—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

De sorpresa en sorpresa (2)

(Lee la entrega anterior)

—¡Hombre, don Faustino! ¡Dichosos sean los ojos que le ven y las orejas que le oyen!

La cordialidad de Sebastián Matute no era nada ficticia. En verdad que se alegraba mucho de ver al viejo profesor. Le dio dos palmadas en el hombro, le señaló el sillón en que debía sentarse y cerró la puerta del despacho. No quería que nadie del taller les importunase. En las últimas horas tenía varios asuntos que tratar con el profesor y no tardó mucho en hincarles el diente. Cordialidad, sí, pero mucha retranca, también.
—En Mospintoles es usted un héroe…
—¿Y qué he hecho para merecer semejante calificativo?
—¡Hombre, si no llega a ser por usted quizás hablaríamos de algún muerto!

» Queremos que sean niños el mayor tiempo posible pero los muy puñeteros crecen a nuestras espaldas. Se hacen mayores sin nuestro permiso y cuando nos queremos dar cuenta son como nosotros, sin inocencia alguna.

—Yo mismo, Sebas. Cuando aquel tipo se dio la media vuelta y me enfiló con la faca, me vi más allá que acá. Menos mal que el profe de gimnasia estuvo al quite…
—Sí, pero antes de su llegada al lugar de los hechos le salvó a él de una cuchillada segura y quién sabe si de algo peor…
—Veo que Radio Mospintoles tiene muchos seguidores…
—A decir verdad, Susana lo está bordando. Nos tiene enganchados por la noche con sus relatos.
—Se está haciendo toda una periodista…
—Sí… –Matute cogió dos caramelos que tenía en la mesa, le ofreció uno a don Faustino, que lo rehusó, y tras meterse el suyo en la boca, atacó por otra vía.
—Piquito, antiguo alumno suyo, está triunfando… Susana va camino de ello… Cómo me gustaría que otro alumno suyo, mi hijo Sergio, también llegue algún día a ser un tío importante. Por de pronto ya se nos ha hecho un hombre…
—No marees la perdiz y dime que te lo estoy pervirtiendo…
—Qué va, don Faustino. Yo encantado de la vida… Prefiero que aprenda con usted para qué sirve el aparato que llevamos colgando de la entrepierna a que se lo cuenten fatal sus compañeros o algunas series de televisión.
—Los hijos crecen, Sebas…
—Joder que si crecen… Te crees que siguen creyendo en Caperucita Roja y el lobo hasta que un buen día, de sopetón, te hablan de que Caperucita folla con el lobo.
—No seas borde, hombre…
—¿Borde? “Por cierto, papi, ¿los condones que venden por internet son fiables?” –Sebas imitó la voz de su hijo Sergio y don Faustino, al oírla, se descojonó de risa–. ¿Eso le enseñan en el Instituto?
—¿Y vosotros qué le enseñáis? –Don Faustino se puso serio. El Sebas había pinchado en hueso así que también cambió el semblante.
—Le dejamos que aprendan solos. Queremos que sean niños el mayor tiempo posible pero los muy puñeteros crecen a nuestras espaldas. Se hacen mayores sin nuestro permiso y cuando nos queremos dar cuenta son como nosotros, sin inocencia alguna. Tiene razón, profesor. Las familias deberíamos implicarnos más en la educación de nuestros chaveas. Hemos desertado… La verdad es que nuestros padres tampoco nos enseñaron mucho a nosotros. Tuvimos que ser bastante autodidactas. Y así sigue la rueda…
—Pues alguna vez habrá que romperla…
—No son buenos tiempos para romper nada, don Faustino. Como este crío es un charlatán no me extrañaría nada que le haya ido contando que… María y yo no estamos para tirar cohetes. Vamos, que nuestro matrimonio anda algo torcido… No, no son tiempos para romper nada…

* * * * * * * * * * *

~Evaristo…

~Dígame, señor López…

~Te llamo porque llevo dándole varias vueltas a un asunto que me preocupa…

El jefe de deportes de Radio Mospintoles acababa de llegar a la emisora. Ya no saldría de allí hasta que, sobre las doce de la noche, finalizase la emisión del programa “Radio Pelota”. La idea de informar sobre lo acontecido en el Instituto Fernando Orejuela había sido todo un éxito. La audiencia, como atestiguaban las llamabas de teléfono y los comentarios en el Twitter del programa, había aumentado considerablemente. Y, por supuesto, la contratación publicitaria de última hora.

~Dígame, señor López…

El tono servil de Evaristo ante el presidente del Rayo no pasó desapercibido para Jacinto, su fiel colaborador. Este, a un gesto del jefe, salió del despacho.

~Verás, Evaristo. Estoy pensando que la idea de que hicieseis una serie de programas sobre aquello del Instituto ha cumplido su misión. Con dos noches ya hay bastante. Ha quedado claro que ese Remigio no tiene vínculo alguno con el Rayo, ni siquiera conmigo, y que es un hombre enfermo, que necesita ayuda psiquiátrica. Las pequeñas historias que Susana lleva contadas han entretenido mucho al personal y eso nos ha beneficiado en el plano mediático. Así se levanta una emisora, Evaristo, con imaginación, entretenimiento y el contacto permanente con la calle. Aunque no tenemos nada que ver con ese tipo era muy importante adelantarnos a cualquier posible información malintencionada de quienes están a la expectativa para arrancarnos los ojos. La envidia, Evaristo, la envidia…

~Sí, señor López. Lo malo es que la chica está entrando en demasiadas interioridades y excesos que a nadie benefician. Yo habría dado la información de manera más escueta y selecta…

~Para lo que yo pretendía era mejor que fuera Susana quien diese la cara. La chica es brillante y decidida. Sabe contar las cosas… aunque su exceso de ganas y de energía puede llevarla a cometer algunos errores de bulto. Ha vendido muy bien la historia de ese viejo profesor que dio clases a Piquito. Casi se me saltan las lágrimas cuando relataba las quejas del profesor de gimnasia y, en fin, que la chica vale mucho pero tú tienes más experiencia, sabes el punto exacto al que hay que llegar a la hora de dar una noticia… Por eso te he pedido que la controlases. Con delicadeza, con tacto, pero controlada, Evaristo, controlada. Ahora te llamo porque quiero que esta noche ya no hable sobre este asunto del Instituto. Dile, pero díselo sin que sepa que son mis deseos y órdenes, que ya ha informado suficientemente, que el Rayo y yo mismo estamos muy contentos con lo que ha contado y lo que ha callado y que esta noche debe hablar mucho sobre Piquito y su pronta reaparición. Dile que cuente todo lo que estamos haciendo para que se recupere a la perfección, los gastos que eso nos ha originado, los desvelos de los médicos… Quiero que haga vibrar a los oyentes al evocar nuestra lucha por el ascenso a primera. Es vital que pida a la gente que debe acudir en masa al estadio porque necesitamos su ayuda, porque el equipo sin su afición no es nada… Somos los representantes de una gran ciudad y no podemos defraudar. ¿Serás capaz de hacerle llegar discretamente todo esto…? Esta noche tiene que acabarse el culebrón, Evaristo. Objetivo cumplido.

~La tía es dura de roer, señor López. No le garantizo…

~A ver, repíteme eso, Evaristo, que no lo he oído bien –replicó López con un tono que hizo temblar de pánico a su interlocutor. Este reculó inmediatamente.

~No se preocupe, señor López. Intentaré controlarla…, perdón, la controlaré al máximo para que se cumplan sus deseos y órdenes. Aunque tenga que amordazarla…

~Tampoco es eso, Evaristo. Confío en tu probada discreción, en tu gran experiencia y, sobre todo, en tu mano de seda. Te llamaré mañana…

* * * * * * * * * * *

Don Faustino empezaba a sentirse inquieto. Había ido a ver a Matute al taller porque este le había llamado el viernes hablándole de un coche que le podía interesar. Antes de que Sebas se enrollase con otro tema le preguntó decidido:
—¿Y qué hay de ese bólido bueno, bonito y barato que tenías para mí?
—Ah, pues… verá… –pareciera que el Sebas no quería meterle mano al tema. Lo mismo lo ha vendido a otro, pensó el viejo profesor, y la jodimos, con la ilusión que me había hecho–. El pasado jueves un cliente habitual me dijo que le urgía vender su coche. Se trata de un Audi con dos años de antigüedad y unos 30.000 kilómetros. No es la primera vez que hacemos algo parecido, actuando como intermediarios entre nuestros clientes. Este lunes estuve probándolo por la mañana y el coche va de escándalo. Yo lo compraría con los ojos cerrados, don Faustino. El cacharro que tiene ya ha dado de sí todo lo que podía y mantenerlo sólo le va a costar dinero y disgustos. El precio del Audi es una ganga, no lo va a encontrar en ningún sitio. Sólo hay un pequeño problema…
—¿Me pones los dientes largos con el coche y ahora me dices que hay un problema?
—El problema no existía pero surgió este lunes en cuanto me enteré que el dueño del coche… es el mismo que quiso rebanarle el pescuezo. Sí, el tal Remigio…
—Madre del amor hermoso… ¡Qué pequeño es el mundo, Sebas!
—Pues sí, amigo. Más pequeño de lo que pensamos… ¿Y ahora, qué me dice?
—¿Y qué opina él? –don Faustino necesitaba tiempo para encontrar una respuesta y su pregunta no era nada baladí.
—No lo sabemos. Tras su numerito del Instituto fue detenido y a estas horas no ha dado señales de vida. Estaba totalmente decidido a venderlo así que no creo que cambie de opinión, más si va a estar entre rejas un tiempo, pero habrá que esperar a que se ponga en contacto con nosotros. Mientras tanto usted se lo piensa. Supongo que la policía o el juez le dejarán llamar por teléfono alguna que otra vez, ¿no?
—Me lo pensaré pero lo que me pide el cuerpo, por mucha ganga que sea ese coche, es no comprarlo.
—Piénselo. Mañana, a primera hora, me da la respuesta. Espero que sea un sí porque sino hará el tonto.
—Me voy a marchar, Sebas. Quiero ir a darme un chapuzón a la piscina…
—Antes de que se vaya… ¿Sabe quién ha estado aquí esta mañana? –se ve que el Sebas tenía todavía más ganas de palique. Lo contrario que don Faustino, quien se encogió de hombros–. Inmaculada, la madre de Piquito.
—¿Y…?
—Hombre, me ha hecho ilusión que por fin viniese a traerme su utilitario para que se lo revisemos. A través de ella quisiera contactar con Piquito. Admiro a ese chaval como jugador. Llegará muy lejos…
—A ti quien te interesa de verdad es la madre. Se te nota en los ojillos…
—Es que me trae buenos recuerdos, don Faustino.
—¿Qué interesantes recuerdos te trae la madre de Piquito? –aquello empezaba a interesarle. La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida.

—La conocí en Alcorcada allá por los primeros meses de 1993. Yo estaba soltero y perdía el culo por los coches y las mujeres. Ya había empezado a trabajar y ganaba un buen dinerito. Por entonces, usted lo sabrá porque vivía en esa ciudad, había un par de discotecas que atraían a todos los jóvenes de los pueblos y ciudades de alrededor. Precios baratos, mucha marcha y buen rollito. Ya sabe, chicas y chicos que íbamos a echar unos bailes, unos porros y a ponernos morados los unos con las otras. Bueno, yo sé de alguien al que esas cosas no le llamaban la atención…
—Sebas, yo siempre he pasado del fútbol y de las discotecas. Qué quieres, ya nací carcamal…
–Una noche conocí a Inmaculada. Era una chica que destacaba en la pista por cómo se movía, por su naturalidad, por su físico, por una pechonalidad que dejaba hipnotizados a los machos en celo que acudíamos allí en busca de hembra. Era una chica condenadamente guapa. Y, claro, estaba rodeada de moscones. De gente como yo, que iba allí a pasar un buen rato y a ver si salía algún plan.
—¿Y cómo acabó la cosa cuando tú fuiste el moscón elegido? ¿Le regalaste un libro, un disco o la invitaste al cine a ver una película de arte y ensayo?
—¡Qué antiguo, don Faustino! Eso sería en sus tiempos… ¡Leche, le hablo de los años noventa! Si salía un buen plan en la discoteca la cosa acababa normalmente en un coche o en una habitación de un hotelito de los alrededores. Luego, tras la juerga y el meneo, cada uno se iba para su casa y santas pascuas. Ya ve, todo muy libre y sin compromiso. Como tenía que ser…
—Ya puestos en confianza, ¿cómo acabó el meneo y el cachondeo? –las confidencias de Matute se estaban poniendo muy interesantes…
—No lo sé. Inmaculada dejó de aparecer por la discoteca. Nadie supo decirme qué fue de ella. Al cabo de los años, un buen día la vi de lejos en una calle céntrica de Mospintoles. Me aproximé a ella pero por su mirada y gestos deduje que no quería saber nada de mí. O quizás no me reconoció… Yo ya estaba casado con María y había tenido al Sergio así que pensé que lo mejor era olvidarme del asunto aunque siempre he tenido ganas de saber porqué desapareció así, tan de repente. Aquello me pareció desconcertante y hasta temí lo peor. No sé, que le había pasado algo, que el padre había venido del pueblo y se la había llevado arrastrando a casa. Por eso, cuando hoy entró por la puerta tan sorpresivamente, pensé que quizás lograría resolver aquel misterio…
—¿Se lo has preguntado? –don Faustino estaba intrigadísimo con la historia del Sebas e Inmaculada allá en Alcorcada.
—¡Por supuesto!
—Vaya, vaya… nunca es tarde para desvelar los misterios del pasado…

El profesor, mientras decía esa tontería, estaba ya elucubrando con fechas de ese pasado. Fechas relacionadas con sus encuentros con Inmaculada en Alcorcada y que venían a coincidir sospechosamente con las que había dicho Matute en los suyos. Entonces le vino a la memoria, como un mazazo, una frase que Inma le soltó con total naturalidad el día anterior: “Con todo el lío que se montó con la estafa, de la que yo fui una víctima más porque los jefes se largaron de allí debiéndome varios meses de sueldo, sólo me faltó quedarme embarazada. Y eso es lo que ocurrió… Lo más grave… es que no estaba segura… de quién era el padre”. ¡Coño, tenía razón, al menos ya había dos candidatos a ser padre de Piquito!, se dijo. Y entonces soltó la bomba…
—Inmaculada es madre soltera. ¿Has pensado que tú podrías ser… el padre de Piquito?

La cara que puso Sebastián Matute mereció quedar grabada para la posteridad. Lástima que no hubiera cerca un fotógrafo para inmortalizar el careto del marido de María Reina.
—No juegue con las cosas de comer, don Faustino. Ella me ha explicado que tuvo que regresar al pueblo urgentemente por motivos familiares y que sólo cuando se solucionaron, al cabo de varios años, se vino a vivir a Mospintoles.
—Ya, y el crío se lo trajo Papá Noel como regalo de Navidad…
—No le he preguntado sobre Piquito ni ella ha hablado de él. Si yo fuera el padre, ¿no me lo habría dicho? Seguro que no se acostó sólo conmigo como yo no me acosté sólo con ella. Supongo que tomaría sus medidas para evitar cualquier embarazo no deseado. De ese tipo de cosas no nos preocupábamos los hombres. En fin, don Faustino, que esa pregunta suya no me ha hecho ninguna gracia, pero que ninguna gracia…

(Continuará…)