena de televisión.
—Nunca había tenido tanto dinero junto –dijo–, y no vean lo bien que sienta…
—¡Joder, Francis! ¡Tápese, hostias! –ahora fue la voz de Rosales la que atronó a través de las ondas.

Ante aquella visión en algunos domicilios se escucharon exclamaciones de sorpresa, pero en otros fueron de horror. En los bares se prorrumpió en exclamaciones jubilosas, llegando en algunos casos al aplauso generalizado.

—¿Qué es eso que lleva el viejo entre las piernas? –Susana, embargada por la reprimenda de López, no estaba en condiciones de juzgar con ecuanimidad lo que veía.

—¡La-hos-tia-pu-ta! –exclamó atónito el cámara veterano.

—¿Qué va a ser, niña? Es su aparato… –María también estaba anonadada ante las dimensiones de aquella cosa que colgaba entre las piernas de Francis–; su aparato urinario –acertó a concluir la teniente de alcalde.

López y Basáñez sólo atinaron a mirarse entre sí y hacer un gesto cómplice reconociendo la desmesurada virilidad de Francis el del gol de cabeza.

—¡Arrea! ¡Vaya tranca! Ahora entiendo lo poco que saltaba Francis para rematar de cabeza –nadie supo si Roque trató de ironizar o expuso una conclusión.

A partir de este momento todo se precipitó. La cámara mostraba imágenes del domicilio de Francis mientras Rosales buscaba algo con qué taparle para conducirlo a comisaría a prestar declaración. El inspector ordenó al oficial Marcial que recogiera el dinero, y éste, ante aquella perspectiva nada halagüeña, derivó al orden en uno de los novatos:
—¡César!, ocúpese de recoger todo el dinero.

Tampoco la orden fue del agrado del tal César. Aquellos billetes y el cuerpo desnudo del anciano habían estado en íntimo contacto: ¡y quién sabe qué grado de intimidad habían alcanzado!

Vistieron a Francis apresuradamente mientras en el plató de televisión se daba por finalizada la conexión con el avance de aquel documental de producción propia. La cadena estaba satisfecha, augurándole un éxito de audiencia. Ellos se encargarían de promocionarlo adecuadamente para su estreno.

María ya no tenía nada que hacer allí y abandonó el lugar precipitadamente en compañía del sargento antes de que bajaran a Francis para evitar una escena que anticipara la publicidad negativa que iba a caer sobre ella y su partido.

(Continuará…)