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La madre entró en la habitación del pequeño piso de aquella barriada de viviendas de protección oficial y abrió la ventana para que entrara el aire fresco de la tarde del lunes. No era un lunes cualquiera. Era el lunes posterior al ascenso del Rayo. Y su hijo había sido el artífice del histórico logro. La habitación olía a humanidad, y a tabaco, y a humedad… pero a humedad olía siempre…
El chaval dormía, acurrucado, en calzoncillos, tapado solamente por una sábana. Había llegado pasadas las nueve de la mañana, borracho como una cuba. Pero, ¿podía una madre en su sano juicio reprender a un hijo así por aquel desliz?
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